Tras años sin poder hacerlo más que en instancias de intimidad con sus pares, un ex combatiente accedió a que se publiquen sus traumáticas experiencias en el frente de batalla, que por fin pudo relatar ante un cronista bien confiable y cercano: su hijo.

Sergio Gallo es mi padre y fue soldado combatiente en la guerra de Malvinas. Estuvo en las islas, en el frente de batalla. El 24 de marzo pasado tuvimos una conversación sobre el tema, de su experiencia en las islas, y me contó lo que sigue:

Foto: Télam

¿En qué año fuiste y qué destino tuviste en la colimba?

Yo estuve en el Batallón de infantería de marina N° 5 Escuela, que tenía asiento en Río Grande. La convocatoria a la colimba fue a principios de 1981, y cuando estaba por cumplir un año, me tocó lo de Malvinas. Había que presentarse en el regimiento militar de Resistencia. En abril de 1981 nos subieron a un tren. Después nos llevaron a Pereira Iraola, a un campo de instrucción y formación de conscriptos. Y después sorteaban entre los batallones de destino. La primera rareza que siento es que a mí me había tocado el Batallón N°1 de artillería de campaña que estaba en Puerto Belgrano, y antes de ir a mi destino los de la inteligencia naval me separaron y me hicieron cambiar el uniforme para ir al N°5 en el sur. 

¿Fue dura la colimba ahí?

Durísima. Porque era una sección que estaba prevista para la contienda para cualquier posible conflicto con Chile y justo ahí fue donde se había desencadenado un problema en el año 1978, por el tema del Beagle. Hubo una movilización del ejército argentino y el chileno donde se estuvo a un paso de la guerra. Entonces esa zona quedó muy delicada.

Era un entrenamiento riguroso no sólo por eso, sino que fue un batallón donde iban a parar todos aquellos que habían tenido algún problema político. De esto yo me enteré tiempo después, cuando ya había vuelto. Los jefes militares de ese batallón habían formado parte de la represión ilegal, en los grupos de tarea de la ESMA. Por ejemplo, uno de los jefes de operaciones era Antonio Pernías, uno de los más alto rango en la ESMA, o sea uno de los que más metido estuvo en la tortura y la desaparicón de personas. Mi jefe de Compañía, que yo era el chofer, fue Rodolfo Cionchi, ahora tiene cadena perpetua junto con Pernías. Era gente que había participado de lo peor del terrorismo de Estado. 

¿Cómo era el entrenamiento? 

Eran movimientos vivos todo el día. Te levantabas a las cinco de la mañana, en el sur tenés todo el día de noche en el invierno o todo el día de sol en el verano. Era todo el tiempo ranear, correr, salto arriba, carrera mar, cuerpo a tierra. Hasta a la noche, como cuatro horas antes de dormir, y después nadie dormía. Era tenerte sin dormir y corriendo todo el tiempo, yo no sabía lo que era caminar cuando volví, allá no se caminaba, se corría. Entrar en una locura permanente. Es más, los castigos tenían que ver con los movimientos vivos. Habían castigos más brutales, cuando alguno se mandaba una macana paraban todo y nos sacaban en calzoncillo y en pata y a correr así en la nieve. 

–¿Y cómo fue el momento en que les dicen que tenían que ir a Malvinas?

Unos días antes del 2 de abril de 1982, en el batallón nos sacaron a hacer un ejercicio de campaña. Ahí nos dijeron que habíamos entrado en guerra y que nos tocaba ir a las islas.

¿Cuándo fueron a las islas?

Algunos de mis compañeros dicen que fue el 8 de abril, yo creo que fue el 7 que llegamos a Malvinas. Nos llevaron en un vuelo de Aerolíneas Argentinas, un avión al que le habían sacado todos los asientos. Llegamos al aeropuerto de Puerto Argentino que es la capital. Al otro día nos dijeron a qué posición teníamos que ir, nos movíamos caminando, kilómetros. Hasta que llegamos a Sapper Hill. Más o menos a quince, diez kilómetros de la capital. Cerca de Tumbledown, también de Monte Longdon. 

¿Cuándo empieza la guerra propiamente dicha los enfrentamientos, las batallas?

Foto: Télam

La noche del primero de mayo empezaron los bombardeos de los buques. Me acuerdo que estaba de guardia y miraba hacia el océano. Esa noche vi unas pelotas rojas, unas bolas de fuego en el cielo. Yo no podía creer, me acuerdo que les dije a mis compañeros: miren las bolas de fuego en el cielo. Nosotros estábamos en una posición donde había un radar, entonces los ingleses disparaban justo ahí. Nos recontra bombardearon. 

Antes de que empiece el ataque, ¿qué se decían entre ustedes?

Hablábamos como si estuviéramos de campamento, que habíamos ido a conocer unas islas de las que habíamos escuchado desde pibes, sabíamos lo que se reclamaba, pero era como que nunca iba a llegar la guerra, como que nunca iban a haber muertos. Eso fue hasta el primero de mayo. 

Y ahí ¿qué se decían?

