Yo no sé no. Con Pedro ya vivíamos en el sudoeste de la ciudad y ese primer febrero se presentaba con algunas lluvias con vientos, algo que en el otro barrio no traía demasiadas consecuencias pero allí, entre el descampado y lo precario de las primeras construcciones, siempre había que estar atentos y en las tardes en las que en el horizonte se veían algunas nubes, la discusión en la familia aparecía. Nosotros, los más chicos, decíamos que eran nubes con un poco de agua, nuestros padres afirmaban que se venía una tormenta y que sólo en la puerta, en nuestra vereda, podíamos estar. Con Pedro metíamos presión para que nos dejaran ir por lo menos hasta el baldío, que a los años se convirtió en una placita. Ese verano, Pedro le dijo a la hermana que le explicara lo de la presión atmosférica, pues habíamos escuchado que cuánto más presión había mayores eran las posibilidades de que el cielo se despejara de toda tormenta. La abuela que era re sabia, siempre acertaba con su pronóstico y aparte seguía comiendo de todo porque su presión siempre estuvo bien.

Ese año, la maestra de tercero le terminó de enseñar lo que ya sabía sobre la presión y el tiempo aparecía como una información a tener en cuenta. Los hectopascales nos sonaban como los “Héctor Pascuales” y siempre decíamos “cuánto más Pascuales mejor, para ganarle al mal tiempo”, y se nos venía la imagen de muchos Pascualito Pérez que, desde abajo y a los bollos, hacían salir el sol.

Algunas noches, cuando volvíamos del colegio en pleno furor democrático y con un Héctor en el gobierno, Pedro, cuando sonaba algún trueno, se ponía a tararear Mi noche triste, casi siempre desafinado y cambiando la letra del primer (según dicen los que saben) “tango canción”, con letra de Pascual Contursi. Pedro decía que necesitábamos, además del Tío Héctor, a todos los Pascuales para que la noche y la mañana no nos pusieran tristes si la tormenta nos había dañado. Yo, la verdad, no sabía si hablaba del tiempo con sus vientos y lluvias o del clima político, o de las dos cosas a la vez. 

La otra tardé, cuando en el cielo empezaron a verse nubes cargaditas, en la tele seguían repitiendo que los mercados seguían metiendo presión para que se llegara a un acuerdo con el FMI, que no dudaban que el clima económico iba a estar despejado para invertir y sarasa.

Pedro, el otro día, me decía que el buen tiempo vendrá con mucha presión desde abajo, para que los más chicos, las pibas y los pibes, puedan ir a la placita y para que no haya angustia por ver cómo se enflaquecen nuestros bolsillos. Mirá, me dice, Pascal aparte de medir la presión atmosférica y explicar que cuánto más mejor, creó una empresa llamada “una carroza por 50 centavos”, que fue el primer transporte público en París, y muchas cosas más, en lo que el llamó “La apuesta”, para creer en la existencia de un dios.

Nosotros, prosigue Pedro, aparte de ser esa presión que con fuerza se presente desde abajo, tenemos que apostar a seguir aferrados a nuestras convicciones, esas que desde hace muchos años nos hacen sentir que dentro de poco, una mañana, veremos el cielo de la Patria despejado.

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