Juan Carlos Montes, el técnico que sacó campeón a Newell’s en 1974 y que hizo debutar en primera a Diego Maradona. | Foto: Manuel Costa

“Minuto setenta y cuatro. Muchas gracias, Juan Carlos Montes”. Algo así, creo, fue lo que dijo la voz del estadio, la noche del pasado 8 de marzo en el Coloso, que rompió en aplausos, mientras entre las banderas de los próceres sobresalía la imagen de ese ex jugador y técnico, que le dio a Newell’s su primera estrella, la que más aman los hinchas. Fue el entrenador que más partidos dirigió al Rojinegro en toda la historia, lo que por ahí relega a un segundo plano a un número cinco fantástico. Y, como si fuera poco, en el 76 le preguntó al pibe si se anima a entrar y mandó a la cancha, por primera vez, al Diego.
Todos los futboleros –término con el cual le bajan el precio a la pasión– somos selectivos en los recuerdos; por lo que estas líneas no escapan a eso. Me ayudo de algunas transcripciones de viejas entrevistas; pero en verdad el que evoca es el corazón.

Desde la “barandita”

De muy, pero muy pibe, vi a Canción como futbolista. Era el año 70, iba al jardín de infantes, teníamos un Renault Gordini 65; pero a la cancha íbamos a pie. Eran seis cuadras a pie con mi viejo y mi hermano hasta que agarrábamos la diagonal del Parque, que nos dejaba en la puerta.

Mi avidez por disfrutar y también entender el juego encontró el lugar adecuado. Desde la tribuna del Palomar, más precisamente en “la barandita” del córner, supe de lo bello a edad temprana: Zanabria era la sutileza; el Mono Obberti, la definición exquisita; los brasileños y Santamaría eran las gambetas impensadas; y Montes, que parecía tener un imán: la redonda le llegaba solita, la amasaba un poquito –eran días de fútbol con grandes pausas–y empezaba el estratégico reparto de juego, a puro pase corto. Para Manolo Silva, para Marito.

Un día intenté pisar la pelota en la vereda de casa; pero no sabía bien con el asunto y me paré con los dos pies sobre la redonda. Duré una milésima de segundo y caí de nuca. Nunca me expliqué cómo sigo vivo.

Montes vino con el apodo de Canción, Menotti lo bautizó Crico; pero también le decían Manija, porque era la manija del equipo. Con apenas cuatro años y unos pocos meses, yo era testigo del inicio de una saga de números cinco de lujo, que se prolongó por más de dos décadas: Juan Carlos, luego el correntino Berta, el Tolo Gallego, el Tata Martino que arrancó en ese puesto, y el Chocho Llop.

Recuerdo que, desde la misma barandita, escuché el “uyuyuy” de una señora que estaba al lado, cuando se lesionó, en el extremo donde hoy se juntan La Visera y la popular Diego Maradona. Fue en el Metropolitano 72, jugábamos contra Lanús y a Canción se le salió la rodilla. Tuvo algunos retornos, pero la recuperación no había sido buena y terminó retirándose al promediar el 73.

La primera estrella

Pasó el tren de la gloria y se subió. Newell’s se había quedado sin entrenador, tras la renuncia de Juan Eulogio Urriolabeitia, le ofrecen el cargo de DT y asume para dirigir a quienes habían sido sus compañeros, con el regreso del Mono Obberti, que estaba en Gremio de Porto Alegre.
Fue un gran acierto de los directivos: eligieron a un cultor del buen el fútbol y buen trato, que daba libertad a sus jugadores. “No le podías fallar. Yo, por Juan Carlos, jugaba con la pierna con cinco infiltraciones”, contaba una tarde Cucurucho Santamaría, otro de los responsables del mejor día de mi infancia: 2 de junio de 1974.

Luego de la consagración, Montes siguió dos años más al frente del equipo, tiempo en el que promovió a Jorge Valdano, que había tenido su primer partido en el 73; e hizo debutar a Gallego, a Roque Alfaro y también al Loco Bielsa

El Diego, con la camiseta del Mario

Es 25 de mayo de 2003, termino de ver la asunción de Néstor Kirchner, cuya candidatura habíamos militado desde bien temprano. Tengo ilusiones; pero la verdad es que no imagino que están empezando los años más felices de este siglo. Salgo a las apuradas para un departamento de calle 1° de Mayo, cerca del Parque Urquiza.

