En los primeros meses del gobierno de Mauricio Macri – el 12 de febrero de 2016 – las ministras y ministros de Educación de todas las provincias, con el titular de la cartera educativa nacional a la cabeza, Esteban Bullrich, firmaron la Declaración de Purmamarca. Algo así como un pacto educativo para “afianzar el valor central de la Educación como principal política de Estado”, y “las bases de una revolución educativa cuyo vértice es la escuela, donde se gesta el futuro del futuro”. Para esa meta se acordó la jerarquización del docente “en su rol de autoridad pedagógica y como agente estratégico de un cambio cultural que continúe poniendo en valor a la Educación”. No pasó mucho tiempo para que quedase en claro que las políticas educativas de Cambiemos hacían todo lo contrario: desinversión educativa, abandono y ataque a la escuela pública, y un particular ensañamiento con la docencia argentina y sus dirigentes sindicales.

Descalificación, palos, represión y muerte. Esa es la respuesta sistemática y planificada que ha recibido el magisterio argentino de parte del gobierno nacional (y sus aliados), y más cuando ha salido a la calle en defensa de sus salarios (para los distraídos, la defensa de las condiciones de trabajo es también la defensa de mejores condiciones para aprender).

Jorgelina Ruiz Díaz y María Cristina Aguilar, las docentes de Chubut que murieron en la ruta el martes pasado cuando volvían de una marcha, no se abrazaron a la docencia para recordarles a sus gobernantes a cada rato que enseñar es un trabajo y por tanto se paga, en tiempo, en forma y bien. Menos para ser víctimas de un Estado ausente (nacional y provincial), que en lugar de cuidar a quienes cuidan, les quite la vida.

A veces parece insólito que cada tanto haya que recordar que quienes eligen la enseñanza lo hacen porque quieren ensanchar horizontes, entrelazar esperanzas, dibujar futuros, tantos como chicas y chicos haya en sus aulas. Porque saben que algo tan breve y simple como un “Chau seño” o un “Hola profe” es un diálogo ganado, que abre infinitas maneras de entrarle a lo que está por venir. Porque el lugar de la docencia son las escuelas, los paseos, los recreos, las comunidades, los sindicatos, también la calle para gritar por las injusticias, para acompañar a quienes sufren. Nunca la muerte en una ruta.

Estamos viviendo la pesadilla de la desprotección más absoluta, más cruel, de un Gobierno que desprecia a sus semejantes y se los hace notar todos los días.

Hoy la docencia argentina está de luto. Hay que acompañar y darle pelea a los titulares que se nos instalan anunciando a secas que “hoy no hay clases”; que no se repita como si nada pasara esa idea tan apurada. Tiene que tocar profundamente a todas y todos que hoy no hay clases porque nos faltan dos maestras. Sus muertes nos tienen que doler de manera solidaria, simplemente humana. Y para que se sepa que el neoliberalismo se materializa así: en políticas de ricos para ricos, de hambre y pobreza extrema para la clase trabajadora, de desprecio a la educación como derecho. Y que también mata: hoy se nos llevó a Jorgelina y a María Cristina, a dos maestras.

 

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