Yo no sé, no. Abril, abril se acercaba, y con él la temporada tanto de las bolis como de las figus. A Pedro y a mí los nuevos gastos nos agarraban con cierta solvencia en los bolsillos, más aún con los tres paquetes de figuritas que nos dieron gratarola a la salida de la escuela. Teníamos como para empezar, aunque todavía hubiera que invertir en el álbum. Pedro por cábala sólo abrió un paquete, los otros recién serían abiertos cuando tuviéramos todo, incluida la plasticola.

Volviendo a la solvencia de nuestros bolsillos, Pedro hizo unos cálculos con el viento, que alcanzaba también para papel y para hilo. Él tenía en la cabeza que el mes de abril también era propicio para la remontada de barriletes. Argumentaba diciendo que “afloja el calor y los días con viento no abundan, y remontar un triángulo de papel en un día que no se mueve una hoja es una hazaña”; y terminaba diciendo que “en agosto o septiembre remonta cualquiera, loquito”. Además, en el kiosco de la cortada Hutchinson cerca de Quintana, ponían el hilo y el pelpa de oferta en abril.

A mí lo que más me entusiasmaba era ir hasta lo de la tía de Susana, una compañera de la Anastasio que vivía por Francia. En el fondo de su casa tenía unas cañas indias bárbaras, fuertes y livianas, parecía que estaban hechas para volar.

Bueno, la Susi a la hora de la siesta también. No sabíamos que ese abril comenzamos a despedirnos algo de aquello. Primero fueron las bolis, después las figuritas, el barrilete, aunque dejar el barrilete no fue tan rápido. Por la radio ese verano se escuchaba de lo lindo al Palito cantando “¡Te fuiste en abril!” Por un tiempo largo al final de marzo se nos vienen las ganas de ganar el cielo de abril, de ganarlo con solvencia, a pesar que nuestros bolsillos nos digan lo contrario. De imaginarnos que aún ante la ausencia de vientos favorables nuestros sueños pueden remontar si están hechos, entre otras cosas, con aquellas cañas tan fuertes y tan livianas como la sonrisa de la Susi a la hora de la siesta.

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