“Tenemos que formar científicos sensibles, que sean capaces de recibir crítica. Y necesitamos que haya un feedback entre una ciencia y tecnología al servicio de un proyecto nacional y una política que se base en eso para tomar sus decisiones confiando en sus científicos”, subrayó Guillermo Montero, ex decano de la Facultad de Ciencias Agrarias y actual secretario de la flamante Área de Ciencia, Tecnología e Innovación para el Desarrollo, Planificación y Gestión de la Universidad Nacional de Rosario. El también ingeniero agrónomo, dialogó con el semanario El Eslabón respecto del rol de la ciencia y de la información a la par que el país se moviliza, discute y valoriza el agua mendocina, y mientras en Cuyo las manifestaciones crecen e interpelan al poder político por el uso de químicos tóxicos para el desarrollo de la megaminería.
Guillermo Montero habló durante más de una hora. Sentado en una reposera, tomando mate y pausando la entrevista para mostrar los pájaros que irrumpen en el patio de su casa o remarcar cómo una y otra vez vuelve a hablar de la agronomía y los modelos posibles. Afuera, reina la incertidumbre: ¿Qué significa el anuncio del gobernador mendocino Rodolfo Suárez? ¿No reglamentar es sinónimo de derogar? ¿Habrá o no contaminación y megaminería en Mendoza? La charla con este medio no busca explicar qué sucede en la provincia cuyana o qué es la megaminería, sino preguntarse y reflexionar sobre por qué en Rosario tenemos que informarnos, preocuparnos, movilizarnos y organizarnos frente a estas decisiones políticas. Montero hace hincapié en conceptos como sustentabilidad, externalidades negativas, pero sobre todo en la necesidad de escuchar a los científicos por un lado y de formar científicos militantes por el otro.
—¿De qué trata el Área de Ciencia, Tecnología e Innovación para el Desarrollo creada en esta nueva gestión y que tenés a cargo?
—Uno de los desafíos que tenemos es que el conocimiento que genera la Universidad se pueda transformar en soluciones para la sociedad. Y que, a su vez, ese conocimiento se pueda transformar hacia adentro y permita que pensemos cosas que no estamos investigando. Es decir, que no parezca que somos los que sabemos todo y sólo le damos a la sociedad. Es necesario que vaya y venga.
—Una de las direcciones que tenés a cargo es la de Innovación para el Desarrollo, que incluye temáticas referidas a la responsabilidad ambiental y la activación productiva, entre otras. Pensando en la coyuntura nacional, ¿qué se propone y aporta esa dirección?
—Hay mucho por definir. Primero, qué se entiende por desarrollo y cuál es el desarrollo que vamos a llevar adelante. Ya con eso entran algunos conflictos. Por ejemplo, en Mendoza. El gobernador planteó que con este proyecto de megaminería está generando trabajo, validando así la acción política pero con un posicionamiento científico también. Y eso es discutible, porque el mundo científico está haciendo planteos al respecto. Lo que hay que plantear es que hay modelos de desarrollo que cimientan la dependencia y hay modelos de desarrollo para la liberación, y preguntarse qué rol va a tomar la Universidad frente a eso. Mi área de trabajo es la agricultura, y yo me niego a pensar que hay un único modelo de producción agropecuaria. Parece que si no es el modelo glifosato-soja dependiente, no podemos producir. O que no podemos producir soja si no es con ese modelo, o que si no, no podemos generar trabajo. Y cuando cuestionamos, cuando mencionamos las externalidades negativas como el daño ambiental, nos dicen que son cosas que lamentablemente ocurren porque si no, no hay desarrollo. Y eso es mentira. Hay otras alternativas. Y a la Universidad lo que le corresponde es tratar de desarrollar esas alternativas, ponerlas al servicio de la gente y lograr que tengan rentabilidad también. La transformación del ecosistema no va a ocurrir si no hay una rentabilidad adecuada. Por eso, además de producir de otra manera, tiene que haber intervención del Estado. Si no, queda como algo romántico.
—¿Y cómo se puede plantear esto pensando en la pelea que se está dando en Mendoza?
—Lo que ocurre en Mendoza es muy determinante. Tanto esa provincia, como la región de Cuyo, dependen del agua que está en la montaña. Vos no podrías tener toda la producción vitivinícola, hortícola y frutícola, todos los árboles que hay, si no hubiera un aprovechamiento extraordinario del agua. Ahora, lo que sucede es que las acciones del cambio climático son las que están generando que haya menos hielo en la Cordillera y ese es el motivo de la tremenda sequía que está sufriendo Mendoza. Y encima de que hay efectos globales, ¿vamos a contaminar la poca agua que hay?
