El Eslabón aprovechó la visita del autor juninense a Rosario para charlar sobre literatura, su obra. También criticó a las máquinas que producen sentido, la pulsión anti intelectual que predomina en la esfera pública y reflexionó sobre el lugar exiguo de los escritores en esa contienda.
El escritor y ensayista Juan José Becerra (Junín, 1965) estuvo el fin de semana pasado en Rosario presentando Felicidades, (Seix Barral, 2019) su última novela, en una nueva edición de encuentro itinerante, un espacio que reúne a escritores, lectores y críticos, apostando a la difusión de la literatura y el pensamiento. En el auditorio de la librería Paradoxa, Becerra habló de todo menos de la novela que, no es sobre Cortázar, pero sí es uno de sus temas. El protagonista, Andrés Guerrero, un presunto experto en literatura es elegido por el Museo Nacional de Bellas Artes para armar una muestra en homenaje al autor de Rayuela en el centenario de su nacimiento. En un viaje por la ciudades europeas donde Julio Cortázar dejó su huella, Guerrero sufre una transformación total, y empieza a banquinear diciendo todo lo que piensa. “Yo no tengo casi nada que ver, no soy tan sarpado, me encantaría decirle barbaridades a Mirtha Legrand, pero no sé si me animaría”. Dentro de la cultura mainstream, Becerra siempre encuentra la manera de dejar salir cierta animalidad en su modo de escritura, que tiene que ver con su interés por la relación del arte con la vida. “La vida es transgenérica, ¿es un melodrama? ¿es un policial? ¿es una tragedia? ¿es una comedia? ¿es una novela de aventuras? Bueno, es todo eso con sus respectivos lenguajes. Es una deriva. Y yo creo que la literatura, si tiene algún interés en referirla, debería estar atenta a todas las prestaciones literarias que te da la vida y que son miles. Los cambios de registro y de género son inesperados, no los cambia uno, a mí siempre me pareció evidente eso”.
Becerra publicó en total 14 libros, entre ellos, los ensayos Grasa (Planeta, 2007), La vaca, Viaje a la pampa carnívora (2007), y las novelas Miles de años (Emecé, 2004), Toda la verdad (Seix Barral, 2010), El artista más grande del mundo (Seix Barral, 2017) y El espectáculo del tiempo (Seix Barral, 2015) una de sus obras más valoradas por la crítica y los lectores. Justamente, el tiempo es una de las inquietudes del autor. “El repertorio te lo dan los años pero lo que siempre está presente es esa angustia con el tiempo. El gran problema terminal es ese, el tema verdaderamente común, y creo que es el corazón del arte ¿por qué existe el arte?, ¿en nombre de producir belleza? En nombre de reparar lo que se va”.
A la mañana siguiente de la presentación lo fuimos a buscar al hotel para entrevistarlo. Cuando bajó tenía en una mano su bolso listo para pegarse la vuelta a La Plata y en la otra un librito azul de tapas blandas. “Lo encontré acá en el hotel cuando fui a enchufar el teléfono. Así que me lo robé, está buenísimo”. Era La caspa del punk (2017, Abend) del jovencísimo Manuel Díaz, una perla local. Nos quedamos asombrados por el hallazgo. ¿Será esa relación tan personal que tienen los escritores con el azar? Todo muy cortazariano. O arltiano, porque se lo afanó. De ahí nos fuimos a Capote, donde Becerra desayuna por segunda vez, y empezamos a charlar.
–Yo soy muy antiporteño. Me encanta Buenos Aires pero veo corrientes de ideas y de conductas demasiado cristalizadas, contra lo que no se puede discutir. Capaz que eso es lo que pasa en las grandes ciudades y no es solamente de Buenos Aires. Pero yo, como soy provinciano, tengo una percepción martinfierrista de esas culturas, de retobado. Sospecho de todo lo que se consagra en Buenos Aires, que es además el único escenario que consagra. ¿Vos pensás que en Buenos Aires hay muchos mejores libros que este en las grandes editoriales? (agita con la mano el libro de Manu Díaz) Te aseguro que no. Lo que no me resulta convincente es que veo que la boludez es un género muy extensivo, pero en casi todos los campos. Creo que hay una masa crítica de lenguaje utilizado para sostener lugares comunes, de culturas dudosas, nombres propios con un brillo inexplicable y en el fondo mi decepción es ver que por ahi la civilización funciona así. Quiero decir, eso es la civilización, entonces el resorte que me ata a mi lado más salvaje con el que trato de escapar hacia la cultura (porque yo no me olvido que escribo libros), cada tanto me regresa.
–Pero vos estás más adentro que afuera.
–Estoy re adentro, publico mis libros en una editorial mainstream, soy editor de otra editorial mainstream, escribo para lugares mercenarios más o menos visibles. ¿Por qué estoy ahí? Supongo que en primer lugar por vanidad, es fácil de responder. Pero al mismo tiempo esa vanidad me cae pésimo. Por ahora sigo con la contradicción, ya veremos si soy un indio o un soldado. Yo no siento una incomodidad personal, pero cuando me pongo a leer a fondo esos sistemas, no me gustan, como no me gusta ninguno de los sistemas que integro. Cuando te das cuenta de eso, que es el momento punk de la vida, y que no creo que sea a los 15, todo empieza a perder sentido, o se empieza a aplanar esa geografía de intensidades que es la vida.
–En la presentación dijiste que el escritor no tiene cabida en las discusiones públicas.
