“La escuela tiene que seguir marcando presencia”, opina la doctora en psicología Ana Bloj respecto del rol que tiene esta institución en la pandemia. Bloj es también psicoanalista de niñas y niños, y docente e investigadora de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Considera que hoy es momento de dejar los contenidos en un segundo plano para dar más lugar al acompañamiento afectivo. Y que para eso hace falta un plan del Estado.
En charla con Redacción Rosario, Bloj rescata el valor que tiene la escuela en la vida de las chicas y los chicos, marca que la peor parte de este tiempo la llevan las y los adolescentes. Considera que hay que buscarle la vuelta pero hay que salir al rescate de los rituales de pasaje propios del séptimo grado y el quinto año. Y además, que este es un momento oportuno para hablar de un tema tabú, siempre relegado por la escuela, como es la muerte.
¿Cómo impactó la pandemia en las infancias?
Lo que se vio en el primer tiempo, y siempre hablando de una generalidad, es que para algunos hubo un reencuentro con los padres y con otros tiempos. Como dice María Elena Walsh, con ese tiempo no apurado. En líneas generales, hubo algo de volver a estar en casa, sobre todo para las chicas y los chicos de sectores medios, que venían de pasar de una actividad a otra, de la doble escolaridad, y sus familias en permanente desborde de la vida cotidiana. El problema se instala con más fuerza hoy, cuando ese tiempo distinto que se renovó en propuestas de aprendizajes, en actividades, en asistencia a las familias, en lecturas, no alcanza. Y se empieza a sentir una fuerte necesidad de reencontrarse con los pares, de ir a la escuela. Las chicas y los chicos te dicen que extrañan la escuela, que la piensan en relación al encuentro con los pares, y al edificio escolar. Porque lo que tiene la escuela es una función muy importante, que en estas situaciones se ve con más claridad, y es que es el espacio exterior al hogar, es la posibilidad de hacer algo distinto, es el lugar de salida por excelencia para el niño. En un primer momento se respondió muy rápidamente, con mucho esfuerzo y compromiso por parte de los docentes, tratando de ver cómo inventar este espacio nuevo o habitable, en una espacialidad diferente. Este es un momento para correr un poco los contenidos y dar lugar a un acompañamiento aunque sea virtual.
¿Te referís a un acompañamiento que pase más por lo afectivo?
Exacto. Que algunas clases de zoom sean para encontrarse, para abrir esa dimensión que un poquito se da informalmente, que sean como interrupción del contenido que hay que dar. En este momento hay que dar lugar a otra cosa. Por ejemplo, ¿qué extrañan los chicos de la escuela? Los recreos. De algún modo la propuesta debería ir por hacer recreos virtuales, que algunas docentes ya lo han hecho y funcionan muy bien. Nosotras estamos cansadas de la virtualidad, pero los chicos también. Pero es lo que podemos hacer por ahora.
¿Cómo buscar un consenso entre lo que hay que seguir enseñando y esa necesidad de crear otros vínculos más afectivos?
Es evidente que hay un cambio en el discurso a nivel estatal, en relación a poner más énfasis en el cuidado. Sería interesante que ese cambio fuera retomado desde el campo de la educación y de las familias. Es como construir “burbujas” desde el lado del cuidado y, con los distintos protocolos a mano, hacer encuentros en el momento que se pueda, porque eso alivia sentimientos de desazón que tienen los chicos hoy. Desde la escuela esta situación nos deja paralizados desde la materialidad, lo posible es lo virtual, pero hay que buscar las formas de acercarles a los chicos algún elemento, objeto concreto, porque la escuela tiene que seguir marcando presencia para que el chico sienta que hay una exterioridad.
En esa tarea las docentes han sido muy creativas: desde una maestra haciendo un periplo increíble para hacerle llegar la tarea impresa a un alumno que vive en otro pueblo, hasta una profe que insiste en pedirle a un grupo de estudiantes que se conecte, y aunque le digan “Sí, profe”, “Sí, profe”, poco consigue.
Tiene que estar eso. Tiene que seguir estando el “Sí, profe”. La maestra tiene que seguir llamando. La escuela tiene que seguir llamando, tiene que seguir recordándole que está, no hay que abandonar esto. De eso se trata. Es así, pero además creo que esas instancias no pueden quedar solo a cuenta de la creatividad de un docente. Sería interesante que se plantee como política del Estado.
Por lo menos en Santa Fe está faltando un claro plan de cómo llegar hasta fin de año.