Esto generó una movilización popular por una cuestión ambiental, cuando ya había un acuerdo político de las fuerzas mayoritarias para lograrlo. Esto no fue el decreto de un gobernador, fue un acuerdo político. Eso es lo que hay que pensar. Y desde el mundo científico lo que hay que plantear es que hay otros modelos.
—En ese sentido, se habla mucho de sustentabilidad. ¿Qué es? ¿Qué se plantea cuando se habla de un modelo de producción sustentable?
—Tiene que ver con que la producción que hacemos hoy se pueda seguir haciendo en el tiempo y con cuestionarnos en términos ecológicos: cómo estamos produciendo, cómo estamos transformando el ambiente. Las actividades económicas y productivas producen alteraciones ambientales, pero alteraciones que nos pueden llevar a estados de equilibrio. ¿Viste ese concepto? ¿Resiliencia? Es eso, volver a encontrar un estado de equilibrio. Y la sustentabilidad tiene que ver con producir en ecosistemas que sean más estables en el tiempo, que puedan sostener niveles de productividad. Básicamente, para allá va el enfoque. Y pensar un área en la UNR al respecto, es pensar desde cómo vamos a hacer una UNR más sustentable hasta pensar en alternativas energéticas, en cómo construimos, cómo crece la ciudad, cómo ordenamos los territorios, cómo nos posicionamos frente al cambio climático y los diferentes problemas globales. Esto va desde lo de Mendoza hasta lo que sucede acá con el Paraná (por la histórica bajante). Las fluctuaciones que hay y cómo esos ciclos que se daban en el tiempo, se dan cada vez más rápido. Hay que estudiar esas cosas, enfrentar esas problemáticas y prepararnos para un mundo cambiante. Desde lo productivo y desde lo ambiental. A mí, lo que me jode es pensar que haya una contradicción entre lo productivo y lo ambiental. Creo que la contradicción es no pensar que hay otras formas de producir.
— Volviendo a la coyuntura nacional y al nudo de la nota, ¿por qué considerás que, a tantos kilómetros, hay que debatir, comprometerse como sociedad y Universidad, con las luchas que se dan en Mendoza o Chubut?
—Hay dos aspectos. Hay problemas globales sobre los que hay que tomar conciencia, ocurran donde ocurran. Pensar en lo que ocurre con el agua en la zona semiárida, o en el este, en el oeste, en el norte, todo es una situación global para Argentina. Ya hay una disminución de los hielos en la Cordillera y ese es el motivo de la tremenda sequía que hay Mendoza. Entonces, si el recurso es escaso, ¿vamos a contaminar el agua para obtener recursos fáciles de las minas? Bueno, ahí ya no nos queda nada. A lo mejor esto en la región pampeana no tiene un efecto directo, pero pensá en la cuenca del río Desaguadero y todas las provincias por las que pasa hasta el mar. Por todos esos lugares van a pasar el cianuro y todas las porquerías que utilizan. O sea, por cómo funcionan los ecosistemas, esta contaminación va a influir en lugares bastante alejados de los lugares donde se aplica. El problema directo en Mendoza es que se trata del agua que toma la gente y que usan para la agricultura, justo cuando hay una crisis de sequía extraordinaria. O sea que la sensibilidad social es importante al respecto.
—¿Y el otro aspecto?
—Que hay que discutir otras cosas. Hay retenciones en el agro, impuestos globales, y ¿qué pagan las mineras? ¿Por qué no está regulado cuánto extraen? ¿Cómo puede ser que las petroleras declaren cuantos barriles sacaron y no haya un control específico al respecto? Hay un montón de cosas que vamos a tener que enfrentar desde la política, y que espero que la podamos transformar.
—Eso plantea un desafío para las instituciones y las universidades no sólo a la hora de formar científicos, sino también de formar a la sociedad. Por ejemplo, que los y las legisladoras sepan que hay alternativas, otros modelos de desarrollo…
—Eso tiene que ver con formar científicos sensibles, que sean capaz de recibir una crítica, que pueda haber un feedback en donde la ciencia y la tecnología estén al servicio de un proyecto nacional, y que los políticos se basen en eso para tomar sus decisiones confiando en sus científicos. La tarea militante tiene que involucrar a los científicos. Y lo otro tiene que ver con las áreas de comunicación en y de la ciencia. Es algo que en la UNR estamos revalorizando. Buscar una forma de comunicar, de contarlo, es algo a estudiar, ¿no?