–Es que la literatura no está ahí, en la esfera pública, como dice Alexander Kluge o como lo plantea Sarlo, en el escenario donde circulan los discursos públicos. El único que está ahí es (Jorge) Asís, es el único que puede intervenir con literatura en la esfera pública o en la televisión, porque cuando entra en escena ni la velocidad de la televisión ni la poética de la TV se lo llevan puesto. Es como un bloque de cemento, que es imposible que se lo lleve cualquier río por más fuerza que traiga, Él se planta y habla como quiere, dice lo que quiere, y eso para mí es un acto literario en la televisión. Yo amo ese personaje en la tele. Es el permitido de la televisión, junto con Sarlo. ¿Por qué razón en la esfera pública, donde todo lo que está en juego son los intereses a través del lenguaje, no tienen cabida las personas que tienen una relación con el lenguaje y la producción de sentido? La literatura tiene mucho que decirle a la política, o por lo menos podría manifestarse con algún interés público en las discusiones colectivas. Llevalo un día a Martín Kohan, a Alan Pauls, que son tipos reflexivos, argumentativos. Van a poner en sospecha el escenario al que los invitan. Hay un modo de producir sentido en la literatura que en muchos casos es muy reveladora.
–Saer también plantea que la literatura hace un tratamiento específico del mundo.
–Justamente si leíste los cuadernos de Saer, vas a ver que era el enemigo número del periodismo. Hoy, en la Argentina de las actividades, la peor ejercida es el periodismo. Es peor que la medicina ilegal. Hablo de periodismo industrial, de las máquinas, las máquinas que producen sentido y las que destilan una lírica cuyo resultado es ver personas que hablan como la televisión, no sabés si desenchufarlos o decirles “no me hables más”. Y digo, ¿esa persona no hizo nada por sí misma? Eso me aterra. Re pega repetir “se robaron un PBI”, pero, qué se yo, mínimo googleá cuánta guita es un PBI. Y eso no puede tener un valor, y sin embargo lo tiene y es desesperante. Entonces ¿qué puede hacer un Kohan si le dicen eso? “Bueno, vamos a ajustar el sentido al objeto del que estas hablando”. Y como hay un peligro en hacer eso, porque hay una pulsión antiintelectual tremenda en la televisión, porque el pensamiento pide tiempo, mínimo, entonces nadie puede decir dejame pensar 10 segundos porque pasan a otra cosa.
–Bueno, hablemos un poco de Felicidades, al final, ¿es un libro que querés?
–Mirá, yo recibí reproches de dos lectores que quiero y admiro mucho, Martín Prieto, que es mi amigo, y Beatriz Sarlo, que no es mi amiga pero mas o menos. Los dos me dijeron que les pareció buenísima la novela pero en la primera parte. La segunda, ¿para qué? Beatriz me preguntó: ¿Qué necesidad tenías de escribir eso, y el lector de leerlo? Y para mí fue un re elogio. ¿Vos me estás diciendo que me sobró media novela? Es el mejor elogio que me podés hacer, porque eso que yo hice no está justificado. Y curiosamente es la parte de la novela sobre la vida, no sobre el arte. Y la vida es lo que más me interesa a mí. La parte más afectiva. Porque para mí, sin afecto, más vale no hacer nada. No digo clavar un clavo con afecto, hablo de las cuestiones vinculadas a la manifestación humana, porque lo que no es afecto es mecánico, y en mis primeros libros predominó la mecánica y fui muy temeroso de lo afectivo, porque el afecto no tiene mucho prestigio.
–Supongo que los escritores que más nos gustan son los que escriben con las tripas.
–Es que hay libros con los que tenés una relación de amor, no sé, Puig, Proust, por ejemplo, cuando yo leí El Pasado de Alan Pauls (debo haber sido uno de los primeros lectores del libro), le dije, boludo me hiciste llorar. Cuando vos sentís una emoción frente a un objeto, creo que es un estado de debilidad, pero no es que sos débil, pero el objeto te debilitó, entró en vos. Estoy hablando de un objeto de arte. Al menos en este momento yo no me relaciono con un objeto de arte para mi propia fortaleza, no voy a competir con el objeto artístico en nombre de mi fortaleza para juzgarlo, leerlo, encontrarle sentido. En alguna medida sí, claro, pero cuando aparece un objeto que penetra en vos y produce una emoción, una relación de afecto, es ahí donde veo una obra de arte. Las obras de arte son objetos calientes, y hace 20 años hubiera dicho que no.
–En varios artículos te metes con los autores que tienen obras de iniciación y que reúnen estas características y se me ocurre que Cortázar es un rockstar como vos decis, que está ahí
–Es que yo creo que la literatura es para jóvenes, me parece que lo que siente un joven cuando lee, el impacto que produce el libro amado en el lector joven es una experiencia vital tan intensa como un trauma, no se te olvida jamás. Por eso a mi me gustan mucho esos escritores anti Aguinis, no podés escribir novelas para señoras que están preocupadas porque no pueden comprar dólares. Vos tenes que escribir para la catástrofe, para producir en esa pulsión sensible que es la juventud, una vuelta de campana que le haga pensar al joven que el mundo podría no ser como es. Es una cosa super trillada lo que digo, pero yo lo sentí con Cortázar. No lo sentí con Bolaño porque lo leí de grande (mi hijo lo leyó y “flasheó banda”). Pero sí en cierta medida lo pude sentir con Kerouac, sobre todo porque son tipos que si te los ponés a analizar como obra literaria, por ahí tenés reproches que hacerles. Ahora, el golpe que producen esas lecturas tempranas, te atonta y te aviva.
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