Montes es el primer entrevistado del libro que empiezo a escribir. Habla de su época de futbolista, del 74 y viene lo ineludible: el Diego. Cuenta que había llegado a Argentinos Juniors para salvarlo del descenso y que Tino, un delegado de Inferiores, le insistía para que fuera a ver a un pibito, que jugaba en la Séptima. “Yo le decía: «Déjeme. Ahora tengo que armar el equipo para pelear el descenso». Al final, zafamos y un día me insiste: «Juan Carlos, vamos a ver la Séptima» y yo le respondo: «No, tráigamelo el miércoles, que voy a hacer fútbol». Y me lo trae. Él tenía puesta la camiseta de Newell’s y yo pensé que quería quedar bien conmigo.

—¿Qué hacés con esa camiseta?
—Me la dio Zanabria.

Resulta que, en esa época, él hacía jueguitos en los entretiempos de los partidos en cancha de Vélez y un día que había ido a jugar Newell’s le mandó a pedir la camiseta a Mario, por otro pibe que estaba con él”.

Días más tarde, el Bicho juega frente a Talleres y lo impulsa al campo de juego. 20 de octubre del 76, Diego Armando Maradona debuta en Primera.

De regreso y bancando a los pibes

Resulta extraño, pero esta es la parte de la historia que más me gusta.
Juan Carlos Montes volvió a Newell’s a principios de 1981, e hizo un gran Metropolitano: terceros detrás del Boca de Maradona y el Ferro de Griguol. Pero a mitad de año las finanzas leprosas estaban muy mal. Después de “la plata dulce” y “la tablita financiera”, la dictadura había devaluado y, salvo los beneficiados del régimen, la mayoría de los argentinos pagó los platos rotos. Los clubes no estuvieron exentos, el Rojinegro desarmó el plantel y Montes tuvo que rearmar el equipo promoviendo a un puñado de pibes, que algo iban a hacer.

No sé si les suenan: Martino –que había debutado un año antes–, Jorge Theiler, Juan Manuel Llop, Juan José Rossi, Basualdo, Víctor Ramos y Gustavo Dezotti, entre tantos otros. Canción consolidó en primera a la generación de oro, que nos dio la segunda bella estrella, esa que ganamos con el Piojo Yudica y todo el plantel surgido de las Inferiores. Hasta Elio Barrio, el utilero, había salido de nuestra cantera.

El origen fue el coraje de Montes para jugarse por los pibes. “Se hizo cargo de un recambio quizás tan importante como el que tendríamos con Bielsa diez años después”, contaba allá por 2010 el Tata Martino, quien siempre le agradecerá la “cercanía” que tuvo con el jugador y el puente que tendió entre los chicos y los grandes que aún quedaban en ese plantel, como Santamaría o Civarelli: “Nosotros éramos pibes de 19, 20 años y fue muy importante tener enfrente alguien que te inspire confianza, que no te cohíba, que uno pueda sentirse libre de hablar”.

“Amor con amor se paga”, dice el refrán. En mayo de 2013, Newell’s celebra los 25 años del campeonato del 88, con Yudica y su equipo en el Estadio Cubierto. “Hay que hacerle algo a Canción”, le dice en plena celebración Martino a Armando Garrido, un campeón del 74, quien junto al Yaya Rossi se ponen manos a la obra. A fines de septiembre, en un club de la zona oeste, cientos de leprosos celebrarán los 70 años de Montes.

Esa reunión estrechó más la relación entre Quichi Garrido, Montes, el Yaya y Alfaro, quienes se volvieron inseparables; y participaron activamente de la vida del Departamento de Cultura leproso. En decenas de encuentros de peñas y filiales, en cada 2 de junio, Juan Carlos recibió el cariño de leprosas y leprosos.

El martes lo llamé a Quichi. Estaba triste y me dijo algo así como que le quedaban los recuerdos, los momentos compartidos y que lo iba a extrañar mucho. Es que los futboleros –ese mote con el que nos bajan el precio– somos así, leales y agradecidos con aquellos que nos regalan momentos felices. Cuando se van, se nos junta agüita salada en los ojos; pero enseguida juntamos fuerzas y nos ponemos cantar.
Por estos días, como un mantra, repito y repito: “Juan Carlos Montes los lleva de la mano a los campeones del Metropolitano”.

 

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