La remontada macrista entre las primarias y las generales confirma que en la alianza entre la Unión Cívica Radical y los chetos del Pro, el antiperonismo, ha encontrado una expresión electoral que se sostiene a pesar de su perfil neoliberal salvaje. Por ende, el peronismo y el movimiento nacional, popular, progresista, feminista, federal, afrontan el desafío de sostener, consolidar y acrecentar el nivel de unidad que permitió el triunfo de este 27 de octubre, fecha que ya no dejará de asociarse al recuerdo de Néstor Carlos Kirchner, refundador de ese cobijo y ese sentimiento de los trabajadores y los humildes de la Argentina que se parió desde aquél tiempo de Juan Domingo y Evita.

No es fácil la unidad. Menos cuando se ejerce el poder del Estado. Es notorio que la unidad comienza a resquebrajarse incluso antes de ejercer el poder. Apenas se huele la victoria, como sucedió en las elecciones primarias, resurgen tironeos y mezquindades en el microclima de la dirigencia y la militancia, se pierden de vista los objetivos principales, se vuelve a la campaña hacia adentro, a la puja por los cargos, los despachos, las cajas. Tal vez en esa distracción pueda explicarse que Macri haya levantado claramente su porcentaje de votos y el Frente de Todos casi nada.

El modo de gestionar desde el Estado es clave para ese desafío de sostener y ampliar la unidad. Sobre todo en sus segundo y tercer mandato anteriores, el peronismo refundado en base al cultivo de las mil flores pareció no poder congeniar la lógica del reparto de espacios estatales a la amplia paleta de colores que convocó con la necesidad de gestionar con la coherencia, la eficiencia, la honestidad y el compromiso acordes a la situación del país. Las organizaciones que tuvieron referentes en distintos cargos en general se inclinaron más por garantizar la sobrevivencia propia que por aportar a la transformación necesaria para avanzar con más firmeza hacia la justicia social, la independencia económica, la soberanía política. Se alambraron las dependencias estatales, se distribuyeron recursos casi caprichosamente y muchas veces con afán “disciplinador”, se premió más la acumulación para el grupo que para el pueblo. Esto fue posible después de la recuperación del país impulsada por las políticas macro. La baja del desempleo, la pobreza y la indigencia permitieron esos lujos.

Hoy, la situación es otra. Mucho más parecida a la de 2003 que a la de 2007 y 2011. Néstor ya no está en estos territorios, pero su impronta de esa primera etapa, de contacto directo con el pueblo y sus necesidades, de respuestas concretas y profundas, debería resucitar en alma y cuerpo para reconstruir lo destruido en estos últimos cuatro años.

Claro que tampoco se trata de pasar a despreciar la construcción cotidiana, legítima y necesaria de las “orgas” que confluyen y confluyan en la unidad a sostener y hacer crecer; para pasar a suponer que las soluciones vendrán solamente de la mano de los meramente “técnicos”, de los que se declaran ateos de “la política” pero se instalan en el Estado y también pretender alambrar, en este caso desde una supuesta capacidad académicoaséptica, con una frialdad propia de los adoradores de las estadísticas, la acción reparadora que millones necesitan.

Unos y otros son necesarios, tanto como una conducción que los oriente desde sus especificidades a una visión bien amplia, tolerante, que combine teoría y práctica, corto plazo y proyección.

La conducción “por arriba” fue clave para llegar hasta acá. Cristina Fernández de Kirchner supo generar el espacio para una fuerza electoral que derrote al macrismo y Alberto Fernández supo estar a la altura del convite al liderazgo. Los vaticinios de no menos de dos períodos macristas chocaron contra un nivel de unidad del peronismo y compañía que sumó justo para un triunfo en primera vuelta, para una salida vía urnas, que hizo chocar también a los otros vaticinios, los de desmadre.

Así, la dirigencia más encumbrada se mostró acorde a la conducción “por abajo”, la del pueblo y sus organizaciones libres, sus movilizaciones “espontáneas” que en realidad son fruto de una conciencia de lucha transmitida de generación en generación a lo largo de toda una historia. El pueblo fue el que marcó lo imprescindible de la unidad, el que fijó prioridades. Y hasta las elecciones primarias, las correas de transmisión entre dirigencia y bases respondieron, cumplieron el cometido. Pero tal vez por lo holgado del resultado, desde agosto levantaron el pie del acelerador, se corrieron del camino principal y se enredaron en las colectoras. Igual se ganó.

Ahora hay que gobernar para reparar y reconstruir, pasaron cosas terribles, la tarea por hacer es gigante, no es tiempo de dudas en las conducciones, no es tiempo de justificaciones y autocomplacencias en los cuadros medios y sus estructuras. No se trata de ingenuidades, de expresiones de deseo, de buenas y cómodas intenciones. Se trata de no olvidar que el lobo feroz existe, sigue erguido y feroz; y nosotros todavía no terminamos de hacer la casita que no pueda derrumbar con sus soplidos.

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