—Pensando en tu antiguo rol como decano de Ciencias Agrarias, suele haber cierta incomodidad entre las personas que ocupan lugares de poder y toma de decisiones y estos modelos de desarrollo, económicos, que se disputan…
—La incomodidad existió siempre. Me parece que hay un cambio y eso tiene que ver con las externalidades negativas que produce el modelo que nos dijeron que era el único. Son tan evidentes lo efectos adversos que nos están empezando a llamar para ver las cosas de otra manera. Las externalidades produjeron un sistema en donde los mismos defensores de ese modelo (siembra directa – soja – glifosato) nos empezaron a buscar para poner diversidad en las áreas de cultivo, para generar estabilidad, para buscar flora que ya no estaba… porque ya tenían la crisis adentro. El debate de que hay que producir de otra manera no es sólo de los que tienen conciencia, sino también de los que tienen el problema en el campo. Hay otra cosa también, y es el empoderamiento del pueblo sobre algunas temáticas, poniéndole freno a algunas cosas. Como en el caso de Mendoza. Y esto va a tener que pensarlo todo el mundo, porque hay determinadas cuestiones que no van a ocurrir, no se van a permitir. Todo eso hace más fácil llevar adelante la discusión. El desafío es poder transformar el modelo y que las políticas de estado tengan que ver con esto.
“No hay que cometer los mismos errores que antes”
El 25 de agosto de este año, Guillermo Montero participó del Encuentro Nacional de Investigadores de Ciencias Ambientales realizado en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (Fauba). En la misma, se trazó una Agenda Ambiental Federal para el 2020 y se puso como objetivo armar un grupo interdisciplinario enfocado en el diseño de políticas públicas. “Yo creo que fue un hito”, dice, meses más tarde, Montero. “Fue reconocer que hay muchos compañeros militando en esto y que el mundo de la ciencia tiene algo que contarle a la política para no cometer los mismos errores que antes. Esto hay que decirlo, la política ambiental del kirchnerismo no fue buena. Y ahora tenemos la oportunidad de enfrentar las cosas de otra manera”.
Las temáticas que se pusieron en discusión durante el Encuentro fueron: el uso indiscriminado de agrotóxicos, el calentamiento global, el cambio climático, el manejo de los recursos del Mar Argentino, la pérdida de la soberanía alimentaria, la mega minería, la deforestación de bosques nativos y el avance de la frontera agrícola. Y a la vez se compartieron cinco principios básicos:
* Cualquier proyecto emancipador del futuro debe tener en cuenta la preservación de la naturaleza.
* El ambiente no es una dimensión externa del desarrollo y protegerlo no es un freno al progreso.
* Existe una relación dialógica entre la justicia social y la justicia ambiental. Respetar a la naturaleza debe ser una obligación.
* Es imposible pensar un modelo de desarrollo sin agricultura, pero sí es posible obtener mayor justicia ambiental.
* La agroecología tiene que ser el futuro de nuestra producción de alimentos.
“Nos juntamos para marcarle un poco la agenda al gobierno de Alberto Fernández, decirle que tenga en cuenta que hay otros modelos y otra formas. Hay una lucha interna entre quienes administran y entre quienes lo vemos de otra manera y sostenemos que se pueden conseguir recursos. Yo tengo esperanza. Siento que hay una aceptación a hablar más con el mundo de la ciencia y la tecnología y que ese mundo influya sobre la política. Y también una sensibilidad en el mundo de la ciencia y la tecnología a permitirse ser interpelado por la sociedad, eso está claro. Porque si no, somos los iluminados que le dicen a la gente lo que hay que decir, y no es así. Hay que enfrentar y solucionar problemas”, rescató Montero.
En ese sentido, el ingeniero agrónomo remarcó que así como existen estructuras conservadoras dentro del movimiento popular, también crece con fuerza el compromiso de grupos intelectuales “que empezaron a dedicar tiempo para salir del laboratorio y empezar a militar y a tratar de cambiar las cosas. Un poco contando lo que saben e interpelándose por lo que necesitan saber. Pero es un camino, un proceso. La idea del encuentro de agosto en la Fauba fue esa y me mantento esperanzado”.
Fuente: El Eslabón
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