Yo no sé, no. Terminaba Agosto y Pedro sentía que había perdido la pulseada, o mejor dicho las pulseadas. La primera, cuando la vecinita le empezó a sonreír más a él que al de enfrente, uno que también andaba detrás de Gracielita, pero ya era casi septiembre y Pedro se mudaría de barrio. La otra fue con las figus. En esos días a los pibes de la cuadra se les había ocurrido jugar a las pulseadas por la imagen de los jugadores de aquel 63. Como venía con una lesión en el codo, jugó por él Josecito, el más amigo, el más leal, pero Josecito tenía un brazo que parecía una ramita de un joven álamo. Ese viernes antes de acostarse juntó 3 de Central, 3 de Ñuls, 3 de River, 3 de Boca y 3 de Deportivo Español, las 15 para pagar a la mañana siguiente.
Cerca de la vía Honda, en una canchita que estaba en disputa permanente con las vacas de Tito, al mirar para una de las casillas vimos cómo a la hora del vermut se había armado un torneo de pulseadas. El premió era un lechón, un lechoncito que en un par de meses con algo más de peso estaría a punto para fin de año. También había desafíos aislados por un Vaschetti (etiqueta blanca) con soda. Esa mañana le ganamos la pulseada a las vacas y las sacamos de vuelo; ese sábado la redonda se adueñó del piso de una canchita de 7 sembrada de bostas. Cuando nos íbamos para Puente Gallegos a mojarrear con Pedro sentíamos que más que un desafío era una pulseada con las mojarras que no sabíamos cuándo iba a comenzar. La mojarra en eso nos aventajaba. Con los amarillitos del Paraná era distinto y en esa pulseada aprendimos que no había que jugarla sólo con el brazo sino también con todo el cuerpo.
Una tardecita de un viernes con Pedro saboreábamos el éxito de una pulseada a las autoridades del Superior que habían sancionado a unos delegados por sus actividades políticas. La movilización al rectorado de todos los estudiantes les torció el brazo y a los y las compañeros les levantaron la sanción.
Viniendo por Viedma (Bietma) con Pedro asistimos a una pulseada. Ante la pregunta de una vecina sobre cuánto valía el paquete de Acelga, el silencio del verdulero, que aunque fue de segundos, pareció eterno y nos dimos cuenta que comenzaba una pulseada casi casi de igual a igual.
Mientras tanto por la tele el brazo invisible del mercado se hacía visible en la pantalla de Clarinete y Nazion, que alentaban la suba del dólar para ganar una pulseada. Al rato esas mismas pantallas relataban el alegato de dos fiscales como si fuera Justicia. Pedro me dice: “La verdad que a esta pulseada contra los poderes tanto judiciales, económicos y mediáticos, a esta y a las que vendrán sólo tendremos chances de ganarlas si comprometemos todo el cuerpo. Con el brazo solo no alcanza, habrá que movilizar a todo el cuerpo social si queremos sentirnos soberanos, si queremos tener Patria”.
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