El mundo laboral ya no es lo que era y no hay vuelta atrás. Mario Schujman, investigador universitario y especialista en Economía Social, lo viene diciendo desde hace años: el sistema capitalista vigente ya no necesita del trabajo productivo, por el contrario es una máquina de destruir fuentes laborales y generar nuevas actividades precarizadas en medio de una desocupación estructural. Y una de las alternativas a ese modelo se llama trabajo autogestivo, en cooperativas, empresas recuperadas y emprendimientos asociativos, que en la Argentina suman una dilatada trayectoria en el tiempo con miles de puestos de trabajo a salvo en distintos rubros, desde industria, comercio a servicios, entre otros. Sin embargo, aún no están reconocidos como trabajadores por el Estado. Mientras hoy se debaten al límite de sus posibilidades por la crisis profundizada por la pandemia, a la vez, en un horizonte de recuperación económica, aparecen como fundamentales. “Son la opción al modelo de destrucción laboral. Algunos emprendimientos cuentan con una importante experiencia y son los únicos capaces, en este marco, de restituir la dignidad a los trabajadores”, define el especialista.
De golpe, la pandemia terminó de desnudar la perversión del sistema vigente con una caída exponencial de puestos laborales en todo el mundo, la imposición del teletrabajo y la uberización, con más precarización y hambre.
En Argentina, Schujman sostiene que la política destinada hacia el sector del asociativismo puede ser clave no solo ahora mismo para salvar de la quiebra a miles de empresas y emprendimientos, sino de cara al futuro: la post pandemia requerirá de un cambio de paradigma en donde uno de los ejes, por trayectoria y experiencia en el país, será el trabajo autogestionado que opone a la lógica del modelo rentístico financiero y destructor del empleo una idea central de trabajo digno y de destino productivo en las propias manos de los trabajadores.
Una salida cooperativa
“Yo sé que hablar de futuro en medio de una pandemia y cuando muchos tiene dificultad para comer todos los días, es muy difícil”, aclara Schujman, codirector de la Maestría en Entidades de la Economía Social de la Universidad Nacional de Rosario y autor de varios trabajos sobre el sector cooperativo en el que se destacan Las Cooperativas en la Argentina o su Carta del Trabajador Autogestionario, donde justifica y propone la necesidad de una ley para que el trabajador autogestionado sea reconocido como tal por Estado, una deuda social aún pendiente. Hay millones de personas de este sector que ingresan al sistema como monotributistas y que quedan por fuera de los derechos laborales y no son reconocidos como el resto de los trabajadores.
Para el especialista, la reconstrucción del aparato productivo post pandemia debe tener en cuenta más que nunca a los sectores de la economía social que considera son una realidad concreta, como así también las experiencias de las empresas recuperadas a lo largo de los últimos 15 años. “En Argentina hay 360 empresas recuperadas por sus trabajadores, que comprenden a unos 15 mil puestos de trabajo”, destaca.
La salida autogestionada no es un invento, es una realidad palpable en múltiples emprendimientos productivos en todo el país que comprenden a una diversidad de actividades asombrosas.
En ese marco, el investigador resalta que la experiencia argentina es un norte para muchos países de la región y Europa. “No es un fenómeno marginal, es un fenómeno que se viene sosteniendo desde hace mucho años. Uruguay tiene algunas empresas recuperadas, los procesos en Brasil son más complicados y en los trabajos que hemos hecho (desde la Universidad) con amigos de México, Chile, España y Portugal, siempre nos destacan el desarrollo que la autogestión ha tenido a nivel local”.
Sin embargo, el propio Schujman admite que hay falta de conocimiento en la sociedad sobre la importancia de este sector como así también presiones de grupos del poder concentrado.
