En el mes de agosto, en Argentina, celebramos el Día de las Infancias. Las niñas y los niños esperan su regalo, generalmente, un juguete. Y es comprensible que así sea, porque el juego es su actividad principal; es su manera de participar de su cultura y de su comunidad; jugando tratan de comprender y habitar el mundo.
Existen diferentes tipos de juegos que se vinculan con el desarrollo infantil. Vale mencionar el juego simbólico, que les permite a las niñas y los niños ritualizar escenas de la vida cotidiana, resolver situaciones difíciles a las que se enfrentan y actuar diferentes roles. Mientras que los juegos reglados hacen su aporte para que aprendan a respetar turnos y reglas, a aceptar tiempos de espera y ciertas frustraciones, a comprender que los errores son parte del proceso y que, de ninguna manera, constituyen un fracaso. Es por eso que, muchas veces, elegimos objetos que promuevan la construcción de estos escenarios lúdicos.
Sin embargo, elegir un juguete puede convertirse en una difícil tarea. Porque debemos lidiar con las imposiciones del mercado y las ofertas que nos brindan las publicidades o las vidrieras de las jugueterías. A veces, nos encontramos con propuestas bien distintas si se trata de niñas o niños. Juegos vinculados a la belleza, la maternidad y las tareas domésticas, como mandatos incuestionables para las niñas de hoy, las mujeres de mañana. Juegos que resaltan la fortaleza, los superpoderes y las actividades por fuera del hogar para los niños de hoy, los varones del futuro.
En otras ocasiones, podemos encontrarnos con juguetes que, en su descripción, aseguran que permiten “estimular” determinadas conductas, destrezas o habilidades que se vinculan con el universo adulto y el futuro rendimiento laboral; que miran a las niñas y a los niños como “adultos en miniatura», que desconocen por completo los verdaderos intereses y necesidades de la infancia.
Ante estas ofertas comerciales, lo mejor que podemos hacer es resistirnos a ser el engranaje necesario para que la maquinaria productiva siga su marcha, condicionando el devenir de la niñez. Porque tal como lo expresa la Defensoría de Niñas, Niños y Adolescentes de Santa Fe: “A la luz de estos tiempos es necesario dejar de pensar en un modelo universal, único y homogéneo de infancia (…) porque no existe un solo tipo de infancia, sino que existen tantas infancias como niñas y niños quepan en ellas».
Deseo que quienes ya nos volvimos grandes podamos generar espacios de juego, para que las niñas y los niños sepan –desde pequeños/as– que tienen derecho a jugar a lo que se les dé la gana de manera que, en el futuro, tengan la certeza de que cuentan con la libertad necesaria para elegir su propio destino.
Por último, tomo prestadas las palabras del imprescindible Luis Pescetti: “Crecemos bajo el amparo, el peso, el anhelo o la ausencia de una mirada…”. Deseo que, más allá de los regalos que hoy reciban las niñas y los niños, siempre se sientan cobijados en la mirada de sus familias, docentes y afectos. Si todo eso no fuera posible, no será sin consecuencias. Entonces deseo que, al menos, alguna persona adulta los corra del abismo que provoca el desamparo: el anhelo de una mirada que nunca llega o el peso de una mirada que impone sueños ajenos e impide concretar los que tienen nombre propio.
*Fernanda Felice es fonoaudióloga, docente de la Facultad de Ciencias Médicas (UNR) y autora de El tiempo de ser niñas y niños, Cuentos desobedientes para cuidar a las infancias (Laborde Editor) y Diario de una Princesa Revolucionaria (Sudestada).
¡Sumate y ampliá el arco informativo! Por 500 pesos por mes recibí todos los días info destacada de Redacción Rosario por correo electrónico, y los sábados, en tu casa, el semanario El Eslabón. Para suscribirte, contactanos por Whatsapp.