Tilcara y Tumbaya son dos localidades de la provincia de Jujuy, situadas en la quebrada de Humahuaca.
Son dos pequeñas poblaciones cuyos orígenes remiten a las comunidades precolombinas, y las culturas originarias de la región.
Por tal razón, en ellas se mantienen vivas innumerables prácticas, creencias y rituales de carácter ancestral, que provienen de una época donde la lengua española y el catolicismo no habían penetrado su territorio.
Se trata, por ello, de manifestaciones de una cultura y una cosmovisión nativas que lograron resistir el dominio colonial hispánico, aunque no sin concesiones y precios.
Porque la supervivencia de esas prácticas y tradiciones fue posible no como un proceso autónomo, sino como un complejo tramado de relaciones sincréticas –incluso híbridas– con la cultura de los colonizadores.
Muestra de esas formas mezcladas y superpuestas es el culto a la Virgen de Copacabana, llamada de esa manera por la virgen homónima de Bolivia, cuyo templo se levanta a orillas del lago Titicaca.
Esa virgen fue introducida, en la zona del Alto Perú, por los conquistadores. Pero pronto fue adoptada por los habitantes nativos como objeto de devoción, del mismo modo como ocurrió en tantos lugares de Sudamérica con la introducción de figuras e imágenes sacras del catolicismo europeo.
Así, puede decirse que la Virgen de Copacabana jujeña es una réplica de su homónima boliviana, como resultado de los desplazamientos, traslaciones y derivas que sufrió el catolicismo durante el período colonial. Y que al igual que aquella, se convirtió desde un primer momento en un objeto de culto para los pobladores aborígenes.
Resulta complejo, y harto difícil, ensayar explicaciones que den cuenta de las razones por las cuales los pueblos originarios adoptaron esos objetos de culto. Pero lo cierto es que lo hicieron, y que esa asunción de las creencias y rituales católicos se proyecta en la actualidad, demostrando una sorprendente vigencia.
De esa manera, la honra y la veneración de la Virgen de Copacabana de Punta Corral –el sitio donde se levanta su santuario en la zona– adquiere manifestaciones impactantes en los días de Semana Santa. El Domingo de Ramos, se produce la “bajada” de la Virgen en Tumbaya, y el Miércoles Santo en Tilcara.
Al respecto, debe señalarse que el santuario de la virgen se encuentra en lo alto, en los pedregales de Punta Corral. Está allí porque la historia –o quizás la leyenda– atribuye su aparición en el siglo XIX ante un pastor de la zona, llamado Pablo Méndez. Según el relato establecido, un día Méndez observó una figura femenina vestida de blanco, que lo conmovió. La figura le preguntó quién era, y qué hacía en ese lugar, invitándolo a regresar al día siguiente. El pastor así lo hizo, pero sólo encontró unas piedras que trazaban la figura de la virgen junto con sus atributos. Así fue como Pablo Méndez llevó esas piedras hasta la iglesia de Tumbaya, de donde desaparecieron, para reaparecer posteriormente, de forma milagrosa, en el mismo lugar donde el pastor las había hallado.
A partir de ese momento, la Virgen de Copacabana se convirtió en objeto de adoración para los habitantes de la región, que la llamaron “La Mamita de los Cerros”. El propio Méndez construyó en el lugar un oratorio, y hacia fines del siglo XIX se levantó una capilla en esas alturas, a la que concurren regularmente los pobladores de la zona.
Si por un lado resulta dificultoso, o complejo, explicar de qué manera los pueblos aborígenes adoptaron el culto de la Virgen de Copacabana, lo que queda más claro, por otro, es que se trata de una figura femenina. De una virgen y no de un santo, para ser más precisos.
Ello no parece casual, o inmotivado, cuando se piensa que los pobladores coyas de la región practican –desde sus mismos orígenes, parecería– el culto de la Pacha Mama, la Madre Tierra.
La intuición, o la hipótesis, que ese hecho genera, es que algo de la Madre Tierra parece contaminar la figura de la Mamita. Mujer por mujer, madre por madre, un sutil juego de sobreimpresiones y evocaciones se descubre cuando se piensa en esas figuras veneradas por los habitantes de la quebrada.
Sea como fuere eso, lo cierto es que una profunda religiosidad ancestral –cuyas formas remiten incluso a las tradiciones incaicas– se manifiesta en el culto a la Virgen de Tilcara.
El lunes santo se practica la “subida” al santuario. No se trata de un acto espontáneo, ya que los practicantes se organizan en “bandas”, identificadas por su pertenencia a barrios, instituciones, escuelas o clubes. Cada banda tiene entre cincuenta y ochenta miembros –algunas incluso más– que lucen gorras y camperas características. Dentro de la banda se encuentra la orquesta, un conjunto de músicos donde hay redoblantes, varios bombos y mayoría de sikus.
Las bandas parten de la iglesia del pueblo, donde reciben la bendición del sacerdote. Se dirigen hacia el cerro, situado a pocas cuadras, al que subirán a lo largo de varias horas, ya que se trata de un camino empinado, angosto y sinuoso, lo que no facilita la marcha. Por otra parte, la falta de oxígeno propia de esas alturas dificulta aún más el ascenso.
Sin embargo, nada de eso parece hacer mella en el fervor de la gente. Las bandas marchan tocando sus instrumentos, ejecutando músicas de origen andino, sin cantos.
Llegados al santuario, después de un recorrido esforzado y prolongado en el tiempo, permanecen en la altura ejecutando su música y honrando a la virgen, mientras se celebran numerosas misas. Y el miércoles emprenden la “bajada”, trayendo la imagen de la virgen al pueblo –en el que permanecerá varios meses– hasta que a mediados de año sea repuesta a su morada en lo alto.
Subida y bajada, de tal modo, son formas de una veneración que requiere del cuerpo. No podría realizarse sin ese compromiso físico con el acto ritual. Pero además, esa entrega corporal se revela, se dice, por medio de la música indígena que, en la quebrada, resuena incesante esos días de la semana santa.
Los lugareños adoran la Virgen, y lo hacen a través de sus prácticas culturales más raigales y hondas. Así, el sincretismo tiñe la experiencia devota de la Mamita de los Cerros, la Virgen de Copacabana.