El mero hecho de ser estudiante implica mucho. Pararse en el aula, a vista de diversos ojos, a juicio de éstos. Prestar atención a las andanzas, escuchar lo que tienen para aportar y digerirlo. Respirar una mañana –o tarde, o noche–, con olor a sueño y tras el pasar del tiempo, no niego, al menos una gota de desmotivación.
¿Qué pasa –y qué pregunta– cuando el espacio es una casa? Y no cualquiera, tu casa. Tuya y de la que no podés salir. Difícil es discernir los segundos de estudio de los de ocio. Y esa culpa de ahí, que apareció por todo menos por arte de magia. Esa que te susurra todo lo mal, todo lo que no. Estuvo siempre, pueden ser las plumas que llevás dentro o las que te cosquillean desde fuera. Estuvieron y ahora están, pero no pareciera que entre el alboroto, las sábanas y las pérdidas, se mueva un pelo. Un terremoto que no arrasa con nada.
Lo que siempre estuvo se naturaliza. Que al causal lo determine el pasar, el aire o cualquier fenómeno “natural”, no le quita menos relevancia. Porque las y los estudiantes, a pesar de los terremotos, seguimos. ¿Tuvimos otra opción?
Las mochilas no nos pesan, las cargamos de útiles, vivencias e historia. Si en nuestro ADN tenemos peleas de puños jóvenes contra bastones uniformados, proyectiles y gases que arden pupilas. Hacen arder, sí, pero no logran borrar lo que vemos.
Respiramos adultocentrismo y frases que nos dicen lo “jóvenes e incapaces” que somos y nunca exhalamos. Pregunto, ¿por qué tener más años de vida es garantía de más saber? ¿Por qué las juventudes tenemos que tragar cátedra? ¿Por qué no puede haber reciprocidad en la enseñanza adulto-joven? Nosotras y nosotros, ¿no tenemos nada que enseñar?
Dudo que no. Porque a pesar de las mochilas, de los cinturones de cerebros, de la tinta que gotea desde nuestras frentes, de los cierres que nos colocaron de comisura a comisura: levantamos banderas. Balcones, redes, vínculos. Con respeto y compromiso. A diferencia de esa “fama de excusas” implantada, me atrevo a decir que las y los jóvenes no conocemos las excusas. Y cada vez nos actualizamos y organizamos más, aun cuando sentimos que nos tira el pelo.
Que seamos construcción constante, reivindicaciones y vigor: no quita lo contemporáneo.
Las semanas se borraron del calendario.
Bastó un suspiro para que se derritieran los números, unidad por unidad, y se hicieran charco.
¿Qué pasa si no sé nadar?
Si el sol no pega y no seca.
Si persiste y tenemos que aprender.
A hacer el crol o nado mariposa.
Tanta pluma caída me ensordeció.
Que ya, pueden caer gotas
en la planta de mis pies
en la tapa de mi cabeza
y no, siento, no, escucho.
Sí, nosotras y nosotros también lo estamos viviendo. No tenés que enseñarnos lo que es el dolor, el esfuerzo y el desgano: ya lo sabemos y sí, lo estamos viviendo.
Sujetas/os, mortales, homo sapiens sapiens. Que cargan, que siguen.
No es necesario que nos recuerden todas nuestras faltas, si entregamos o no un trabajo, si sabemos o no leer. Si seguimos es porque queremos cimentar calles con nuevas líricas, veredas más resistentes y ventanas por las que dé ganas mirar el afuera.
*Tiene 17 años y es alumna del Colegio del Sol de Rosario.
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