Exacto, porque esto no puede recaer solo en la creatividad de algunas docentes. Es cierto que en estos tiempos de cambios tan veloces, la burocracia de lo estatal nunca llega y cuando llega ya es tarde. Cuando los cuadernillos (oficiales) llegaron los chicos ya sabían qué era el coronavirus, cómo cuidarse en familia. La propuesta que traían era reunirse en familia para hablar del coronavirus, cuando las familias ya hacía tres meses que hablaban del tema. Entonces hasta que se escribe un cuadernillo, se edita, se imprime y se envía hay un destiempo. Hay que pensar en otros tiempos de funcionamiento de las estructuras estatales.
Hace poco participaste en un seminario organizado por Sadop Rosario sobre el impacto de la pandemia y cómo acompañar a las niñas y niños ¿Qué preocupaciones en común te acercaron las docentes?
Hubo preguntas al final. Pero hubo una que me queda sin respuestas y no deja de preocuparme muchísimo: es el tema de los adolescentes. Hay un gran desgranamiento. Las chicas y los chicos no se conectan. ¿Qué hacer para lograr reconectar a esos chicos y chicas? Son esas preguntas en las que nos quedamos un poco sin respuestas. Es una preocupación, tengo la sensación que los adolescentes son los que más están pagando el costo social de la pandemia. Porque son los que se tienen que cuidar y tienen que tomar conciencia de cuidado, a su vez cuando están en la edad de la rebeldía y son los que más necesitan los encuentros con los pares. Es la población que menos se cuida. Deberíamos pensar en políticas concretas para esa generación, y no solo desde la escuela. Me preocupa mucho en qué situación van a quedar los adolescentes de hoy cuando todo esto termine. Debería ser la mayor preocupación a nivel salud mental, porque están pagando un costo social muy alto. Están tristes, están muy tristes, porque no se pueden ver y los que se ven se sienten con culpas por hacerlo por fuera de lo permitido. Se encuentran acorralados en el momento de mayor salida. Por eso insisto que lo que más me inquieta es la falta de intervención estatal con los jóvenes, porque esto va a tener consecuencias muy serias.
Séptimo grado y quinto año
Ya desde los primeros grados, el séptimo se percibe como el momento del viaje de fin de curso, o de recibir un diploma con la familia. Es una etapa esperada, una etapa de cierre. Quizás sea entonces para estas chicas y chicos doblemente difícil sobrellevar la ausencia de recreos, de juegos y aprendizajes escolares compartidos en forma presencial.
“Yo agregaría a séptimo grado el quinto año. Séptimo y quinto son los años de rituales de pasaje y hoy no se pueden hacer. Es como el festejo del cumpleaños, donde muchos dicen ‘me robaron el año’. Cada uno intenta algún recurso desde la virtualidad para lograr algo diferente. La escuela tiene que asumir un lugar de inventiva para tramitar esos rituales de pasaje sabiendo que son imposibles. Esto hay que marcarlo porque sino es muy frustrante. Cuando hablo de inventiva se me vienen a la cabeza las hermanas Cossettini (Olga y Leticia), porque ellas tenían esa capacidad de buscar otras propuestas ante la adversidad. Obviamente, eran otros tiempos, otras sociedades, pero creo que se podrían hacer muchas cosas para poder ritualizar ese pasaje aunque sea desde la virtualidad. Eso se logra si los contenidos se dejan por lo menos en un segundo plano. No es lo mismo organizar un baile, fiesta desde lo virtual pero es lo posible. Se pueden además mandar cartas, videos, que muchos ya hacen. Y aunque no vayan a Carlos Paz o a Bariloche, no sé si no se pueden hacer igual los clásicos buzos, por lo menos para usar cuando salen a la calle.
La muerte, tema tabú
Ana Bloj apunta que la muerte es un tema al que la escuela siempre le escapa, y que estamos en un tiempo donde es necesario poder hablarlo: “Trabajar el tema de la muerte en la escuela es muy importante, pero siempre queda perdido. Es un tema tabú, ya venía siendo inhibido, más que la sexualidad. La muerte es un tema del que no se habla y ahora en que nos encontramos rodeados por un conteo de muerte es un tema del que los chicos no saben mucho qué hacer. Es el tema tabú de este siglo”.
Entre otras lecturas para abordarlo, Bloj recomienda para los más chiquitos el libro Como todo lo que nace, de Elisabeth Brami y Miguel Angel Mendo(Editorial Kókinos), que también está on line.
Señala que “es necesario historizar” el tema de la muerte y poder aprender cómo lo ven las distintas culturas. “Pero hay que poder hablar el tema”.
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