Las pujas pandémicas
—Cuándo se refiere a la importancia que pueden tener en una salida a la crisis los sectores de la economía social, habla de la necesaria inversión estatal para salir de la crisis y la puja por esos fondos con los grandes grupos de poder…
—Claro, va haber una pelea de las grandes empresas, por ejemplo: es evidente que una de las salidas para motorizar la economía post pandemia es un amplio programa de obra pública en la construcción de viviendas, de espacios públicos y eso lo puede hacer el trabajo autogestionado prácticamente en su totalidad. Pero para eso el Estado va a tener que decir que el dinero lo va a poner ahí. Y hay sectores que no van a querer saber nada, y tienen mucho poder… Hay algunos nudos, el sector financiero es uno, el sector de la alimentación es otro. Pero además, el trabajo autogestionado va a necesitar de muchísima financiación, porque si queremos transformar la ayuda social en autogestión no basta con revertir los fondos que van a la ayuda social, va a hacer falta invertir en capital, en equipo, en maquinaria, en montones de cosas. Entonces, hará falta una financiación que los bancos no van a dar. Y esa es otra de las cosas que quedó muy claro por la pandemia: cada vez que el Estado le dejó a los bancos administrar el crédito se lo guardaron y entonces tuvieron que recurrir a otros mecanismo para llegar a la gente. Esa es otra lección de la pandemia que a lo mejor todavía no es tan evidente a los ojos de la gente, pero es muy importante que la gente se dé cuenta: los bancos no son burocráticos, son el enemigo, el sistema financiero es el enemigo. Y para poner en marcha tanto el sector de la alimentación, hay que poner a trabajar organizadamente a todo el sector campesino, a los pequeños agricultores, los que trabajan la tierra en serio, bueno, de ahi tambien van a surgir oposiciones. El sector alimentario está tremendamente concentrado y maneja el mercado terriblemente. La transición para que el Estado afirme una autogestión en el sector de la alimentación va a ser muy difícil, como en otros rubros, porque va a encontrar muchos obstáculos en el camino. La salida a la pandemia nos muestra un mundo en una situación económica y política muy complicada.
Entre esperanzas y apremios
—Las medidas de ayuda al sector asociativo están tardando en llegar en momentos en donde muchos emprendimientos productivos están al borde del abismo…
—Todavía falta diferenciar al trabajo autogestionado desde el punto de vista de la ayuda económica. Es más, se lo ha diferenciado al revés. Porque ha habido muchos planes de asistencia, se han pagado los sueldos de Paolo Rocca o de gerentes del grupo Clarín pero no se pagaron medio sueldo de las recuperadas, y eso ya tendría que estar resuelto. Son la contradicciones de un modelo que oculta cosas y que tienen que aparecer. Estos compañeros necesitan un apoyo imprescindible para poder trabajar. Tengo confianza de que esto va a cambiar. Escucho a Alberto Fernández definir que la pandemia dejó expuesta las desigualdades y me reconforta porque lo dice el presidente de la República. Tengo confianza. Ahora también el Estado debe demostrar lo que dice, en especial con respecto a este sector.
—¿Por qué será que todavía el trabajo autogestionado no está reconocido en su verdadera dimensión social?
—El problema es que hay equilibrios de poder que romper y no es tan sencillo. A ver: ¿por qué es tan difícil diferenciar el trabajo autogestionario y sacar una ley que regule el trabajo autogestionario de manera diferenciada del trabajo autónomo y del trabajo dependiente? Es muy fácil demostrar que es una forma de trabajo diferente, es muy fácil demostrar que ahí está el futuro, pero ¿por qué no se ve? También está la dificultad de verlo en el sector sindical en donde, pese a que ha habido avances importantísimos y muchos han empezado a entender la necesidad de darle un espacio a la autogestión, hay mucho otros que siguen aferrados a viejas concepciones que vienen de los orígenes del sindicalismo que es «la lucha contra el patrono». Cuando se quedan sin patrón no entienden la función que tienen. La función es la defensa de los trabajadores, y hay trabajadores con patrono y trabajadores sin patrono. Hay trabajadores que realizan su propio futuro y otros que prefieren confiar en la comodidad de que el patrono resuelva por ellos. Entonces, estamos hablando de un cambio de paradigma. Hasta ahora, la autogestión se planteaba como medida política revolucionaria. Pero las empresas recuperadas en Argentina y otras cooperativas lo plantearon como salida a una situación en la cual el capital no genera empleo sino que lo destruye. América Latina tiene en este momento un 50 por ciento de informalidad porque inclusive el trabajo que queda está muy alejado de los viejos derechos sociales. Este 50 por ciento de informalidad no tiene servicios sociales ni seguridad social, es terrible. Es al otro trabajador que defienden muchos sindicatos a capa y espada, lo que me parece bien porque de lo que se trata es de defender el trabajo, pero no se dan cuenta que cada vez se cotiza menos (la actividad), que tiene menos fuerza el sindicato y que hay que juntar a todos los trabajadores, los autogestionarios y los dependientes, para poder luchar contra una sociedad que le está quitando sentido al trabajo y, con ello, a la propia vida.
¿Precarizados o liberados?
Schujman lo define en uno de sus trabajos: “El trabajo asalariado dependiente, constituye una porción decreciente del empleo total, siendo sustituido por el desempleo o por el trabajo informal, o el trabajo precario o tercerizado para ser precarizado”. Es entonces cuando la experiencia del asociativismo transforma la realidad: “Se recurre a la práctica ancestral de la solidaridad, de la reciprocidad, de la ayuda mutua, de la cooperación”.
