Pasó con Carlos Menem y con Fernando de la Rúa. Sus sostenedores y cómplices luego los demonizaron, salvaguardando el plan perpetuo de saqueo, fuga de capitales y renuncia a toda soberanía política y económica. Cuando esa partitura desafina, el poder entrega al director de la orquesta. El peronismo, reciente vencedor, no debe hacer caso a ese canto de sirenas.
La aplastante victoria del peronismo unificado en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (Paso) del domingo pasado abrieron la caja de Pandora que el macrismo mantenía cerrada bajo siete llaves.
No es que sea menos sutil que sus antecesores menemistas y aliancistas, sino que la velocidad de la información y el entrenamiento a que viene sometiendo el dispositivo mediático a la sociedad con sus fake news y operaciones dejó al descubierto con claridad una secuencia que es común en los momentos de crisis del modelo de sometimiento a través del saqueo financiero.
De la euforia a la depresión
La cadena de hechos políticos previa al cataclismo cambiario y bursátil del día siguiente a la derrota de Macri en las Paso –con el dólar y el riesgo país trepando en modo colapso, acompañados por la caída de los títulos públicos y las acciones de las principales empresas– no tuvo carácter secreto, y casi podría decirse que fue divulgada oficialmente con inusual detalle.
Todo empezó antes de las Paso, el viernes 9 de agosto, cuando la osadía propia de la mafia de pacotilla que gobierna manipuló al mercado local, con la complicidad de la consultora Elypsis y del dispositivo de medios hegemónicos, difundiendo en la city porteña una presunta encuesta que daba como ganador al macrismo.
Esa operación se complementó con la autocompra de acciones por parte de al menos dos bancos que están siendo observados por la Comisión Nacional de Valores (CNV) –el Santander Río y el Hsbc– y por el movimiento de capitales que algunas voces en off indican que salieron del Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la Anses, del Banco Nación y de otros fondos oficiales.
Con esa manganeta, el Gobierno montó una escena que daba a entender que “los mercados”, al enterarse de la presunta victoria de Macri, respondieron positivamente, operación que el sábado 10 terminaron de anudar los dos principales cómplices mediáticos, Clarín y La Nación, quienes titularon, respectivamente, “Cierre optimista de los mercados: bajó el riesgo país y la Bolsa subió 7,8%” y “Los mercados creen en las chances del oficialismo”.
En el diario de Héctor Magnetto, en un artículo firmado por Gustavo Bazzan, se pudo leer: “Concretamente, la consultora Elypsis les dijo ayer (por el viernes 9) por la mañana a sus clientes –antes de que abriera el mercado– que la fórmula Macri-Pichetto estaba bien posicionada para enfrentar este domingo las Paso”.
Ese mismo escriba citó a “Poliarquía (dirigida por el consultor Alejandro Catterberg)”, y le adjudicó que “después de informar durante los últimos días que Fernández-Fernández lideraba los sondeos, ayer habló de «empate»”.
“Es evidente que el mercado eligió creerles”, describió Bazzan, algo parecido a lo que en tapa había sentenciado uno de los generales de Clarín, Ricardo Roa, quien aseguró: “Si los mercados votan, votaron ya por Macri”.
El domingo pasó lo que todos saben que ocurrió, una aplastante victoria del Frente de Todos sobre Macri, los mercados y los medios cómplices, pero es en esa operación berreta del viernes 9 cuando debe situarse el comienzo del conteo regresivo que lleva al estallido de una bomba cuya onda expansiva la sufren millones de argentinas y argentinos. El daño de la misma es evitable, pero Macri está dispuesto, como se dijo en esta columna hace siete días, a cometer el mayor perjuicio posible antes de irse.
“Nunca vamos a estar derrotados”
Entre la catarata de exabruptos, insultos y delirios que engalanaron la diatriba que la diputada nacional Elisa Carrió dirigió durante la reunión de Gabinete ampliado del jueves contra los votantes del Frente de Todos, hay una frase que no ha sido lo suficientemente ponderada.
La virtual jefa de campaña de Juntos por el Cambio, en un momento, bramó: “Nunca vamos a estar derrotados”. Ni ella –que es apenas un fusible en todo este asunto– sabe o asume que está hablando por boca de aquellos que son el poder establecido, los que nunca son derrotados del todo. Pero es cierto que el domingo, y eventualmente en octubre, será derrotado un esquema de poder, pero no el modelo, y mucho menos la clase parasitaria que pone en marcha ese programa de saqueo y rapiña cada vez que toma las riendas del país.
