Pocas horas después de que se registrara un nuevo récord de muertes diarias por coronavirus, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, se rió una vez más de los muertos, de la pandemia, y de la crisis sanitaria de su país: “¿Qué quieren que haga?”, dijo ante la pregunta de la prensa. “Soy Mesías pero no hago milagros. La vida es así”, agregó coherente con su postura contra la cuarentena y las medidas de restricción. Desde el principio calificó al virus como una “gripecita”, e inició una cruzada contra los gobernadores que intentan proteger a la población desoyendo los deseos del presidente. Incluso llegó a denunciarlos ante la Justicia, que finalmente dictaminó en su contra y a favor de la salud pública.

“Lo lamento por los que perdieron a sus seres queridos pero así es la vida. Soy Mesías pero no hago milagros. La vida es así. Mañana seré yo y espero que me llegue de la manera más digna posible y dejar una buena imagen», insistió el ultraderechista que desde la sombra, y con la ayuda de sus hijos, convoca vía redes sociales a marchas contra la cuarentena. Y, sobre todo, contra el Parlamento. Quiere cerrarlo, aunque todavía no se anime a decirlo con la sinceridad brutal que lo caracteriza.

Los pedidos de juicio político presentados en la Cámara Baja suman más de treinta. Se considera al presidente de Brasil un grave peligro para la salud de su pueblo, y fue denunciado ante organismos nacionales e internacionales. Si bien su futuro es incierto y hay muchas especulaciones sobre cómo se lo podrían sacar de encima, no es tan fácil que los pedidos de juicio político prosperen. Y la investigación que le inició la Corte, en caso de condenarlo, sólo implicaría una suspensión en el cargo por seis meses.

Pero los caminos que llevan, a través de distintas formas de conspiraciones, a echar a un presidente en Brasil suelen ser sorprendentes.

Bolsonaro se pelea con todos y su gobierno es un verdadero caos. No se sabe bien quién manda. El mandatario está cada vez más desgastado. Pero su capacidad de hacer daño, y de mandar a la muerte a miles de personas, está intacta.

Aparece con cada vez más frecuencia como un títere. Muchas de sus decisiones duran apenas horas o días, y se ve obligado a echarse atrás dejando en evidencia su pérdida de autoridad ante la mayoría de los sectores de los poderes fácticos que, luego de dar el golpe contra Dilma Rousseff y proscribir a Lula (gracias a los servicios del ex juez Sergio Moro), lo llevaron a la presidencia para que destruya todo lo hecho por los gobiernos del Partido de los Trabajadores.

Para los poderes fácticos, los medios, la Justicia, siempre fue el “plan B”, no el candidato ideal. Y el tiempo les dio la razón.

Ahora solo se sostiene en parte del Ejército, algunos funcionarios (cada vez menos) y los poderes fácticos, que ya hace rato buscan un reemplazo, pero todavía no se deciden. Los medios hegemónicos, que tanto trabajaron para demonizar a Lula con pruebas falsas y lo ayudaron a llegar a la presidencia, ahora le piden que se vaya y lo tratan de estúpido e imbécil con total desparpajo. Pero todavía cuenta con una cierta base electoral, que se va achicando pero existe y le sirve de sostén.

La pelea y renuncia de Moro: un plan mafioso que hace agua 

Sergio Moro fue premiado con el Ministerio de Justicia apenas asumió Bolsonaro. No se merecía menos. Gracias a la farsa de investigación contra Lula, amañada y sin pruebas, y con la ayuda de los medios y EEUU, logró meter preso al ex mandatario y abrir el camino para que más de 57 millones de ciudadanas y ciudadanos eligieran al ex militar. Pero ese idilio también estalló en pedazos. Moro renunció ofendido, despechado, y en conferencia de prensa reveló graves acusaciones contra su ex jefe.

Poco después, el Supremo Tribunal Federal abrió una investigación sobre los presuntos ilícitos cometidos por Bolsonaro y por el propio ex ministro de Justicia y Seguridad Pública, Moro.

Se rompió un pacto mafioso de silencio. Moro encendió el ventilador y la cantidad de estiércol que se puede diseminar es suficiente para cubrir la enorme superficie del gigante sudamericano.

