A Jackeline Romero le han dicho legendaria y vieja chota. Las travas más jóvenes le piden que haga uso de su voz, y en todo caso, le dan voz entre todas para que hable, guíe y represente. En la calle le dicen “señora candidata” y ella se presenta como malhumorada, conservadora, cascarrabias. “Pero soy compañera”, aclara, con paz y tranquilidad. También sonríe. Dice que se siente joven y querida, que ama su cuerpo, que no usa maquillaje porque no lo necesita, que rompe estereotipos y que es como una madraza: la madraza de esas travestis que comienzan a militar y la buscan de referente. La Jackie pasó hace rato el promedio de 35 años de vida que tienen las personas trans en Argentina. Además, sobrevivió a los puntazos de la calle, a la policía y al diagnóstico de VIH. Este año, es la única candidata trans al Concejo de Rosario.
Jackeline Romero está sentada. Tiene las piernas semi abiertas, un jogging negro, una remera roja suelta y de mangas cortas, el pelo negro atado con fuerza. Más tarde, lo señalará. Dice que odia esas canitas, pero hace tiempo que no encuentra un rato para teñirse. Ceba mates y se ríe. A pesar de que destaca siempre su carácter fuerte, su forma de ser malhumorada. Se ríe mucho y sonríe más, mostrando todos sus dientes, arrugando toda su cara, contagiando alrededor. Mientras ceba mates, habla de su nueva responsabilidad: ocupar el quinto lugar en la lista de precandidatos y precandidatas al Concejo Municipal que encabeza Fernanda Gigliani. No es la primera vez que aparece en una boleta, pero nunca había estado en un lugar tan visible. Ni ella ni ninguna travesti rosarina.
“Te sentís muy observada estando en campaña”, destaca. Y cuenta, entre risas, que no hace muchas semanas atrás quiso subir una selfie un tanto provocativa a sus redes y lo pensó más de una vez. “Yo no soy ejemplo de nada, pero ahora siento que debo serlo”, reflexiona. Además de sentirse el foco de todas las miradas, destaca la sensación de reconocimiento en cada recorrida. “Me encanta estar con la gente”, cuenta. “Me pasa algo muy curioso, y es que la gente ya no me vé como «el travesti candidata», sino como «la señora candidata». Yo no ando ni de taco de aguja ni con maquillaje, yo no lo necesito, soy una señora (se ríe). Y la gente ve eso: ve la humildad. Todos los días cuando voy a tomar el colectivo, la gente del barrio me saluda y manifiesta su apoyo. Esos son los frutos del trabajo cotidiano”.
Jackeline Romero se define tanto activista como militante. “Soy activista por mis derechos. Toda mi vida activé por mis derechos. Yo digo que si no hacés algo por vos misma, no podés hacer por los demás. Y una militante es otra cosa, está en una causa más orgánica. En ese sentido, soy militante de Iniciativa Popular”, explicó. No fue, sin embargo, siempre así. Durante muchos años, la precandidata estuvo en contra –“muy en contra”– de las políticas partidarias. “Me sentía siempre muy usada. Con el tiempo, entendí que la pelea se da desde adentro, no se puede pelear afuera. Eso me llevó a prepararme, a leer mucho de política, a hacer análisis y subir todos estos peldaños”.
Ser precandidata al Concejo Municipal tiene una sola explicación: decisión política de su partido. “Más arriba, más abajo, lo que importa es la inclusión real. Más allá del activismo, esto nos habla como sujetas políticas, como personas que podemos discutir la política con bases reales para poder legislar para toda la sociedad. Yo no creo en los ghettos. Las organizaciones tienen que ser de lesbianas, trans, gays, bisexuales, heterosexuales y la inclusión tiene que ser real, no hacer lobby por todos lados. Nosotras estamos capacitadas para discutir las políticas económicas, sociales, es decir, las políticas de Estado, y estamos capacitadas para acompañar a toda la ciudadanía, no solamente a las trans y travestis”, analiza. Y concluye, contundente: “Somos banderas de muchos. Pero yo soy la única”.
