Observamos con detenimiento Rompan Todo. Tiene sus más y sus menos. Fuerza el carácter transgresor del rock al punto de identificar períodos históricos y bandas sin más argumento que la simultaneidad temporal y la selección de algún tema con cierto hilván. Ayuda a conocer grupos bien interesantes que de otro modo quedarían ocultos por la difusión unilateralizada. Lo analizaremos al aire en La Señal.
Pero este apunte va en otra dirección. De todo el recorrido surge con energía el intento de menoscabo de dos experiencias muy diferentes entre sí pero trascendentes a la hora de hablar del género. Se trata del Indio Solari y los Redonditos de Ricota, devaluados sin argumento cuando su trayectoria ameritaba el reconocimiento pleno; y de la Rock and Pop, excepcional y masivo ariete que aparece oculto ante la presunta grandeza de Music TeleVision (MTV).
Aunque el origen de esos ocultamientos se puede detectar en el interés comercial (son dos factores en los cuales Gustavo Santaolalla no tuvo participación), es probable que el sustrato emocional de la selección radique en la envidia. Así lo sentimos y por eso lo señalamos. El músico mencionado, de enorme tarea creativa y de dimensión genuina como productor, transmite en la edición del documental esa bronca compartida por tantos ante la azorante popularidad de nuestros Redondos; bronca aquí traducida en la pretensión de bajar su precio.
Es posible que Solari y la Rock and Pop no hayan desplegado amistad por largo tiempo, pero la emisora en cuestión padece en Rompan Todo un ninguneo que en una de esas obedece a razones equivalentes. Nos tocó estar allí cuando ambas potencias estallaron al aire, con la presencia del Indio en la emisora; presencia destinada, entre otras cosas, a respaldar el gobierno peronista en su segunda etapa. Por entonces el marco resultó justo: se había logrado llevar a Capusotto al aire de modo regular y a insertar una proporción más vasta de música nacional en la programación.
El cierre de la obra de Netflix brinda alguna pista: mientras haya políticos corruptos habrá rock and roll, dicen varios artistas mexicanos a modo de valiente conclusión. No se enteraron que el problema no radica en la política sino en los espacios empresariales que necesitan desprestigiarla y anularla para hacerse cargo, en toda la línea, de la economía, la cultura, las instituciones. De la música. A pesar de la edad de algunos rockers, todavía necesitan escuchar Vamos las Bandas y decidirse a bajar del cielo.
El tsunami de gente lo comprueba: la obra de los Redonditos de Ricota es imperecedera. En la difusión de esa “mística” tan cuestionada, algo habremos tenido que ver. ¿A quién se ofendió? Cuando narramos la verdadera historia de La Bestia Pop, nos inspiramos en aquello que escribieron en la pared las tribus de nuestras calles.
Ahora que la Rock and Pop es una radio más, puede afirmarse que el espíritu de sus momentos más intensos pervive en otros aires, también ligados a esas pintadas que abajo, abajo, dinamizan los paredones –y a su través, la cultura- desde Ringuelet hasta Berisso y se extienden como identidad común a tantos barrios del país.
Netflix y Santaolalla podrán realizar grandes cosas. Bien por ellos. Ninguna de sus creaciones merece mostrar la hilacha e intentar ocultar el talento que surge de nuestro pueblo. Cuando emerge una obra significativa la grandeza se palpa en la felicitación sincera; no en el intento de barrerla bajo la alfombra.
Sabemos que hay opiniones discrepantes con esta versión. Pero sentimos la necesidad de sostener la franqueza.
Existe, todavía, una historia no contada.
* Director La Señal Medios