Además son cientos los funcionarios del gobierno actual que sospechan que Moro, hombre de los servicios, con relaciones directas con la CIA y el FBI, puede llegar a tener documentos, audios y videos que desnuden la enorme trama de corrupción, autoritarismo y aprietes a la Justicia que caracterizan la gestión Bolsonaro.

No sólo abundante, es variopinta la materia fecal que las aspas del ventilador de Moro pueden propagar, e incluso probar, con documentos. Cunde el pánico. Son cientos los funcionarios del gobierno actual que tiemblan de miedo a ir presos.

Moro rompió el pacto de mutuo encubrimiento con el presidente. Al renunciar, desató la peor crisis política del actual régimen acusando a Bolsonaro de violar la ley y la Constitución, al requerir informes de inteligencia de la Policía Federal en causas bajo secreto de sumario que envuelven a sus hijos, Flavio, Carlos y Eduardo.

“Moro fue más lejos en su delación: contó algunos pormenores de su reunión con el recién electo Bolsonaro, en noviembre de 2018, en la que se arregló que la familia del responsable del Lava Jato iba a recibir una pensión vitalicia sostenida con fondos no revelados. Un arreglo costoso para beneficiar a Moro, sin ningún amparo legal, celebrado en los días de euforia de fines de 2018, cuando la ultraderecha militarista festejaba junto al partido judicial la victoria sobre el Partido de los Trabajadores, derrotado en el balotaje. Borrachos de poder, ambos dieron como muerto al PT y a Lula, quien iba a pudrirse en la cárcel”, señaló el analista Darío Pignotti en Página 12.

La reacción de Bolsonaro no se hizo esperar. Antes del inicio de la investigación del Supremo Tribunal, nombró como nuevo jefe de la Policía Federal a Alexandre Ramagem, un amigo de su hijo Carlos, el más implicado en el citado proceso.

Fiel a su estilo, no le importó en lo más mínimo disimular un poco su intención de querer controlar a esa policía y tratar de obstruir el proceso. Luego de la designación de Ramagen y del pastor evangélico, André Luiz Mendonca, al frente de la cartera de Justicia, el capitán presidente posteó una foto en la que aparece en un club de tiro de Brasilia.

Pero una vez más, la Justicia se le plantó a Bolsonaro y anuló la designación de Ramagen. Otra vez el desprestigiado mandatario tuvo que dar marcha atrás en sus decisiones.

Bolsonaro llegó a anunciar oficialmente el nombramiento de Alexandre Ramagem, un hombre de confianza del clan Bolsonaro, como nuevo director de la Policía Federal, en lugar de Mauricio Valeixo, un hombre fundamental en la cruzada de Moro contra Lula, un hombre que tuvo un papel protagónico en todo el circo mediático que la acompañó. El despido de Valeixo enfureció a Moro, que renunció haciendo graves denuncias contra el presidente.

Fue el fiscal general de la República, Augusto Ares, quien solicitó el inicio de una investigación tras los dichos de Moro. El proceso fue abierto por el juez Celso de Mello, el más antiguo miembro del Supremo.

“A siete meses de jubilarse, por cumplir la edad límite para el cargo, De Mello demostró estar dispuesto a llevar adelante una pesquisa rigurosa sin los ambages de una Corte dócil ante el poder de turno. Si su investigación obtiene pruebas para imputar al presidente el caso puede derivar, dentro de algunos meses, en su separación por 180 días del cargo. Nada indica que la salida provisoria Bolsonaro esté garantizada, pero difícilmente alguien hubiera apostado que el político de ultraderecha enfrentaría una situación jurídica tan comprometida un año y cuatro meses después de iniciado su mandato”, analiza Pignotti.

De Mello ya emitió fallos muy duros por los atropellos de Bolsonaro contra la democracia. Y también condenó las maniobras ilegales de Lava Jato cuando esa causa se convirtió en el paradigma de la guerra política a través de medios judiciales (conocido por el término en inglés “lawfare”).

“El dato es que, en la actual coyuntura, este magistrado está más cerca de iniciar un proceso que permita suspender a Bolsonaro de que el Congreso acepte dar cauce a alguno de los más de treinta pedidos de impeachment presentados en la Cámara baja”, analiza PIgnotti.

Fuente: El Eslabón

 

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