Claro que, en la realidad de todos los días, la situación es mucho más compleja, comenta Schujman, también presidente de la Asociación Iberoamericana de Derecho de las Cooperativas, Mutuales y Otras Organizaciones de la Economía Social y Solidaria. “Hay una contradicción muy importante, los sindicatos lo plantean en el sentido de que si no se respetan todos los derechos y todos los niveles salariales pactados en convenio, el trabajo autogestionario es precarizador. Y no es así. Al contrario, por su naturaleza, en la cual el trabajo no le es ajeno y son los dueños de su propio destino, es el trabajo dependiente el que enajena al trabajador, el que le precariza la vida y la transforma en una monótona repetición de la ya hecho”.
“El trabajo autogestionario devuelve la dignidad, devuelve el futuro. Y no sólo porque defiende y mantiene los puestos laborales que el modelo destruye sino por los nuevos puesto de trabajo que hay que crear, porque si vamos a producir, si vamos a sustituir importaciones ¿dónde van a ir los dineros del Estado? ¿Al capitalista o a los trabajadores que quieren autogestionar esas empresas aunque no sean empresas preexistentes?”, se pregunta el investigador.
Una ley para volver a trabajar y producir
“Hay ejemplos de autogestión en todo el mundo que son muy interesantes y en nuestro propio país donde están los que hacen tecnología y se reúnen cooperativamente y hacen autogestión, hasta lo que hacen medios de comunicación autogestivos como ustedes mismos (por la cooperativa La Masa), es decir, hay un montón de formas, como lo que empezó como una actividad de recolectores de residuos y que hoy son cooperativas de recicladores, que tienen tecnología, que tienen capital humano y de trabajo importante. A veces se ve una foto congelada y la sociedad ha ido cambiando, evolucionando y la autogestión ha ido ocupando muchos lugares”, destaca Schujman.
“Pero si el proyecto es producir –se pregunta– ¿cómo hacer para transformar aquello que es meramente asistencial, y que se viene repitiendo desde hace varios gobiernos, en producción?”.
“El único camino es dar apoyo a los que se organizan autogestionariamente, apoyar a los que ya están autogestionando, que son los que saben cómo hacerlo”, se responde.
“Creo que una cosa fundamental –continúa el catedrático–, cuando sea posible tras la pandemia del coronavirus, será el llegar a todos los rincones del país con este proyecto camino a una ley. Una ley de autogestión debe prever, además de reconocer a los trabajadores como tales, un fideicomiso de apoyo con tres niveles, primero para las recuperadas, segundo a las cooperativas de trabajo y tercero a aquellas organizaciones originadas en movimientos sociales o en planes sociales que resuelven autogestionar su propio trabajo. Más todas las que se aporten a través de este fideicomiso para resolver problemas inherentes a la producción. Porque de lo que se trata es de volver a trabajar y producir. Pero para el trabajador no para el dueño del capital. Porque el capital siempre lo puso el Estado. Los capitalistas nunca pusieron su propio dinero, su dinero lo mandan afuera. De lo que se trata realmente es de dónde pone los dineros el Estado”.
Pedidos de auxilio después del “cooperativicidio”
A la vez que mayoritariamente adhieren en términos generales a las políticas del actual gobierno nacional, entre las trabajadoras y los trabajadores de las empresas recuperadas y autogestionadas prima, en estos días, el reclamo de mayor atención por del Estado nacional. Varias federaciones de cooperativas manifestaron su pedido de asistencia urgente en los mismos términos en los que se la está brindando a las empresas privadas.
El Instituto Nacional de Economía Social y Asociativismo (Inaes), dependiente del Ministerio de Desarrollo Productivo nacional, lanzó en conjunto con el gobierno provincial santafesino el miércoles pasado un convenio para la creación de un fondo solidario de asistencia a micro y pequeñas empresas, con un interés nominal de hasta 24 por ciento anual y en un plazo de amortización de hasta 15 meses, con tres de gracia incluidos.
A la vez, fuentes de la cartera nacional de Desarrollo Productivo adelantaron que es inminente el anuncio de otra línea de financiamiento con condiciones similares pero tasas de interés menores. Hasta ahora, acceder a créditos en el sistema financiero en las mismas condiciones que el resto de las empresas del mercado ha sido casi imposible para las cooperativas. En la firma del convenio en Santa Fe del pasado 27 de mayo estuvo el gobernador Omar Perotti y el presidente del Inaes Mario Cafiero, quien luego de hacer recorridas por todo el país había definido, como saldo de la gestión macrista: “Cometieron un cooperativicidio”, ya que en cuatro años, las matrículas cayeron de 21 mil a 10.500.
Fuente: El Eslabón