“Soy la Jackie”
Tiene 48 años, nació y se crió en el barrio Santa Rosa, de Rosario. La relación con su territorio, dice, nunca cambió, salvo por una cosa: su nombre. “Soy la Jackie para todo el mundo”, explica. La excepción, en su caso, son los viejos, los de 80 y pico para arriba, que todavía, casi 30 años después, no se acostumbran a llamarla por su nombre de mujer. “Yo les dije que si no me llamen por mi apellido, o me digan hola y chau. Sólo le permito a mi papá que me llame por mi nombre anterior, él es el único incuestionable, porque me dio todo. A los demás no se los permito”.
Ser la Jackie no es una pavada. Es ser la persona que eligió, deseó y construyó a fuerza de palo, edictos policiales y discriminación. Jackie es Jackeline porque así se lo dijo la policía a los 13 años, la primera vez que la llevaron detenida. “Era mediados del ‘83 y me llevó el comisario de la 17. Me dijo mirá, tenemos que ponerte un pseudónimo, estás vestido de mujer. Yo le dije que me ponga lo que quiera, y él me puso Jackeline, todo mal escrito, algo que la Ley de Identidad de Género después corrigió”, dice, y vuelve a sonreír, casi mostrándose cómplice con la adolescente que fue. Para ella, su nombre es su adolescencia y sus primeros pasos como trans. Nunca se le ocurrió otro, siempre la identificó el que le pusieron en la polícia. Ese día, también la bautizaron como activista.
El 12 de febrero de 1984, todavía no había cumplido 14 y volvió a caer detenida, esta vez por prostitución. La dejaron siete días presa. En el medio, la llevaron al Hospital Carrasco para que se haga análisis médicos. Los resultados arrojaron que ella era la primera trans diagnosticada con VIH en Rosario. Romero no se olvida más. El médico que la atendió, luego reconocido por dar charlas respecto a Sida y VIH, la diagnosticó con suavidad. “Tenés sida, te vas a morir”, le dijo. Jackie tenía 13 años y no tenía idea de qué le estaban diciendo. “No me voy a morir nada, viejo de mierda”, le respondió. Su activismo se potenció en ese momento. En el año 1999, Jackeline y el médico que la diagnosticó se cruzaron en un Congreso Mundial de Sida. Él la saludó: “¡Hola Jackie!” Ella le respondió: “¿Usted habla con los muertos?”. Lo recuerda y sonríe, gigante, contagiosa, triunfadora.
Doble estigma
“Viví con el estigma de ser trans y con el estigma de vivir con VIH. Doble estigma, doble discriminación. No me quedó otra que visibilizarme. O me visibilizaba o estaba muerta”, remarca. A lo largo de la entrevista, la precandidata recorre su años de activismo y militancia, hasta llegar a hoy. Ese camino, incluye todos los que fue trabajadora sexual, es decir, la Jackie de Provincias Unidas y Casilda. También todos los que se las rebuscó para trabajar de otra cosa: desde vendedora de perfumina hasta empleada de rotiserías. E incluye, además, los años de consumo problemático: meta cocaína, meta pastillas. “Era activista y en la zona me desbocaba. Me drogaba muchísimo. De a poco pude salir. Fuí tomando conciencia, queriendo y dejándome querer. Mi familia vivió todo es proceso. Tuvieron mucho aguante conmigo. Yo tengo casi 50 años, y cuando me abrazan digo «la puta que lo parió, cuántas cosas perdí». Pero también que gané, ¿no?”
Jackeline vive en pareja. “No sé si me quiere, me ama o qué, pero hace 22 años que estoy con él. Y él no vive con VIH y yo sí, y él no tiene problemas de salud y yo sí, y me acompaña incondicionalmente. Me pidió que deje la calle, y así me vine de gorda –se ríe–. Seguimos juntos y me ama todos los días”, cuenta, enamorada. Además de su chico, Jackie tiene ocho perros, de los que habla como sus hijos y nietos. “¿Los humanizo? Sí, los humanizo. ¡Me desvivo por ellos!”, menciona. Los diez viven en un departamento que les regaló el papá de Jackeline. En el mismo barrio, con la misma gente, con su nuevo nombre.
