Niñas y niños en edad escolar, y jóvenes que quizás proyectaban tener un destino mejor con la escuela secundaria, asesinados. Balaceras a las escuelas. Insultos y mensajes amenazantes en las puertas de los edificios escolares. Robos camino a dar clases o a aprender. Un panorama impensable años atrás, y que se incrementa al ritmo de cómo crece la narcocriminalidad en Rosario. En medio de ese panorama las y los docentes impulsan el Movimiento Escuelas como territorios de paz. Construyendo comunidades. ¿Una utopía? “Una herramienta”, responden.

La idea comenzó a pensarse de a poco, sin un tiempo o hecho preciso, sí fue un detonante para comenzar a darle forma concreta y convocante el ataque a un jardín de infantes –ocurrido el año pasado– por parte de un grupo de vecinas y vecinos, que irrumpieron en el lugar buscando un docente supuestamente acusado de abuso. Una situación de violencia inesperada, en una comunidad dedicada al cuidado de las infancias y familias.

El hecho fue el detonante para darle un empujón a las discusiones que ya se daban al interior del sindicato docente, a convocarse para “pensar este tipo de situaciones que desbordan lo que venimos haciendo”, dice la profesora Violeta Amancay Castillo, delegada de Amsafé y referenta del Movimiento de Escuelas como territorios de paz

“Nuestro planteo parte de pensar la reconstrucción de las redes y los lazos sociales en los territorios. Esta idea de la escuela abierta y permeable a la comunidad, y la comunidad protegiendo a la escuela”, dice Violeta sobre el horizonte al que mira esta propuesta.

En esa tarea suman y cuentan “las organizaciones territoriales, clubes y centros de salud y la escuela, pensándola como centro porque en la mayoría de los territorios si no existe nada, existe la escuela”.

Violeta entiende este Movimiento “como una herramienta fuerte” de las organizaciones territoriales, de las que se dan en cada lugar, con lo común y con sus singularidades. 

La idea de Escuelas como territorios de paz la toman de la experiencia colombiana. De ahí el nombre, y si bien –aclara la educadora– el contexto es bien diferente, la intención que buscan apropiarse y difundir es que “las escuelas no se tocan; que las niñas, los niños, las juventudes tienen ese espacio donde crecer protegidos, cuidados, aprendiendo”.

“La visión que tenemos es la de cuidar a las infancias con todos sus derechos y también el futuro de nuestra sociedad. Porque, ¿qué hacemos si nuestras infancias son vulneradas de tal manera que no nos permite proyectar una sociedad mejor?”, se explaya la docente sobre lo que significa el extremo de vulnerar a las infancias como sucede hoy en Rosario. 

Para semejante tarea, desde el Movimiento Escuelas como territorios de paz convocan a construir una “contracara”, que supere “los muros, las rejas” que se expanden más rápido que los vínculos comunitarios. 

Violeta remarca que es real que hay más violencia hacia las escuelas y que eso exige un aporte de todos los sectores, incluso una mirada hacia el interior de las propias instituciones escolares, para preguntarse qué pasa con aquellos chicos que no son contenidos, y escuchar qué piden sus familias.

Experiencia que crece

La referente de Escuelas como territorios de paz define al movimiento como una “experiencia corta en el tiempo”, a la vez que habla de cómo se expande poco a poco e intenta ganar terreno. De eso se trata también esta herramienta: de construir comunidades.

Recuerda que el año pasado, al tiempo que sostenían la lucha por las reivindicaciones propias del trabajo docente, se fueron convocando con muchas organizaciones: “Se empezaron a armar mesas multisectoriales interesantísimas con distintas organizaciones, unas más generales, y luego otras más puntuales en ciertos territorios”. 

Uno de esos lugares es justamente en Empalme Graneros y con la comunidad Los Pumitas, a la que pertenecía Máximo Jeréz, el niño de 11 años, asesinado el domingo 6 de marzo pasado; en el mismo lugar donde otros dos chicos y una nena de 2 años fueron alcanzados y heridos por esa balacera. 

Ese domingo –dice Violeta– el crimen de Máximo movilizó de inmediato a las organizaciones del barrio. Tristemente para poder cubrir los gastos del velatorio del niño y acompañar a la familia. “Son personas pobres e indígenas. No es lo mismo que estén invisibilizados a que también estén las escuelas, las organizaciones junto a ellos”, resalta sobre la relevancia de estar presentes ante lo irremediable. 