Solamente un ejército en retirada, con su alto mando dañado psicológicamente, sin capacidad de reacción ante los incontrastables datos de la realidad, puede dar lugar a la arenga que, en el paroxismo del desquicio político, puso en escena la tenedora del sello Coalición Cívica.
La proclama “¡de Olivos nos van a sacar muertos!”, tiene aristas linderas con la verborrea hitleriana en el búnker de donde, efectivamente, pero en un contexto afortunadamente distinto al de la coyuntura política argentina, el Führer y su círculo más íntimo fueron extraídos.
Por mucho que Carrió y su socia política Patricia Bullrich se empeñen en parodiar, ni la Casa Rosada, ni Olivos son el búnker de Adolfo Hitler, ni Alberto Fernández y el Frente de Todos son el mariscal Gueorgui Zhúkov y el Ejército Rojo entrando en Berlín en 1945.
Es ostensible que en el Gobierno nacional coexisten en estado volátil un ala que entendió con claridad la potencia del cross en la mandíbula que representó el resultado de las Paso, y otra que no se resigna y prefiere operar en estado de guerra con el Frente de Todos, aunque en realidad esté poniéndose –peligrosamente– en los márgenes más alejados del sistema democrático.
Desencajada, la irascible legisladora llamó el jueves a revertir ese resultado que considera, incomprensiblemente, producto de un fraude que sólo podrían cometer quienes tienen bajo su responsabilidad todas las variables del sistema electoral.
La socia del frente gobernante aseguró que “este es el momento de la victoria”, despreciando el hecho contundente del triunfo de la fórmula Fernández-Fernández por una diferencia de 15 puntos.
¿Cómo puede calificarse un discurso que pasa de manifestar un fraude propiciado por el narcotráfico con la frase proferida por Lilia en el Centro Cultural Néstor Kirchner “hay que aceptar el resultado y modificarlo, pero tengo la certeza de que ganamos en octubre”, tal como publicó el mismo jueves Redacción Rosario?
Los aplausos de los asistentes al mitin proselitista disfrazado de reunión de Gabinete ampliado, que sobre el final, y a instancias de Marcos Peña, fueron un asentimiento de pie al discurso de Carrió, muestra que en la balanza del Gobierno los halcones pesan más que las palomas, o bien que no hay tales palomas, y que entender el resultado de una elección no significa que entiendan el resto de la política.
El desprecio que Mauricio Macri ya había manifestado el lunes por los votantes que le dieron la espalda recrudeció cuando Carrió atribuyó la derrota a que “hay muchos tentados en volver a la comodidad del dictador. Del Faraón. O la Faraona”. Y fue en ese momento cuando sentenció: “Nunca vamos a estar derrotados porque nuestra causa es justa”.
Ahora que Jaime Durán Barba se fue del país –no se sabe si para siempre o por cuánto tiempo– pocos recuerdan el último párrafo de su columna “La paranoia totalitaria”, publicada por el diario Perfil del mismo domingo 11 de las Paso. Vale la pena transcribirla, porque el ecuatoriano no se detiene en minucias para describir al poder, pero tiene la picardía necesaria para que un asesinato parezca un accidente: “Hemos vivido la segunda gran revolución tecnológica, que lo cambió todo, como la Industrial de hace dos siglos. No sólo se ha producido una cantidad de riqueza descomunal, sino que vamos de la sociedad industrial, en la que todos luchaban por la riqueza, a una sociedad de la abundancia. La evolución se aceleró y entre los Homo sapiens y las máquinas nacen nuevas especies. Necesitamos estudiar, es lógico que cambiemos y pensemos de otra manera. Los intelectuales, como nunca, deben ser subversivos para ayudar a que la sociedad se adapte al nuevo mundo que ya está entre nosotros”.
Como con Menem y De la Rúa, el poder establecido quiere disciplinar a Alberto F. antes de que llegue a sentarse en el sillón de Rivadavia. No tienen en cuenta dos cosas: que llega junto a Cristina, y que ya lo intentaron con Néstor, con los resultados conocidos.
Un modelo criminal con ejecutores cínicos
Las instancias previas a las llegadas al gobierno de Juan Perón, Néstor Kirchner y Alberto Fernández tienen un común denominador: no lo esperaban. El primero, luego de ser apresado, le escribió una carta a Eva Perón proponiendo dejar todo e irse a vivir juntos ese amor que trascendió las fronteras de la política. El pueblo, al liberarlo, al salir a las calles aquel 17 de octubre, le recordó que había empezado un proceso colectivo y que había que darle continuidad. Consciente de ello, se puso al frente del más gigantesco proceso de transformaciones populares de toda la historia argentina.
