Cuando el arte se asocia a los poderosos es cómplice de la falsificación de la historia y desdibuja los proyectos populares.

Veintisiete años antes de su nacimiento, en una gran escultura, Julio Asesino Roca aparece como uno de los patriotas que en el célebre congreso de Tucumán formalizaron el traslado del poder colonial a los nuevos señores del puerto y sus secuaces y feudales poderosos del interior. Burlando leyes de la física y el rigor histórico, hay imágenes que muestran claramente como Roca participó de la jura de la declaración de 1816. Como en los cuentos de terror e intriga, su figura barbada y de impuesta impronta de diminuto héroe, levanta el pecho en un friso en el que uno de los congresales esculpidos tiene la clara figura del militar que comandó el exterminio de pueblos originarios patagónicos y chaqueños.

La reconocida e histórica creación, por sus dimensiones y expresión, es para muchos expertos una pieza escultural casi exclusiva en el país.

En el centro de San Miguel de Tucumán, se halla la casa alquilada por el gobierno revolucionario, meses antes de ser utilizada para el congreso. Se ubica en la Calle del Rey, al 151, que en esos días de 1816, pasó a llamarse “Congreso”.

Tras estar abandonada hasta comienzo del siglo XIX, la Nación comenzó su refacción. Así, además del gran salón de la jura, que conserva algunos muebles del 1800, también quedó un gran patio interior, decorado con palmeras y una gran estatua que representara a la Independencia, tarea encomendada a la reconocida escultora Lola Mora.

La artista, cuya procedencia se disputan Tucumán y Salta, produjo la gran estatua de mármol que representaba la jura, y otros dos bajorrelieves de bronce, inspirados en el 25 de Mayo y el 9 de Julio, para la entrada a ese espacio.

La obra se radicó en la plaza Independencia. Fundidos en Roma y trasladados en parte, se ve hoy en el patio trasero de la casa, que da a la calle 9  de Julio.

Roca y  mármol

Lola Mora, artista y liberal, se tomó también la libertad de colar entre los congresales la imagen de Julio Asesino, quien había sido su protector y mecenas. Y ahí está, desapercibido para muchos, pero como protagonista de un hecho histórico ocurrido 27 años antes de que naciera.

Los expertos en arte señalan que ese “anacronismo” impulsó críticas y comentarios, generalmente en voz baja, como por respeto a la obra o al general. También indican que esa modalidad suele ser usada por  “agradecidos” a sus mecenas, a costa de la buena voluntad del público que es defraudado al percibir la obra cultural.

En ese marco de apariciones indebidas, se cuenta que un tal alcalde de Herrera de Palencia, había mandado a cambiar en 1902, ciertos lienzos de una obra sobre los Reyes Magos, de la ermita de una virgen. En la nueva pintura se veía al padre del alcalde como San José, a su hermano como un rey mago y al mismísimo Alcalde como Baltasar.

Más cerca, en la catedral de Bariloche, el constructor Exequiel Bustillo, que diseñó parte del centro cívico y la iglesia, incluyó al jesuita Mascardi y a fray Menéndez en las grandes imágenes de vitraux. También Bustillo se homenajea representando a San Rafael Arcángel, mientras en otra nave se aprecia otra vez a Roca, con su uniforme militar.

Artista de la nobleza

Lola nació en 1866, el 17 de noviembre. Esa fecha, en 1998, el menemato lo consagró como «Día Nacional del Escultor y las Artes Plásticas».

Retrató a los destacados de la sociedad tucumana y desde allí comenzó a tener trato con poderosos que financiaron varias obras, como las  encargadas por el gobierno tucumano.

Vivió y desarrolló su arte entre Europa y Argentina, haciendo obras para la nobleza del viejo continente. Con una vida elegante y libre, se casó recién a los 45 años con un joven 17 años menor. La pareja a los cinco años se separó. Su andar por salones y despachó fue criticado en la época, hasta se le consignó amores con Roca y alguna dama. Falleció el 7 de junio de 1936.

Pero más allá de la crítica artística, su obra habla de por qué “Roca la prefería al momento de emplazar monumentos conmemorativos y esculturas decorativas en Buenos Aires, Rosario o Tucumán”. Así se desprende del trabajo de Patricia Viviana Corsani, investigadora de la UBA que publicó “Lola Mora: una figura polémica en el Buenos Aires del 900. Su obra escultórica como parte del proyecto de modernización del país”.

Buenos Aires, Tucumán y Córdoba fueron centro de sus obras. “En estas tres ciudades, centros de fuerte poder económico, los espacios públicos adquieren una dimensión ideológica de gran envergadura y Lola Mora participa de los proyectos y realizaciones que se emprenden en cada uno de ellos”, indica la investigadora.

Lola dejó algunas frases que la describen: «El arte es la respuesta del hombre a la naturaleza y su superación; pero hay una educación estética como hay una educación moral y otra religiosa». O cuando dice: «Los seres humanos no alcanzan ninguna de esas formas de educación sino con una sensibilidad fina y una atención disciplina”.

Imagen de la grandeza

Corsani resalta que esas obras servían como “imagen de una nación pujante y poderosa que Roca quería construir y transmitir hacia Europa, cumpliendo con proyectos de embellecimiento y de transformación al modo europeo de las ciudades antes citadas colocando esculturas en espacios públicos, una costumbre eminentemente francesa propia del siglo XIX”.

“La Buenos Aires de Roca aspiraba a ser capital de la República desde 1880 y un centro político ampuloso que estuviera interconectado con el resto del territorio a través de líneas férreas y con el exterior mediante relaciones comerciales y diplomáticas. El país generaba riquezas básicamente con la producción agrícola-ganadera y los puertos eran fundamentales puntos de llegada y de salida de productos variados y de los inmigrantes”, indica.

También Roca impulsó obras portuarias, que “consideraba fundamentales para facilitar la exportación de los productos argentinos”, explica.

Además, sostiene que en Rosario, con “la inauguración de las obras del puerto se obsequian placas de plata, con dibujos de Lola Mora con la leyenda «Asociación popular puerto del Rosario, Bolsa de Comercio, Sociedad Rural Santafecina, al excelentísimo Señor presidente de la república, teniente general Julio A. Roca. 26 de octubre de 1902»”.

Al año siguiente en mayo de 1903, según consigna la investigadora, el Concejo Deliberante Rosarino aprueba la creación de un monumento a la bandera nacional. Luego el gobierno nacional apoya el proyecto, a través de Roca y del general Bartolomé Buitre y se anuncia el boceto de Lola Mora.

“La artista –relata Corsani– empieza la construcción y manda partes desde Italia, pero las obras de desnudo  (por ejemplo, la Fuente de las Nereidas de Buenos Aires) movilizan los prejuicios de la sociedad victoriana de la época y el proyecto es abandonado. Las estatuas ya realizadas deambularon por Rosario, hasta que en 1997 son reacondicionadas y pasan a integrar el grupo del Pasaje Juramento”.

Luego de terminar el acuerdo con Lola Mora, se impulsa un concurso de proyectos, organizado por la Comisión Pro-Monumento a la Bandera, de 1928, hasta que en septiembre de 1940, gana un proyecto de los arquitectos Ángel Francisco Guido y Alejandro Bustillo, hermano de Exequiel, el San Rafael Arcángel del templo barilochense.

Fuente: Nota de archivo de El Eslabón

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