De ese estar y conocer qué pasa en las zonas más marginadas de la ciudad, surgió la necesidad de marchar pero no dentro del barrio, ni frente a la escuela. “Se trata de visibilizar para afuera, porque los narcos marcan y tiran”, advierte la docente y explica que por esa misma razón “las escuelas y familiares marcharon con nosotros, los docentes, más otras organizaciones que están en la red de Escuelas como territorios de paz” (en referencia a la movilización de Amsafé y Sadop del martes pasado).

Trabajo territorial

La educadora describe al Movimiento como “un trabajo en profundidad que nos pretendemos dar y nos estamos dando en algunas zonas”. Eso implica, entre otras tareas, “escuchar –principalmente– a las mamás que participan en distintas organizaciones que van desde el Evita, la Cámpora, hasta la Libertador San Martín o la CCC, como las grandes, o las más pequeñas que son de algún barrio específico”. Madres que al mismo tiempo que comparten su preocupación por la violencia, les plantean que muchas veces “las escuelas no dejan entrar a los papás, porque somos negros” o “que a los pibes no se los contiene”. “Así como tenemos experiencias educativas fabulosas también están estas otras realidades”, admite Violeta sobre lo que surge en esos intercambios.

Como en el horizonte está aunar fuerzas, generar encuentros, el plan de trabajo del Movimiento Escuelas como territorios de paz es “tener mesas territoriales en distintas zonas de la ciudad”. El énfasis está en entender que “la clave es la red en el territorio”; ya sea un centro comunitario que ofrece fútbol para niños, otros deportes para jóvenes y aquel que tiene un proyecto de serigrafía, cita como ejemplos posibles y reales la educadora. 

Son propuestas, continúa, que “existen en los territorios y no se conocen entre sí; o porque a veces hay pica por las cosas que pasan en los barrios. En ese caso, nosotros cumplimos un rol más bien de «neutralidad» y articulador”. 

Esa idea de mediación, de encuentro, de lazos y recomposición de vínculos, agrega, es lo que explica el subtítulo del nombre del Movimiento: “Construyendo comunidades”.

Para la delegada docente, otra parte clave de esta experiencia “es la de exigir las políticas públicas adecuadas para que nuestros pibes puedan estar en la escuela”. También de disponer de otros espacios, como los clubes, de esparcimiento y recreación. Una tarea que demanda de la presencia del Estado.

Un basta bien fuerte

El trabajo del Movimiento pasa por estos días en la manifestación pública contra la naturalización de las violencias. “Estamos pensando en lo inmediato en convocarnos, articulando lo que está pasando en todos lados. Es como decir un basta bien fuerte, porque meterse con las infancias es sobrepasar todos los límites”, alerta Violeta sobre una respuesta que también le exigen al Estado.

El Movimiento tiene una fuerte inspiración pedagógica, apoyada en la convicción del beneficio de lo solidario y colectivo, con un trabajo a corto y a largo plazo. “Siempre enfatizamos que lo que nos va a salvar es la organización, que es de abajo para arriba. Siempre”, dice la educadora y convoca a no dejarse que lo que pasa “genere la desesperanza, a imaginar que no se puede proyectar ni transformar, que en definitiva es lo que se busca hacer creer: que todo es lo mismo y la vida no vale nada”.

La profesora destaca que el trabajo del Movimiento es contrarrestar la idea de pensar que las escuelas son tierra de nadie. Lo dice por las balaceras contra los edificios escolares, que se suceden por los barrios de Rosario. “La escuela no es tierra de nadie, de los narcos”, remarca Violeta y convoca a “discutir, no naturalizar, y a reconstruir eso otro que dice que “las infancias no se tocan”. 

El llamado del Movimiento es “activar lo que existe en las organizaciones” y que permite pensar en otra realidad. “Hay veces que no enfatizamos lo que tenemos, que no nos damos la importancia que ganamos en los territorios, que en última instancia es la fuerza organizada. Es cuestión de juntarse. Respuestas completas no tenemos, pero estamos en construcción y de pie”, rescata como mensaje.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 11/03/23

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