Quizás, tal vez, ese sea su propósito… Pero lo único que vemos es una silueta erguida y atlética, cargada de cosas que ahora lleva mientras se dirige hacia unos árboles, o arbustos crecidos, donde se detiene, los deposita en el suelo, y mira hacia todas partes, buscando el lugar apropiado para montar su precario y singular campamento.
Ya entre los árboles, o los arbustos, se pone a ordenar las cosas que ha traído. Extiende una parrilla sobre el piso que ha despejado, saca una botella de vino, un recipiente de material aislante donde trajo hielo, la carne para asar, y una vieja radio a pilas.
Enciende la radio y busca, de forma cansina, alguna estación para escuchar música: la búsqueda cesa cuando encuentra un programa de tangos, en una efe eme, que suenan nítidos y potentes en ese otro lado del río.
Tangos clásicos, antiguos. De aquellos años donde el tango no se había convertido en un fenómeno masivo y bailable, porque era, todavía, una música más propia de los márgenes que del centro, tanto en un sentido físico como simbólico.
A él le gustan esos tangos, reos, lunfardos, donde el varón siempre es bravo aunque sufra abandonos y nostalgias, como éste que escucha ahora, de Celedonio Flores, cantado por Rivero –que en verdad no es un tango sino una milonga, llamada “Apronte”–, donde un taita de aquellos se burla de una mujer que quiso dejarlo por un funghi con plata.
Es que hay, de su parte, una sintonía evidente con ese universo poético-musical. Cuántas veces, a lo largo de su ya extensa vida, pudo haber repetido esos versos de Celedonio que dicen Rechiflado en mi tristeza, hoy te evoco y veo que has sido / en mi pobre vida paria sólo una buena mujer… Porque su mentalidad, o su ideología, pueden definirse sin problemas como tangueras, en el sentido de que, dentro de su perspectiva de pensamiento, las diferencias entre el hombre y la mujer son insalvables.
Fuente: El Eslabón
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