Néstor esperaba su chance para 2007, pero los coletazos de la crisis de 2001, el padrinazgo de Eduardo Duhalde y su voluntad de devolverle al peronismo sus banderas para encabezar una etapa de cambios y restauración de derechos, pendiente desde la muerte del general Perón, lo llevaron a la Casa Rosada.
Alberto F. no soñaba con ser el candidato que es ahora, con todo a favor para ser el próximo presidente hasta que Cristina lo ungió como el hombre que debía encabezar la fórmula de un frente que contuviera al peronismo unido y dispuesto a terminar con el criminal régimen que asumió en diciembre de 2015.
En el reverso de esa moneda histórica, en el actual período democrático, Menem y De la Rúa se prepararon toda su vida para llegar a la primera magistratura, y arribaron mediante previsibles internas, ganando luego sendas elecciones presidenciales, sabiendo que eran ellos y nadie más que ellos quienes debían hacerse cargo de la administración del Estado.
Ambos traicionaron sus banderas históricas, abdicaron ante el establishment y sobreactuaron hasta el hartazgo su condición de conversos, endeudando, desindustrializando, empobreciendo y tornando más dependiente que nunca al país, asumiendo el modelo económico y financiero que ya había inaugurado la dictadura cívico militar en 1976.
Macri es una excepción, y para concretar su acceso a la política no debió resignar otra cosa que algunas formalidades derivadas de su rol de empresario, como el traspaso simulado de acciones y titularidades de compañías familiares.
Sin embargo, la victoria en 2015 también lo sorprendió, como les pasó a Néstor y a Alberto con sus candidaturas, pero rápidamente se puso el traje de ejecutor de ese modelo criminal, con las variantes del caso, puesto que a diferencia del riojano y de Chupete, el actual mandatario tiene todas las características de los perversos o, como lo definió el psicoanalista Jorge Alemán: “Macri es un cínico… alguien que piensa exclusivamente en su modo de gozar sin atenerse a ninguna de las consecuencias que eso conlleva”.
Pero una de las trampas que el núcleo de poder dominante despliega en el campo de batalla cultural cada vez que se llega al colapso del modelo, una vez saqueado todo lo que se pudo rapiñar hasta ese momento, es demonizar al protagonista y ejecutor principal de ese programa de expoliación, cargando sobre él todas las culpas, estigmatizando hasta los rasgos que fueron los más elogiados cuando transitaba las cumbres de popularidad o poder.
De ese modo, no es el modelo el que colapsa, sino el títere designado por el establishment para estar en ese lugar, una operación que algún resultado da, porque de otra manera Macri no hubiese llegado merced a millones de votantes.
Esas personas vieron a Macri, no al modelo, y en su declive lo siguen observando a él y no al proceso de quita de derechos, de transferencia de recursos, de concentración de la riqueza y de entrega de los recursos naturales al mejor o más poderoso postor.
Cuando Alberto Fernández llama a “preservar las reservas” del Bcra, y sale a ponderar que “a 60 pesos el dólar está bien”, está definiendo varias cosas a la vez. Que sin ser siquiera presidente electo, su palabra tiene un efecto racionalizador frente al caos de quien su discurso ya perdió todo crédito. Pero además, le está diciendo a “los mercados” que todo tiene un límite, y él va poner límites, y lo advierte aún antes de llegar a la instancia de ser quien manda virtualmente en una transición.
Ese rol tiene riesgos, pero no está mal que los asuma quien detrás suyo tiene, luego de bastante tiempo, al peronismo unido, al movimiento obrero organizado, a casi todos los movimientos sociales, y a la mejor estadista viva de la Argentina, en cuyo seno se concentra casi dos tercios de la potencia electoral del Frente de Todos.
Alberto F. dijo algo que debe ser tomado en cuenta para lo que queda de acá a octubre: “Argentina tiene que saber que todo lo que pueda ayudar voy a ayudar. Pero el Presidente tiene que ocuparse de gobernar, y está en un dilema. Y lo entiendo: tiene que ver si va a prevalecer el candidato o el Presidente”.
El domingo pasado se cerró una etapa. Cristina, luego de yerros que propios y extraños le echaron en cara como si no hubiera hecho otra cosa en ocho años, demostró una estrategia que no sólo resultó vencedora, sino que ratificó su condición de ser la estadista con más densidad y volumen que dio la política argentina junto a Néstor desde la muerte de Juan Perón. Si enfrenta al modelo tomando esas banderas como herencia natural, Alberto F. puede ser la continuidad de esa línea histórica. La Argentina lo necesita, y el pueblo merece vivir y protagonizar nuevamente un proyecto de Nación que incluya a todos y todas.