Yo no sé, no. Pedro iba camino a la granja de Zeballos y Rodríguez, pensando en deleitarse con aquellas latas que dejaban ver las galletitas más ricas, cuando lo distrajo un cajón de duraznos casi perfectos. El día anterior había visto unos en latas y el dibujo era toda una tentación. Pero la lata era perfecta, con ella podía guardar sus cosas, figus, bolitas, el recorte de un diario con la foto de Central, las cebitas, la cartita que nunca le mandó a Gracielita y el ratón rojo que alguna vez le compraron y, a pesar de los años, cada vez que lo apoyaba en el suelo, caminaba.
Ese año, la derecha imperialista incrementaba el bloqueo a Cuba, que por otro lado afianzaba su relación con la Unión Soviética. Se inauguraba el primer tramo del conducto petrolífero del COMECON, que iba a permitir que el gas y el petróleo ruso, en una enorme lata, se fuera a Europa sin sufrir bloqueo alguno.
Frondizi, haciendo caso al Imperio y a la oligarquía cipaya, también rompía con la isla. En Londres empezaban a sonar los Rolling y Pedro se guardaba 25 bolitas para la Lata, 25, como los goles que ese año hizo el Nene Sanfilippo .
Ya viviendo cerca de la Vía Honda, Pedro tenía 4 latas (del tamaño de las de durazno): una para las figuritas, otra para las bolitas, otra para las monedas y la última que guardaba algún mensaje, o cartita, o la foto recortada de la piba que fue con él hasta sexto en la escuela de barrio Acindar.
Mientras tanto, los laburantes del barrio se quejaban de los precios de los alimentos y de las pilchas, apenas tenían el medio aguinaldo en el bolsillo. “Alguien está metiendo la mano en la lata –decía Francisco, que vendía querosén suelto en Cafferata y Doctor Rivas–. El gobierno tendría que intervenir”.
Ya terminando la primaria, Pedro se despidió de sus cuatro latas llevándolas al campito para usarlas de arcos.
En el 73, el poder económico mundial hacía temblar las latas de todo el mundo. EEUU ya no respaldaba su gran lata (de dólares) con oro, sino con fierro, y el poder financiero (papeles, bancos, deudas, secciones de empresas, paraísos fiscales) quedaban en el centro de la escena.
Con las pibas y pibes del Superior, alrededor de una lata en la que depositaban sus sueños, sus compromisos y alguna que otra moneda, redoblaban los esfuerzos. Algunas noches, volviendo de la escuela, a Pedro se le daba por alguna canción y se mandaba un “A la lata, al latero, la historia se escribe con la lucha de cada compañero”.
Hace unas horas, saliendo del chino, Pedro me dice: “La verdad es que a los que meten la mano en la lata sistemáticamente, ya los conocemos, son cuatro empresarios miserables y tres multinacionales. Así que es hora de que las latas de los de abajo empiecen a llenarse, las de los sueldos, las de las notas que alguna vez se escribieron y las de las fotos con sus sueños. Vemos un cochecito, que hace también de changuito, y del bolso que se bambolea por los manotazos del niñe, se asoman dos latas: una de leche condensada y la otra de durazno. Y Pedro termina diciendo: “Cuando las latas estén al alcance de todos los bolsillos, en ese momento, los pequeños brazos de la Patria se harán fuertes por haber sido acariciados con la historia de un pueblo que no para de luchar, no para de soñar”.
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