No podíamos hablar, nadie podía decir nada. El estrés era brutal. El 2 de mayo ya había compañeros a los que le faltaba una pierna, o que tenían esquirlas de las bombas en el cuerpo, empiezan las primeras bajas. 

¿Es en ese momento cuando empiezan a meterse en los pozos de zorro?

Claro, nos habían mandado a hacer los pozos de zorro, que tenían que tener por lo menos un metro y algo de profundidad, así te podías parar ahí adentro, cubrir y también tener la posibilidad de sacar el fusil para disparar. Pero lo que pasaba es que vos hacías un pozo en alguna parte y estaba lleno de agua y había piedras, entonces no podías ir más de veinte centímetros para abajo. Me acuerdo que esa primera noche de bombardeo estábamos en el mismo pozo con un compañero, pero solamente con veinte centímetros de profundidad, y no teníamos otra cosa para cubrirnos. Todavía no puedo creer que no nos hayan matado, que no nos hayan pegado parte de los pedazos de hierro que salían de las esquirlas de las bombas. La bomba es una cosa cilíndrica que cuando cae salen pedazos de hierro expandidos en rafagas para todos lados, te parte al medio si te agarra.

–Entonces, ¿bombardeaban toda la noche?

A la noche todos los días, cuando oscurecía los buques empezaban. Y a la mañana se movía la parte aérea de ellos. Entonces venían y bombardeaban todas las cocinas, los sistemas de abastecimiento. 

Podríamos decir que a partir del primero de mayo es cuando tenían la muerte ahí junto a ustedes.

Es cuando el peligro real empezó. Que nadie lo conocía, por eso fue la sorpresa y el estrés. Fue tan grave el shock que nadie hablaba. Incluso me acuerdo que había ido un sacerdote católico. Y los soldados iban y le preguntaban: ¿qué es lo que está pasando, qué es esto? y el cura te decía que te resignes a que si te morías te morías, que ya estábamos en la guerra. Tenías que ver las caras de los vagos en ese momento. Que te digan: y bueno así es la vida, hay un principio y un final, y puede pasar y esto es la guerra. Que te convenía confesarte y estar en paz con Dios porque en cualquier momento podrías recibir un bombazo, un tiro o lo que sea.

¿A medida que pasaba el tiempo, se movían?

Foto: archivo personal de Ernesto Gallo

Siempre estuvimos en Sapper Hill. Cuando fueron pasando los meses, ya en junio, los últimos días de la guerra, la artillería británica por tierra empezó a tener alcance a nuestra posición. Y empezó a tirar con obuses, con cañones. Ese era otro drama, porque eso era de día. Ellos desembarcaron en San Carlos y fueron avanzando para tomar Puerto Argentino, y en ese avance iban cayendo los regimientos del ejército, cientos de muertos. Nosotros en ese tiempo ya no estábamos más en los pozos de zorro, sino que habíamos encontrado otro refugio que era mejor, entre las piedras.

¿Hay algo que puedas decir de lo que fue estar en ese momento ahí? 

Una cagada. Lo único que hacíamos era tratar de sobrevivir, era intentar encontrar algo para comer, porque no teníamos comida de ningún tipo. Entonces, la idea era buscar qué podíamos encontrar para hacer más refugio. Íbamos a las casas explotadas y recuperábamos chapa, ollas. A veces se conseguía un poco de alguna oveja que uno de los compañeros había carneado, y la fritábamos en la grasa de la misma oveja. Los restos de las bolsas de pan que quedaban, sacabamos esas migas mojadas y las poníamos sobre las chapas de algún avión caído, una plancha de metal sobre las brasas. 

Entonces, los ingleses desembarcan en San Carlos y tienen que llegar a Puerto Argentino. ¿Ustedes eran los últimos que quedaban antes de ese destino? 

Claro, porque la hipótesis era que los ingleses iban a desembarcar en el mismo lugar donde desembarcamos nosotros, frente a Sapper Hill, por eso ponen ahí la defensa que era el BIM N°5. Los ingleses tomaron otro camino que estaba a sesenta kilómetros más o menos y fueron caminando. La última defensa era el BIM N°5.

Aguantábamos las condiciones que se presentaban, tanto climáticas, sobrevivir al congelamiento porque ya había empezado a nevar, hacía mucho frío, y además había que alimentarse y no estaban las condiciones para aprovisionarse de comida. Hasta el primero de mayo se comía todos los días. Pero después no. Y la comida estaba guardada, nosotros encontramos mucho tiempo después muchas latas que tenían los oficiales y los suboficiales guardadas. Aparte de no morir por todo eso, había que estar en condiciones para generar una defensa militar. Además el bombardeo es una locura. Había momentos en que no podías ir a hacer tus necesidades hasta el otro día. Imaginate, fue por los menos un mes y medio donde no te bañabas, te picaba el cuerpo. 

Por la posición en la que estaban, ¿ustedes veían a los que los atacaban?

Solamente se aguantaba la violencia de lejos. No teníamos forma de responderle, a los buques no le llegaba, a los aviones le tirábamos, pero era difícil darle. Y a la artillería terrestre tampoco teníamos alcance. No había forma de descargar eso, hasta que llegaron sí, la última noche. 

