Un 22 de enero de 2010, Evo Morales asumió su segundo mandato al frente del gobierno boliviano. Ese día, además, se consagraba el Día del Estado Plurinacional de Bolivia y se establecía como feriado patrio. Aunque el referendo de aprobación de la primera Constitución que reconocía el carácter plurinacional de un Estado americano se había realizado un 25 de enero y la promulgación de la misma había sucedido un 7 de febrero. La elección como fecha para la toma del poder en 2005 no fue una casualidad: ese día se cumplían cuatro años de su expulsión de la Cámara de Diputados en 2002, cuando Evo Morales debió enfrentar un juicio político.
Este 2020, la ocasión debía significar un nuevo festejo en el marco del comienzo de un tercer periodo de gobierno. Pero la diferencia obtenida en las elecciones del 20 de octubre de 2019 por parte de Morales (diez puntos sobre el segundo, pero superando por décimas el piso necesario para ganar en primera vuelta) provocó una serie de manifestaciones en denuncia de fraude que rápidamente fueron utilizadas por sectores de la derecha reaccionaria para transformar el descontento social en un golpe de Estado.
Entonces, ahora, Evo se presenta al frente de una multitud, pero esta vez en el estadio del club Deportivo Español, en el barrio porteño del Bajo Flores. Y como exiliado. En el mismo momento, en Bolivia, el gobierno ilegal de Jeanine Áñez despliega las fuerzas policiales y militares para evitar las movilizaciones.
El 10 de noviembre pasado, junto al vicepresidente Álvaro García Linera, los mandatarios elegidos democráticamente presentaron la renuncia, que recién este martes pasado fue aceptada por la Asamblea Nacional. Ambos están asilados en la Argentina.

“La década de oro del continente no ha sido gratis. Ha sido la lucha de ustedes, desde abajo, desde los sindicatos, desde la universidad, de los barrios, la que ha dado lugar al ciclo revolucionario. No ha caído del cielo esta primera oleada”, había escrito García Linera los primeros días posteriores al exilio.
Esta tarde del 22 de enero de 2020 en Buenos Aires, los acompaña Luis Arce, el ex ministro de Economía, artífice del modelo de desarrollo e inclusión que rompió con todos los parámetros y desvío la línea histórica de dependencia y subordinación. También es quien encabeza –junto al excanciller David Choquehuanca como vice– la lista de candidatos para las elecciones del próximo 3 de mayo.
La parte maldita
Evo no renunció/Evo no renunció/ fue un golpe de Estado la puta madre que lo parió.
La multitud avanza y canta para ingresar a la cancha del Deportivo Español. El sol cae de punta y parece hervir la piel. El humo de los puestos de choripanes, pollo frito o salchipapas, se entremezclan con los vendedores de whipalas o banderas bolivianas, refrescos y marcianitos de pura fruta. En los alrededores, una pequeña patria latinoamericana copa el Bajo Flores.
“Hoy día, 10 de noviembre, los humildes, los trabajadores, los aymaras y quechuas, empezamos el largo camino de la resistencia, para defender los logros históricos del primer gobierno indígena que termina hoy, con mi renuncia obligada a la Presidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, producto de un golpe de Estado político cívico policial”, dice la carta que los líderes del Movimiento al Socialismo (MAS) presentaron hace poco más de dos meses. Esa resistencia es protagonizada por los movimientos sociales, sindicales y políticos, que se hicieron presentes el miércoles para brindarle su respaldo y celebrar un nuevo aniversario de uno de los acontecimientos políticos más singulares de la historia reciente del continente.


Hay remeras que llevan escrito a mano “Patria sí, colonia no”, carteles que dicen “Fuera yanquis”. Familias sentadas en ronda. Doñas en cuclillas contra las vallas. Los primeros amontonamientos que se van desprendiendo en grupos y, después, en nuevos amontonamientos. Bebés tomando la mamadera bajo la protección de una carpa compuesta por remeras tendidas. Es lenta la espera bajo el sol tórrido, a medida que por el escenario desfilan los grupos de danzas y los números musicales. Los animadores arengan a la multitud que va ocupando los huecos libres, poblando de colorido el terreno de juego. Los chicos juegan y bailan, los artistas salen y entran de los camarines vestidos con sus ropas típicas.
“Evo no está solo, carajo”, se grita como una síntesis de lo que se vive esa tarde en Deportivo Español. Esa es la franca verdad de los que vinieron a acompañar al líder asilado mientras que, en su país, su pueblo es masacrado. Están los rostros morenos, las cholitas, los sicus, los bailes, las comidas y bebidas tradicionales, las prendas de lanas coloridas, los acentos pausados y melodiosos, las voces aymaras, un futuro andino recortado en la mirada de los chicos. El corazón de lo otro posible en América latiendo ante la imposición unilateral del futuro occidental de automatización, robotización, hedonismo, extractivismo y deshumanización.
“La constitución plurinacional –explica uno de los que vinieron a reunirse–, supone pensar otra forma de relación con la madre tierra y, por lo tanto, otros modos de producción e intercambio”. Y no es sólo material, sino también de las energías sociales, las mismas que, esta tarde en Deportivo Español, se vuelven totalmente visibles.
