Si la institución “Periodismo Cultural Rosarino” (con comillas y mayúsculas) existiera, todes estarían hablando y escribiendo sobre Bestiario, el disco que Jimmy Club publicó en las redes hace unas semanas. Y estarían exagerando mucho, como corresponde al caso. Pero bueh, ya sabemos que eso no existe, así que no queda otra que hacerse cargo.
A exagerar, entonces: el segundo disco de Jimmy Club llega para ocupar un espacio que no estaba vacío pero que estaba lleno de buenas ideas sueltas que no terminaban de concentrarse en una obra. Bestiario es justamente eso: hacer lo mejor que se puede con los recursos que uno tiene a mano. Una obra propiamente dicha.
Si alguna vez viajaste de madrugada en la primera fila de un colectivo de dos pisos, por una ruta semidesierta, esta es la música que suena en tu cabeza, sin auriculares. Capas y capas de psicodelia que por momentos es discreta y que por otros no tanto, y que nunca empalaga. Incluso el chiste de usar los clichés del rock progresivo, como los vientos –¡hasta una flauta traversa!–, juega a favor, nunca patea en contra. Por si fuera poco hacen pasar desapercibida la única pequeña debilidad de este disco, que son las letras, tratando a la voz como un instrumento más y llevando este recurso al extremo en el primer tema, Peces en guerra, a lo Cocteau Twins.
En fin, que el concepto del disco cierre como un paquetito perfectamente cúbico con papel de envolver blanco y cinta de moño rojo no quiere decir que sea monótono: juega con los géneros, los usa en su búsqueda de diversión. Y acá me quiero detener en la idea de diversión. Para el común de los mortales, divertirse con la música significa cumbia, Vilma Palma e vampiros, carnaval carioca y ese mambo. Está perfecto, todos nos pusimos la corbata de vincha alguna vez, nadie te puede juzgar por eso, aguante todo. Pero para los superhéroes ñoños postadolescentes de Jimmy Club la cosa pasa por ver cuánto firulete se le puede poner a una canción sin que se le noten las costuras, sin que digas “Uf, la están batiendo”. Me los imagino reírse como Beavis and Butthead frente a la consola del estudio festejando un arreglo de flauta dulce.
Bestiario es, de alguna manera, una muestra preciosa de lo que se cocina hoy en lo que alguna vez debería terminar siendo la escena musical rosarina. Hay lazos de solidaridad, autogestión y experimentación que dan resultados. Es absolutamente esperanzador y me hace muy feliz. Espero los discos y los shows por venir riendo como Beavis and Butthead.
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Sofía Aldasoro
15/10/2019 en 21:39
Me dieron ganas de escuchar «Bestiario». Que gran nota!