Yo no sé, no. Pedro recuerda ese fin de enero interminable (como casi todos los eneros), porque sería el fin de la calle. “Disfrutalo –le dijo la hermana, casi maliciosamente–, que en febrero te esperan los renglones”. Y sí, ya con 8 recién cumplidos, lo esperaba un tercer grado (de ahora) con escuela nueva y barrio nuevo. Dejaba atrás la casa, las veredas de la calle Zeballos, y dejaría líneas que usaba como referencia imaginando que eran renglones gigantes a domar porque en el cuaderno era casi imposible, o se iba para arriba o para abajo de los renglones y muchas veces achicando la la letra.
En el nuevo barrio, ese verano sonaban lindo algunas guitarras por la radio. Se escuchaba, en vivo o repetido, la tercera edición de Cosquín, con algunas cuerdas que harían historia. Al año, a Cafrune se le ocurre presentar a Mercedes Sosa y las cuerdas de la guitarra de Falú eran un placer para los oídos.
A esa altura, Pedro se preguntaba cómo Gracielita dominaría el pentagrama, pues ella un año antes le dijo que iba a ser música, lo que para él parecía un imposible: si no puedo con los renglones comunes, menos con 5 pegaditos como los del pentagrama.
Ese año, el 64, una nota saltaba en el pentagrama de la historia: en diciembre, casi, casi regresa el general, pero no.
A principio del 65, Pedro caminaba más parejito sobre los rieles de la vía que su letra sobre los renglones. Ese año, en el aula apareció un pizarrón verde con los renglones suavemente marcados, y cada vez que pasaba a escribir, transpiraba la gota gorda. Susana, su compañera de banco, le decía: “Hacé de cuenta que caminás sobre las vías”. El verde transformaba al pizarrón en un monte a dominar (como un oturrunco, pensaría más tarde). Al año siguiente, en los renglones del deporte se escribía con mayúscula el nombre de Horacio Accavallo y otro golpe de Estado ponía a los sectores agroexportadores a escribir y gobernar con una receta económica escrita en otros cuadernos y con una partitura que nada tenía que ver con los intereses de la patria.
En el 67, Perón escribiría: “Uno de los nuestros, quizás el mejor”, ante la caída del Che (palabras que nunca desmintió y que si no las escribió figuran igual sobre los renglones de la historia de la patria).
Con Pedro, estos días, cuando vemos a la pibada en edad escolar, nos preguntamos si extrañarán los renglones, si sentirán cierto nerviosismo al pensar en los cuadernos que les esperan. De lo que estamos seguros, es que hay que estar atentos para que no nos escriban cómo tenemos que transitar los renglones por venir, y que la partitura que esté en el pentagrama de la patria, suene con los acordes de los mejores de los nuestros.
Fuente: El Eslabón