“Volvería a nacer trans”
En el año 2012, fundó Red Diversa Positiva, una organización no gubernamental con anclaje territorial, sin fines de lucro, que trabaja por la inclusión real y participativa. “Es una historia re-loca, para gente loca”, intenta resumir durante la entrevista. Pero nunca va a dar resultado para Jackie. Entre mates, habla y destapa anécdotas; habla y tiene una historia. Se va por las ramas, va y viene por calles de Rosario que pocos y pocas conocen.
La Red nació el mismo día que ella fue panelista –por última vez– de un encuentro sobre VIH en la Fundación Huésped. “Yo bajé del panel y puteé, puteé, puteé. Nunca más me llamaron. No tengo ni límites ni filtros”, vuelve a decir, vuelve a reír. “Me encontré con Oscar, un compañero venezolano que adoro, y le dije que quería hacer algo diferente, diverso e inclusivo, no sólo para tratar el VIH, no sólo para travas, putos, tortas. Algo en red. Tengo una foto en la que estamos los dos tirados de panza frente a Retiro. Ahí armamos el logo”. Red Diversa Positiva tiene al día de hoy 30 coordinadores en todo el país, personería jurídica y unos 200 miembros activos. Este lunes 22 de abril, la organización será distinguida por el Concejo Municipal.
La militancia, sin embargo, no está legitimada únicamente por la Red ni únicamente por su precandidatura. Siempre apunta al territorio, y en ese sentido, habla de sus chicas con orgullo, haciendo referencia a cada una de las travestis y trans de Rosario con las que compartió la esquina y ahora se cruza en reuniones y asambleas. A principios de este año, Jackeline viajó al encuentro de disidencias que se hace en El Bolsón. No fue sola, fue con esas chicas a las que hace mención. “Me invitó la Miya y yo le dije que para qué, si sabe que con eso de «la e» no estoy de acuerdo”, recuerda, riéndose. “Pero fui y me sentí muy cómoda. Me presentaron como una legendaria y eso te hace sentir bien, no importante, sino querida. Y cuando te legitiman de esa manera, no hay quien te baje, ¿me entendés? Yo siento que me dan un reconocimiento, y eso es más compromiso, más responsabilidad y más honestidad. Me debo mucho más a mis compañeras que antes”, dice, volviendo a su lugar de precandidata al Concejo.
El encuentro entre Femimasa y Jackie duró casi dos horas. Pasaron los mates, los chismes, la entrevista formal, y ella no dejó de responder con fuerza y dulzura. Esa es tal vez una de sus características más marcadas: la potencia con la que se planta y la energía que comparte. Jackie, además, tiene otra característica: usa demasiados adjetivos para hablar de ella misma. Se dice vieja, conservadora, pacata e hincha pelotas en sólo una oración. Ni dos minutos más tarde, volverá a la carga: “Soy la Jackie, la gorda, la desaliñada”. No hay momento, sin embargo, en que no hable de ella misma con amor o riéndose. Sabe que los insultos son otra cosa. “A mí ya no me duele más nada”, dice, sonriendo también.
Jackeline Romero le tiene “cagazo” a la muerte. Toma sus medicamentos, usa preservativo y vive con una convicción: se quiere morir de vieja. Para eso falta. Jackeline está a pocos días de cumplir 49 años y se siente joven. “Muy joven”, aclara, y estira las piernas, se despereza un poco. “Pasar los 35 me hizo reflexionar un montón de cosas. También recordar. El recuerdo duele, duele mucho. Y al ver cómo mueren mis compañeritas tan jóvenes, tan abandonadas y solas, yo me siento sobreviviente y privilegiada en la vida. Y si volvería a nacer, volvería a nacer trava”.