Es por eso que el neoliberalismo llega a Bolivia con su rostro de evangelismo fanático queriendo licuar la cuestión étnica. El “caso boliviano” exhibe toda la intolerancia de la racionalidad liberal, incapaz de asimilar alternativas que, incluso, logran radicalizar y consumar sus propios postulados democráticos. Ese desorden organizado que hoy toma cuerpo en la Ciudad de Buenos Aires, es inasimilable para los cálculos de las mentes del rendimiento y la maximización de ganancias. Y se vuelve inadmisible cuando el país del “mal ejemplo” consigue resultados económicos y sociales imposibles para sus “países piloto”. Como se demostró dos días antes de la ratificación electoral de Evo Morales, cuando el “modelo de exportación” del Chile de Sebastián Piñera entró de lleno a una crisis inédita que lo obligó a mostrar su peor rostro represivo.
La venganza
A principios de 2002, Evo Morales, a pesar de haber sido el candidato nominal que más votos obtuvo, fue destituido de su cargo como diputado. Cinco meses después, tras quedar segundo en las elecciones presidenciales de junio, se transformó en el referente de la principal fuerza de oposición a Gonzalo Sánchez de Lozada, el presidente boliviano que hablaba mejor el inglés que el castellano. Y comenzó a desandar el camino que lo llevó al Palacio Quemado desde donde condujo la transformación económica, política, social y cultural, más significativa de la historia boliviana.
El golpe del 10 de noviembre abrió una nueva etapa de la ofensiva norteamericana en la región sur del continente. Con su alineamiento estratégico con los Estados Unidos, el Brasil de Jair Bolsonaro fue el primero en reconocer el gobierno ilegal de Jeannine Áñez, en horas en que la justicia de su país dejaba en libertad al ex presidente Luiz Inacio Lula Da Silva, el “reo fundacional” de su llegada al poder. Sumado al fracaso de los empellones contra el gobierno venezolano de Nicolás Maduro, la administración de Donald Trump, acechado por el impeachment abierto en el Congreso, divisó en la asonada boliviana la oportunidad de consolidar su presencia en una región convulsionada con los levantamientos de Chile, Ecuador y Colombia.
El Proceso de Cambio encabezado por Evo Morales puso en el centro del poder a la “parte maldita” del continente. “Lo que el Evo nos dio es dignidad”, dice uno de los asistentes al acto, un integrante de la comunidad boliviana radicado en Argentina. “Es por eso que muchos de nuestros hermanos se empezaron a volver durante los últimos años, porque en Bolivia había oportunidades”, remata.
Los campesinos, indígenas, mujeres y niños, siempre postergados, se hicieron su lugar. La del pueblo boliviano fue una lucha por la presencia que impulsó un modelo de crecimiento y desarrollo con estabilidad macroeconómica. Un “mal ejemplo” que obligó a la sobreactuación de un supuesto ultraje en el conteo de votos por parte de la Organización de Estados Americanos (OEA), a pesar de que las mesas con irregularidades no alcanzaran el 1 por ciento del total. La pantomima del “ministerio de las colonias” que conduce el uruguayo Luis Almagro, habilitó la asonada de una derecha que esperaba agazapada el menor síntoma para avanzar con impiedad.
“No hubo muertos en los días de protesta cuando todavía éramos gobierno, porque para nosotros el derecho fundamental es el derecho a la vida”, dice Evo Morales ante la multitud. “Al día siguiente de nuestra renuncia, hubo el primer muerto”, testifica.
La modalidad del golpe combinó la lucha no violenta a través del sitio a la gestión, las denuncias falsas para socavar el prestigio del gobierno y desmoralizar a la población, las agresiones económicas y la sucesiva erosión de la gobernabilidad, con el ejercicio inmediato de la violencia letal una vez que se ponen bajo control las fuerzas de seguridad. El golpe dejó 35 muertos en tan sólo diez días. La persecución, los encarcelamientos, las torturas y la censura, volvieron a ser prácticas cotidianas. Las masacres de Senkata y Sacaba son los puntos de irradiación macabra de una venganza histórica por la insolencia de querer existir de forma soberana.
El futuro
Pero no hay acá un pueblo derrotado. El ánimo es de fiesta y de esperanza. El optimismo de la voluntad se refleja en las miradas profundas y de silenciosa emoción que se dirigen al escenario desde donde Evo les habla.
Y saben que no alcanza con el elogio conmovido. Que tampoco se trata de adoptar un “pensamiento crítico” para hacer balance de los errores como un modo de evitar los compromisos de la coyuntura y abonar a los fraccionamientos intestinos. Las tensiones y las falencias merecen un análisis, pero con sentido estratégico: no son momentos para consideraciones de pretensión exagerada ni refinamientos que obstaculizan el cumplimiento de los objetivos urgentes.
“Evo volverá / junto a su pueblo / hacia el 2025 somos más” y “el pueblo / unido / la historia cambió”, esos arrullos suben al escenario cuando Evo hace una pausa en su discurso.
Es que fue un golpe de Estado. Una cuota de realismo amargo que aplaca las soberbias intelectuales en las que se extravió el progresismo latinoamericano. Y exige una más precisa graduación política, detectando las prioridades, dejando de lado complejos y afinando las herramientas para la práctica.
“¿Acaso no venimos de abajo, acaso no somos los perseguidos, los torturados, los marginados, de los tiempos neoliberales?”, había sintetizado García Linera en su mensaje al pueblo boliviano tras el golpe.
Más que un sacrificio físico (“vamos a volver al gobierno, no con armas como la derecha, sino pacíficamente”, dijo Evo en Deportivo Español), se impone uno moral: ser aptos para ocupar el lugar que toca, en las condiciones que se producen y sin mañas ni defecciones. La crueldad de los hechos expuso la ineficacia de la obsecuencia y la diferencia fundamental entre la crítica y el daño. Y puede que enero no sea un buen mes para Evo Morales, pero como cualquier otro, siempre se deja atrás y la historia se continúa con el paso de los que caminan.
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