Después de Crónicas maradonianas y Fuegos de junio, el colectivo de periodistas y escritores Lástima a nadie maestro lanza Ilusión eterna, libro con relatos de Argentina campeón.

Juan Stanisci, Lucas Jiménez, Santiago Núñez, Lucas Bauzá, Esteban Bedriñan, Nadia Fink, Camila Parodi, Carla Lorenzo y Federico Raggio. El colectivo autogestionado de periodistas y escritores que conforman Lástima a nadie, maestro sigue de fiesta por la obtención de la Copa del Mundo en Qatar. Lo que antes vivieron en las calles, casas o bares, ahora lo vuelcan en el libro Ilusión eterna. Historias de amor, locura y mundial, que hace la entrada en calor en la preventa de la editorial Milena Cacerola. “Inicialmente iba a ser sobre la cobertura del Mundial, lo que hicimos partido a partido” para el portal de literatura deportiva, admite Lucas Jiménez, uno de los integrantes del espacio. “Pero con Argentina campeón –continúa–, con todo lo que generó no sólo el Mundial sino el pos mundial, con los festejos y las cosas que siguen pasando, decidimos hacer foco sólo en la Selección Argentina”. Y advierte: “Como ninguno de nosotros estuvo ni cerca de Qatar, lo abordamos de la manera en que lo vivimos acá”. Nos volvemos a ilusionar…

Esta locura no la traten de entender

“Arrancamos perdiendo, con la soga al cuello desde que terminó el primer partido”, recuerda Lucas, a quien le costó digerir la derrota del debut ante la modesta (y molesta) Arabia Saudita. Esa mezcla de nervios y ansiedad no lo dejó dormir la noche previa y mucho menos la siguiente, con la derrota consumada. Pero después todo fue amor, locura y pasión. “Fue el primer Mundial que se jugó a fin de año y eso hizo que se viva de una manera más alocada”.

Salvo el primer partido, que por el horario (7 de la mañana en Argentina) estuvo para unos mates, el resto habilitó para algo más fresco, aprovechando el calorcito de noviembre-diciembre. “Todos los partidos permitían juntarse a tomar algo, cayeron muchos partidos entre feriados y fines de semana. De México en adelante, generó que los pos partidos fueran una fiesta. Ni hablar de la locura después de la final con Francia”, señala este acérrimo hincha de Banfield.

Entrevistado por El Eslabón, Lucas asegura que esa locura desatada en cada rincón del país es la que intentaron volcar a las páginas del nuevo libro. “Nos gusta jugar mucho con la música. Juan Stanici (editor del libro y fundador de Lástima) agarró la imagen de Messi y los festejos arriba de la camioneta. Es una imagen que no se ve en el video pero sí cuando le sacan la foto, es como un rayo de sol que lo ilumina sólo a él cuando está con la Copa. Ahí jugó con la frase de Fito, aprovechando los 30 años de El amor después del amor (“Tal vez se parezca a este rayo de sol”). Esa es una de las primeras notas del libro y es bastante identitaria de las locuras del libro”. Agrega al respecto que “hay mucho de ese disco” del rosarino nacido en el 63: “Utilizamos frases de ese disco para hablar de distintos jugadores, como Di María, Enzo Fernández, Messi… Hay muchas teorías alocadas. Porque la idea era escribirlo como lo vivimos, como una locura”.

Este periodista oriundo del sur del Gran Buenos Aires revela que “la mayor diferencia con los libros anteriores es, por un lado, la extensión de los textos”, ya que “estos son muchos más cortos, no hay crónicas largas como en los anteriores”. Y además, el tiempo para hacerlo: “Tuvimos que entregar rápido. Este tuvo un gran laburo de edición y confección que hizo Juan con Nadia Fink, que es editora y sabe un montón del tema. Le dieron como una forma, porque teníamos un montón de textos, entre los nuevos y los viejos, y lo que surgió pos mundial. Iba a quedar muy largo para libro, y además los precios están disparados. La idea es que no salga una fortuna, sino no lo puede comprar nadie”.

Elijo creer

“Excepto los que fueron días de semana, como el de Arabia y otro más, la gran mayoría lo vimos los tres juntos”, dice Lucas Jiménez en referencia a sus dos laderos, Juan Stanisci y Santiago Núñez, del elenco estable de Lástima a nadie. Bien sabían como futboleros de raza, que la cábala no se mancha. “Quedó desde la Copa América de Brasil, que funcionó. Todavía estaba el tema de las burbujas y eso, por la pandemia, así que en vez de verlo con 10 o 15 más y que todo se desmadre, los veíamos nosotros tres solos. Lo mismo hicimos con la Finalissima y algunos partidos de Eliminatorias”. Cuando la logística para juntarse se complicó, la Selección Argentina le puso fin al invicto de 36 partidos.