¿Lo que se veía era cómo morían tus compañeros?

Lo que veíamos era cómo iban apartando a los soldados que tenían alguna herida, la mayor cantidad de bajas se produjeron en los primeros y últimos días de combate. El bombardeo lo que hacía era que vos no pudieras descansar durante meses. Te limaba la cabeza. Vos en pleno bombardeo decías, bueno, que no me caiga, y esperabas el impacto para saber que no te caía a vos. 

¿Alguna vez te cayó una bomba cerca?

Sí, fue una tarde donde empezamos a reforzar el refugio, habíamos conseguido unas chapas. El refugio era entre dos piedras grandes y unos troncos que sujetaban las chapas arriba, a su vez sobre el techo poníamos tierra como para amortiguar los bombazos. Ahí empezó la artillería de tierra a organizar su blanco, reglaban, entonces tiraban uno largo, uno corto, uno hacia la derecha y otro hacia la izquierda. Todos mirábamos cómo reglaban. Porque eso habrá sido el 12 o 13 de junio. Ya estábamos limados del todo, a nadie le importaba si caía una bomba arriba, si no caía. Te quiero decir, no era una prioridad que caiga o no cerca. Imaginate que jugábamos al fútbol con una pelota de trapo para distraernos, mientras bombardeaban. Yo creo que ya no importaba. Bueno, en ese proceso empiezan a tirarnos cerca, primero uno cayó como a doscientos metros, después otro a los cien, y ahí les digo a mis compañeros que nos estaban apuntando. Vos sentís cuando te tiran porque es como que te peguen una piña en el pecho. Entonces me puse atrás de una piedra grande. Y cuando tiraron el tercero se ve que pegó a dos o tres metros de la piedra, y me hizo volar. Caí en otras piedras, ahí me golpeé la rodilla, esa lesión a veces se me hincha todavía. 

Ya no teníamos miedo, sí la última noche, que una bomba pegó arriba del refugio un poco hacia el costado, no justo arriba porque sino pasaba de largo y nos mataba a todos y éramos como ocho ahí adentro. Pegó en el costado entre el techo y la piedra, donde teníamos todas las máscaras y esas cosas que nos habían dado, las destruyó la fuerza expansiva. Al día siguiente de esa noche empezó el combate de la compañía con los ingleses que llegaban. Ahí nos llamaron a hacer guardia donde estaban los altos rangos, éramos dos o tres y desde ese lugar veíamos el combate, era también de noche, fue un espectáculo, las balas trazadoras. Yo les decía a los que estaban conmigo, miren esto porque nunca más lo vamos a ver. Había unas bombas iluminantes que dejaban como si fuera de día todo el campo y se veía el enfrentamiento de ametralladoras de un lado y del otro.

Foto: Jorge Contrera

Esa misma noche culmina eso y al otro día Puerto Argentino se había rendido, y nosotros en Sapper Hill no sabíamos, no había forma de comunicarnos. Esa mañana el comandante de la compañía llama a hacer un contraataque porque había caído la tercera sección y la compañía Obra cayó en una batalla en Tumbledown impresionante. El comandante ordenó el contraataque y cuando estábamos por empezar a generar la marcha, vienen unos helicópteros ingleses, yo no vi más que dos, eran helicópteros que venían a recoger los muertos ingleses, pero como nosotros no teníamos información de que se había terminado la guerra, empezó el combate, se le tiró a los helicópteros y cayeron los dos, y ahí la misma tercera sección de la Compañía Mar fue la que combatió. Después se replegaron. Después nos dijeron que teníamos que bajar ordenadamente, desfilando. Nos ordenaron destruir todos los elementos útiles que quedaban en el camino, armas, pertrechos, inclusive vehículos, para no dejar nada en manos del enemigo. Eso fue el 14 de junio. Una vez que llegamos a Puerto Argentino quedamos prisioneros, nos tuvieron encerrados un par de días en un apostadero naval, nos sacaban de a grupos para ir a limpiar el pueblo y a ordenar todo el quilombo que había, inclusive hasta teníamos que levantar las colillas de cigarrillos. Al otro día nos llevaron marchando al aeropuerto donde nos quitaron las armas, era un campo de concentración de prisioneros, nos dejaron como tres o cuatro días, no me acuerdo bien. Después nos llevaron al pueblo y nos hicieron embarcar, yo volví en el buque Bahía Paraíso. 

La pasamos muy mal, pero de una cosa estoy seguro, yo y muchos compañeros volveríamos a combatir en una guerra para defender la soberanía nacional, para defender la Patria.

*Escritor y estudiante de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario (UNR)

Del Chaco a las Islas. Sergio Daniel Gallo (1962, Resistencia, Provincia del Chaco), fue soldado combatiente en la guerra de Malvinas. Es uno de los fundadores del primer Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas. Estudió Ciencias Veterinarias en la Universidad Nacional del Nordeste (Unne). Es uno de los fundadores del frigorífico Frinea, en su provincia natal. Se dedica a la actividad ganadera desde finales de la década de 1980.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 01/04/23

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