Yo no sé, no. La sonrisa, esa sonrisa que Pedro recuerda de la seño de primero superior de la escuela Urquiza, esas sonrisas de los últimos días de noviembre, eran como aplausos, como aquel primer aplauso que en ese año la seño le hizo al verlo porque, pese a tener el brazo casi en su totalidad enyesado, escribía con el lápiz igual o mejor que cuando su diestra no estaba afectada por la rotura del codo. Eso sí, al Faber N°2 lo manejaba más lento, quizás por eso las letras le salían más que legibles. Él se mudaba de barrio y esas sonrisas eran como aplausos de despedida.

Mientras tanto, esa última semana de noviembre, en la última fecha del campeonato local, cerca de lo de su tío, suena –desde un pasillo de la calle Rodríguez casi San Juan y después de un “vamos el rojo”, “vamos el Diablo” y “gracias Dios”– un fuerte aplauso. Era raro alentar al Diablo y agradecerle a Dios al mismo tiempo. Y con aplausos. En ese momento, con la pitada final del árbitro, Independiente terminaba de ganarle 9 a 1 a San Lorenzo y salía campeón. “Central, entre los 10 primeros”. Así le contestó doña Dominga a Pedro cuando éste le preguntó cómo había salido el Canaya. “Entre los 10 primeros” da más para un aplauso que decir “a mitad de tabla”.

Los domingos cuando estábamos en el patio, el tío Mario, mientras leía el diario, decía levantando la voz como para que lo escucharan todos los de las piezas cercanas: “A este gobierno lo voy a aplaudir cuando tome medidas que mejoren la cuestión económica de los que trabajan y que de una buena vez se deroguen esos decretos de la fusiladora que proscriben al peronismo e impiden el regreso del General a la Patria”. Mientras con Pedro estirábamos el cogote tratando de ver la foto de nuestro equipo, sentíamos que desde su cocina, mientras mateaba, don Jorge el taxista le contestaba al tío con un: “¡Tenés razón, Mario! Esperemos que esto empiece a mejorar y que por lo menos los fines de semana, todos o casi todos tengan «la moneda» como para tomarse un par de viajes en taxi”. Terminaba el último mate, se miraba al espejo, pasaba frente a nosotros rumbo al tacho, y nos saludaba con un “nos estamos viendo” y con un “ojalá que al Gobierno lo aplaudamos pronto”.

Con un almanaque que nos decía que habían pasado un par de noviembres, en el otro barrio cerca de donde arrancaba el ligustro, salimos de la cancha del Cilindro con la cabeza gacha porque se nos había escapado el triunfo a último momento contra Gaboto (un equipazo de La Lata) por una volea de Mecoski desde media cancha. Cuando nos retirábamos sentimos un aplauso: era la abuela de Cacho Faría, quien siempre miraba los partidos a la tardecita desde su patio y que ese domingo nos esperó a que pasemos para aplaudir y decirnos: “¡Qué buen partido, vamos que el próximo lo ganamos!”. La abuela de Cacho era nuestra principal hincha y, en esa calurosa tarde, su voz y su aplauso nos hidrataron el alma y el bobo. A 25 metros de Cafferata nos esperaba una vecina con su manguera para terminar de bajarnos la temperatura antes de encarar al kiosco más cercano por algo fresco. Esa tarde aprendimos, entre otras cosas, que nunca hay que salir con la cabeza gacha de una cancha. Al tiempo, el equipo del barrio fue mejorando partido tras partido y la abuela de Cacho, más de una vez, nos aplaudía al entrar a la cancha y algo decía. Nosotros nos imaginábamos un “¡Aplaudan, aplaudan, no dejen de aplaudir, los goles de los pibes que ya van a venir!”. Por entonces, a los equipos de Rosario, Central y Ñuls, se los aplaudía de pie. Tanto propios como extraños. 

En esos primeros años de democracia setentista, uno se despertaba cada mañana con el entusiasmo de una previa ganadora. Pedro, me dice: “¿Sabes qué?, el otro día me desperté junto al canto del zorzal del árbol del fondo de casa, ese que arranca a cantar a las cinco y media de la matina. Y pegadito al canto del pájaro, un cerrado aplauso. Y la verdad es que hasta hoy no sé si el aplauso venía de algo que estaba soñando y se coló con la realidad del zorzal. Sí, sé que desde esa mañana, cada vez que siento el bicherío (porque se suman otros al zorzal), me levanto con cierto entusiasmo, como para entonar entre mate y mate un aplaudan, aplaudan, no dejen de aplaudir, las medidas populares que ya están por salir. “Cada mañana que prendo la radio –prosigue– siempre espero, después del saludo de la locutora o el locutor, escuchar las nuevas tres medidas del Gobierno son… Primero, una suma de 50 lucas para todos los sueldos, independientemente de las paritarias; un congelamiento de precios, de lo más esencial, por 6 meses (tarifas y alquileres, incluido); presión fiscal para los que más tienen y los que vienen zafando, como el sector financiero. Y con el FMI volver a conversar en otras condiciones”.

Se levanta un viento fresco en esta última tarde de noviembre y, casi pisando diciembre, entre mate y mate y mientras escucha un cerrado aplauso para los de la Albiceleste que bajan de un bondi que los trae a la concentración, uno se queda pensando: “Qué bueno sería que lo que entusiasma a Pedro sucediera por lo menos por la mitad. Con eso alcanzaría como para que el zorzal y los aplausos no se detengan por mucho tiempo”.

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