Y no sólo eso. Lucas cuenta que con su grupo de laburo en los barrios de la zona sur bonaerense organizan, como bastante anticipación, una despedida de año. “Habíamos alquilado algo, pero caía justo ese fin de semana de la final”. El tema está en que “la plata la ponés como tres meses antes”, continúa. “Yo ya había avisado que iba el sábado pero no el domingo, porque tenía la confianza de que Argentina iba a llegar a la final y lo quería ver con Juan y Santi, para respetar la cábala”.

Sobre ese inolvidable 18 de diciembre, rememora: “Fue un quilombo llegar” a la Capital Federal. “Yo estaba bastante lejos y cortaban los trenes y los bondis mucho tiempo antes. Tuve que salir re temprano. El tren lleno con gente de zona sur yendo a Capital al Obelisco. No sé dónde vio el partido toda esa gente. El partido fue a las 12 y a las 9 los colectivos ya estaban llenos”.

Por último, este hincha del Taladro considera que “este Mundial fue como el final de un camino”. Y argumenta: “Terminé el colegio en 2005, y el primer mundial que vi ya casi como adulto fue el de Alemania 2006, el primero de Messi. Eso me acompañó en mi adultez. Lo viví con mucha intensidad, mucha energía. Después del partido con Arabia, eran las 3 de la mañana y no me podía dormir; y la noche anterior ya no había dormido. Por eso, ganar fue como sacarse un peso de encima. Pasados los años, terminaré haciendo lo mismo que hacían los que vieron el 86: sacando pecho diciendo «yo lo vi campeón. Ahora a ver si lo pueden ver ustedes»”.

Y leo revistas en la tempestad

En los duros y menemistas años 90, Lucas Jiménez y su familia no fueron una excepción a la regla. La crisis les cayó con todo el peso de las políticas neoliberales. “Fue todo muy complicado”. Como niño que era, recuerda que “en casa dejamos de tener cable”, y para seguir las alternativas del fútbol y otros entretenimientos, acudió a otros medios . “Yo me crié con mi abuelo materno, estaba todo el día al pedo y empecé a escuchar radio. Competencia, con Víctor Hugo Morales. Y como me gustaba leer, agarré una revista El Gráfico vieja, le dije a mi abuelo que eso me gustaba, y me dijo que cada tanto me la iba a comprar”.

Sobre esa mítica publicación, comenta: “Me acuerdo que agarraba las revistas y las cortaba y las separaba por equipos. Tengo caras que reconozco por eso. Por ejemplo, hoy me cruzo por la calle a Marcelo Carracedo y lo reconozco por aquellas fotos que recortaba”. Aclara que “era muy fanático del fútbol argentino”, pero que “ahora no tanto”. Incluso, admite: “Voy a la cancha y hay jugadores de Banfield que si no juegan seguido no los conozco”.

En cuanto a las lecturas, el cronista reconoce que es “más de la revista que del libro, pero me di cuenta que ahí me perdía un montón, y terminé entrando a la literatura”. Los maestros Rodolfo Walsh y el polaco Ryszard Kapuściński fueron sus primeros deslumbramientos: “Arranqué por ahí, leyendo crónicas periodísticas, por fuera del deporte”. Hasta que se topó con el periodista Ezequiel Fernández Moores, autor de los libros Díganme Ringo y Juego, luego existo, y otros trabajos fílmicos. “Me volvió loco leerlo. Lo conocí en el diario La Nación (para el que escribe actualmente) y después fui para atrás con todo lo que había hecho”. Metido en las páginas de los libros, también buceó en la obra de Roberto Fontanarrosa: “El Negro me ha hecho poner colorado en un colectivo, te hace tentar. El Gordo Soriano también. Hoy, Ariel Scher me parece un gran maestro, además que es un tipazo. Siempre lo recomiendo”.

Donde quedó estancado fue con la pelota en los pies: “Al fútbol jugué, pero no llegué a once. Jugaba papi fútbol, en el club de barrio, en la escuelita. Jugué federado muy poquito. Después tuve una experiencia como técnico de los pibes en cancha de 11, pero iba más para regular los tiempos, ya que como ponían plata la idea era que jueguen todos. Era más un compañero que un DT”.

Pese a no contar con ciertas habilidades en la zurda ni en la derecha, Lucas Jiménez asegura que “el fútbol es gran parte de mi vida. Y una herramienta, no sólo de comunicación, sino de relación social. Mucha gente y amigos que conozco, los conocí por el fútbol. O por jugar o por hablar o escribir de fútbol”.

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