En muy poco tiempo, Rosario pasó de “paraíso” sin Covid-19 a la multiplicación de casos positivos, lo que expone la necesidad de repensar prioridades y ejes de debate para superar la pandemia.

Del “milagro” de cero contagio al retorno forzado a niveles de aislamiento rigurosos, Rosario es una muestra descarnada de la falta de certezas sobre el virus; que a la vez expone cómo, en este marco de incertidumbre, las especulaciones y los oportunismos tienen patas mucho más cortas que las que tenían antes de la megapandemia. En este sentido, brilla el contraste de aquellos títulos periodísticos de hace apenas unos meses, tales como el de fines de mayo pasado en el medio porteño Perfil que aseguraba que “Rosario no es un milagro” sino que “la contención del coronavirus en la principal ciudad santafesina tiene razones que pueden servir para otras urbes”, como “planificación de la salud pública, diseño urbano y políticas de estado que trascienden los gobiernos”. Pucha, apenas dos meses después, esas afirmaciones se negativizan bruscamente con tanto resultado positivo de los hisopados, con el retroceso de fase ordenada por los gobiernos de provincia y municipio, con la creciente angustia de cientos de familias. Y entonces podrían recrearse la especulación y el oportunismo; y dedicarse a caer con inquinas irónicas o críticas despiadadas sobre los que en ese artículo de Perfil sostuvieron que en la ciudad casi no había Covid 19 gracias a la buena gestión de gobierno que ellos encabezaron en su momento. O sobre colegas que, además de reproducirlas sin repreguntas, les sumaron elogiosas opiniones propias. Pero no es esa la idea de quienes hacemos este periódico, que sí apelamos al ejemplo “milagroso” para insistir en la necesidad de requerir y tratar de ofrecer información y miradas más profundas y genuinas, más acordes a la gravedad de la situación que se atraviesa.

¿Cantar las cuarentenas?

Es menester siempre remarcar que esto se escribe desde casa, desde un acatamiento al llamado a salir lo menos posible que se practica incluso pese a contar con el permiso para circular por ser la prensa una de las actividades definidas como esenciales. No se pretende negar ni minimizar la existencia de la pandemia, se asume la necesidad del aislamiento con la convicción de que se trata del mejor modo posible de cuidarnos. Pero con la misma convicción, desde la misma firmeza con que se cumple y pregona la importancia de acatar las medidas oficiales, desde el mismo fervor militante que ayuda a sostenerse metido en casa, se escribe también que no podemos descuidarnos del virus de la resignación, del “esto llegó para quedarse y habrá que acostumbrarse”, de la tentación de la salvación individual, municipal, provincial o nacional. Porque de ese mal se sabe mucho más que del que provoca el Covid 19; y es mucho más letal para la humanidad, tanto sustantiva como adjetivamente.

El temor es que el remedio pueda ser peor que la enfermedad. Es un temor que surge a partir de la adhesión a un concepto de salud que vincula enfermedades y remedios con las condiciones de vida materiales y simbólicas de las personas, que choca de frente contra el sostenimiento en el tiempo de la consigna “entre la salud y la economía, priorizamos la salud”, que es la que adoptó el gobierno argentino cuando la nueva peste comenzó a asomar por estos lares.

Tampoco parece sostenible en el tiempo la admonición lapidaria sobre quienes desoyen las recomendaciones de aislamiento para juntarse a reclamar en las calles por las causas que los muevan a hacerlo, o a comer un asado, o a fiestear un rato, o a despedir un ser querido, o a expresar su fe y su fantasía en una procesión, un bar o una canchita de fútbol de barrio.

¿Quién cura?

Claro que esto no es más que un ensayo de diagnóstico, una suerte de placa que apenas pretende señalar las dolencias y nunca alcanzaría para recomendar cómo superarlas. Para eso se supone que están los doctores, los que estudiaron y estudian con rigores propios de la ciencia. El problema es que ahora ni toda la ciencia del mundo estaría alcanzando. Y no sólo para dar con el medicamento o la vacuna adecuadas. Ni siquiera alcanza todavía para definir precisamente cómo se contagia este mal y por ende cuál es el mejor modo de cuidarse de él, por qué una ciudad pasa de cero a miles de casos en pocos meses, cuánta mortalidad genera.

Otro problema es, justamente, el de endiosar a la ciencia moderna al punto de negar la incidencia de los procesos sociales y políticos en la vida de la gente, incluso en lo que tiene que ver con las enfermedades y las curas. Y así los científicos devienen en curas. Ahora bien, con los curas te confesás, te dan una penitencia de veinte padrenuestros y diez avemarías y ya, a comulgar. Pero con los científicos parece que no hay pésames –ni milagros– que valgan y la única perspectiva que ofrecen hoy por hoy es una “nueva normalidad” imposible por donde se la mire.

Microbios y gorilas

La demora en las respuestas esperadas provoca los mismos interrogantes y las mismas hipótesis del principio del pandemonium. Es que ni las teorías conspiracionistas, ni las ecologistas, ni las astrales, llenan el enorme vacío al que nos lleva el encierro sanitario extendido. Por eso es que se pide, humildemente, aislar más las miedos, las angustias y los rencores de consorcio que las rebeldías y los sueños de una vida mejor, que sólo se expresan y cumplen colectivamente, si integran a todos y todas, si respetan y resumen los diversos marcos teóricos, políticos y místicos propios de cada aldea universal.

Acá, lo decimos una vez más, somos más trabajadores y peronistas que otra cosa. Con esos lentes se lee, se escribe y se debate. Declararlo una y otra vez puede parecer redundante, pero es necesario para poder atrevernos a esta interpelación que venimos esbozando. Ante el Covid-19, nos importa mucho menos que mucha gente nos siga tratando de ignorantes o corruptos sólo por tal declaración de identidad. Creemos que es tiempo de repensar prioridades. Sabemos más cómo enfrentar el pesado zarpazo de los gorilas que el sutil contacto con estos virus invisibles, que hoy sentimos como un desafío principal y urgente. Porque lo que seguro no sabemos ni queremos, es borrarnos en las difíciles.

Fuente: El Eslabón

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