Desde la era charrúa, el fútbol pasó por varias eras. La charrúa duró de los 30 en el Centenario hasta el Maracanazo del 50. Fútbol de guerreros. El secreto uruguayo era el chivito, ese manjar rioplatense de carne gloriosa entre dos panes. Fútbol claro y objetivo. El que muerde más y mete más goles, gana. 

Después vino el fútbol arte. Pelé tenía 9 años cuando vio llorar a su padre después del Maracanazo, y decidió vengarse. Ocho años después Brasil salió campeón por primera vez, inventó un nuevo fútbol y no paró más hasta el 70. 

Pero el deporte sigue el espíritu de época, y empezó el fútbol total. Colectivo, socialista, de la mano de Cruyff y su naranja mecánica, a la que sólo le faltó el título pero que revolucionó el fútbol entre el 70 y el 80. 

Después vino la era maradoniana. 

Empieza con Diego en Argentina, sigue con la maravillosa selección brasileña del 82 y va hasta el 2002. Hubo  varios campeones en ese periodo: Italia, Argentina, Alemania, Brasil, Francia. Y varios cracks extraordinarios, alegres, solares. Pero fue Maradona el D10S que inventó esa era, y que dejó muchos hermosos herederos en todo el mundo. 

Esa es la era más gloriosa de la historia del fútbol. Indescriptible desde el punto de vista técnico, fue la era de la irreverencia, del desparpajo, del comienzo del mega show business, de la habilidad absoluta del mito individual. 

Esa es la historia del fútbol del siglo 20. Hasta ese momento, el fútbol era analógico. Los chicos lo aprendían en la calle, y los profesionales usaban pizarrones, intuición, amuletos, creatividad. 

Después viene la era del tiki-taka, la primera era del fútbol moderno del siglo 21. Con base en datos, los españoles deciden invertir pesado en coreografías entrenadas en mantener la posesión de pelota el mayor tiempo posible. El éxito del Barcelona y de España es tan monstruoso que toda Europa, y después el mundo entero, asume el tiki-taka como la verdad suprema del fútbol. La posesión de pelota se convierte una obsesión tan grande que inclusive la otrora gloriosa Alemania del fútbol bárbaro teutón se rinde a ese guión previsible y soporífero, siendo eliminada dos veces seguidas en los dos últimos mundiales, después de haber brillado en el Río de Janeiro del 7 a 1 y la copa en el Maracaná contra la Argentina de Messi. 

En paralelo al tiki-taka, sucede en siglo 21 un cambio cultural fundamental: empieza y se consolida el fútbol digital globalizado. En Asia viven todos amuchados, no hay potreros. Los chicos aprenden a jugar al fútbol en la PlayStation, y esto no es un dato menor. Hoy hay muchos titulares de selecciones que juegan en la cancha junto a sus ídolos de la PlayStation. 

En este momento parece estar empezando una era nueva: la era del microchip oriental. Al principio pareció una sorpresa: Arabia le da vuelta el partido a Argentina en 5 minutos. Pocos días después, Japón hace lo mismo con Alemania. Y después con España, eliminando a Alemania y casi a España también al mismo tiempo. Y hoy, Corea acaba de hacer lo mismo con Portugal, eliminando indirectamente a Uruguay, que en la otra cancha finalmente había rescatado su sangre charrúa y le ganaba fácil a Ghana jugando un partidazo. 

Esto no parece ser casualidad. Parece un modus operandi. Una tecnología. Analicemos. 

Los asiáticos esperan todo el partido, perdiendo. Entonces, de repente, atacan como kamikazes, ninjas, samurais o como quieras llamarlos, y te dan vuelta el partido en cinco minutos. Es un Pearl Harbour total. Una masacre inesperada que revienta el pensamiento cartesiano europeo (que contaminó la mente de los sudamericanos que viven en Europa). 

Analicemos. Sospecho que no es sólo talento. Tiene que haber una tecnología oculta ahí. Un microchip implantado en la nuca, debajo de la piel. Desde algún búnker, en alguna nube, una squad de devs orientales maneja el algoritmo. Con base en cataratas de datos (sudor del zaguero, pulsaciones por minuto del volante, mirada distraída del arquero que se aburre allá atrás) el algoritmo determina el minuto y segundo exacto en que el rival está más vulnerable para lanzar el ataque ninja. El microchip en la nuca emite vibraciones que inducen la segregación de adrenalina, oxitocina y demás compuestos químicos necesarios para estimular la agresividad y la sed de venganza. El ataque dura sólo lo suficiente para dar vuelta el partido, y nada más: es la paradigmática economía de recursos de la industria oriental. 

Parece sorpresa, casualidad, entusiasmo, una bandita de k-pop entusiasmada jugando a divertirse en la Copa del Mundo. 

No lo es, cuidado, no lo es. Los asiáticos están moviendo el eje de la Tierra para su lado. Primero se llevaron la gente, después la industria, después la comida, después las autopistas, los aeropuertos, los estadios, el show business. 

Hace 50 años, en Sudamérica y en Asia sólo había ranchitos. Ahora allá hay rascacielos de led, y acá, villas miserias. Y encima nuestros chicos ya no juegan más en la calle. Les tenemos que comprar la playstation a ellos. ¿Llegó al fútbol la era del microchip oriental? ¿Podremos pararla? 

A mí no me gusta la era del fútbol de microchip. Prefiero ver jugar a Messi así, casi jubilándose, despacito como en la cancha de bochas. Una especie de Slow Football. Podríamos tratar de contrarrestar la era del microchip oriental con una era de fútbol slow, más poético, menos digital, más alegre, más cadenciado, más humano. 

No es un tema menor. Reaccionemos, hermanos. Si no es con tecnología, que nunca será nuestro fuerte, que sea con la creatividad, la picardía, el corazón. Con la fuerza de la madre tierra, la pachamama. Con música. Con algo. Pero que los asiáticos no nos saquen también el fútbol, por favor. Porque el fútbol es sudaca. Es nuestro. Reaccionemos, hermanos. 

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