Volvieron los hinchas a la cancha después de mucho tiempo, para certificar que un partido de fútbol por televisión es diferente al visto de forma presencial. Uno no ve lo mismo, no sucede lo mismo.

Las trasmisiones de los partidos de fútbol son un lujo, es donde más recursos técnicos se utilizan, y es el espectáculo al que mayor inversión se destina. Mientras la pandemia no permitía espectadores en las gradas, solo la tele se encargó de llevarnos las vivencias de la cancha a nuestros hogares.

Durante los partidos uno escuchaba el golpe seco del botín contra el esférico, las palabras y los gritos de los jugadores o jugadoras y de sus respectivos técnicos y técnicas. A su vez, con gran calidad de imágenes, se veían detalles que uno no jamás vería. Incluso hoy, hay televisores que nos permiten ver planos panorámicos similares a lo que una persona observa en la cancha. Sin embargo, no se ve lo mismo cuando estás en la tribuna, es más, no sucede lo mismo.

La cantidad de cámaras y la repetición de las jugadas polémicas, sumado al relato y los comentarios generan una única interpretación de lo sucedido. Por ejemplo, si el director de cámaras elige cinco o seis yerros de un determinado jugador y realiza un pequeño video y lo pasa en medio de la trasmisión (cuando este parado el partido)  ya condiciona la mirada de los televidentes sobre el desempeño de ese jugador. Es difícil que algunos de los que están frente a la pantalla recuerden a otros futbolistas que también tuvieron errores o incluso peores que los del mencionado.

Mi viejo, cinéfilo él, me cuenta que antes, los espectadores de una función iban a los bares aledaños a conversar y discutir sobre el film. Esa reunión también formaba parte del espectáculo y reunía más elementos que también formaban parte de los argumentos que sustentaban la opinión.

En el transcurso de una partida de ajedrez entre reconocidos competidores, los asistentes discuten en salas contiguas las posibles jugadas que utilizará cada competidora o competidor. Esas discusiones son parte del haber presenciado la partida.

Lo mismo sucede en una cancha de fútbol, parte del partido son las opiniones de los demás espectadores. La oferta de consideraciones es interminable en este caso. Cada match saca a relucir consideraciones e impresiones que se comparten de forma amable, a los gritos o entre puteadas. La popularidad que tiene este espectáculo logra que cada uno de los asistentes sea un entendido inobjetable.

Volver a escuchar consideraciones, excusas, valoraciones, quejas, interpretaciones, insultos sobre el juego, el plantel, la comisión, su política; conversar sobre cuáles son los cambios que debió hacer, si hay que poner a los pibes o traer jugadores de jerarquía es parte del partido que no se ve en las trasmisiones.

La primera impresión sobre una jugada, sin que repetición alguna trate de esclarecer, el frío y el calor, el ambiente, la presión de derrotas consecutivas o lo dulce de los equipos que andan bien, conforman algo que no acontece en la televisión.

En la cancha no solo se ve el juego, sino que también se mira las consecuencias del juego en las tribunas. El espectador se distrae si el partido es malo. También el hacer de las personas presentes muchas veces influye en las decisiones de los jugadores.

Podría decirse que la cámara siempre sigue al jugador que posee la pelota y a quienes la disputan, mientras que los restantes no forman parte del juego televisado. Si bien eso ya es una diferencia importante, la diferencia la hacen las personas. La interacción entre las personas, lo humano que sucede en el estadio es lo que diferencia un partido de fútbol vivido desde las tribunas. Se extrañaba ver esos partidos viscerales, de carne y hueso. Para mí los partidos trasmitidos por la televisión y sin público no existieron en las vísceras de nadie.

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