El pasado viernes 28 de abril, Dillom dinamitó el Hipódromo de Rosario con su show de trap rock y uno de los flows más característicos de la nueva camada. Letras antiyuta y baladas a corazón abierto.

La apertura de la noche estuvo a cargo de Key Biscayne que ya es un clásico, puesto que fue el número elegido para abrir los shows de Ysy A, Catriel y Paco Amoroso, y que ahora hizo vibrar a la gente que esperaba a la banda principal, expectante en el Hipódromo.

Key es un experto en jugar de visitante, no hay situación que lo amilane, no hay problema de sonido que lo desanime, pareciera que no haya altura que no esté dispuesto a conquistar y experimentar.

Mientras esperamos a que salga Dillom, suena música clásica con tintes épicos, generando expectativa y acercando a la gente hacia el escenario. El Hipódromo está a un 80 por ciento de su capacidad. Es que, al mismo tiempo, Duki está a punto de tocar en Metropolitano en una decisión de mercado inentendible.

Cuando se apagan las luces, la voz de Mario Pergolini es lo primero que se oye del recital. El conductor grabó el relato con el que comienza Demian, y que usó Dillom a lo largo de toda la gira de su más reciente disco Post Mortem

Sube la banda y comienza la música en vivo. El jovencito junto a sus tres músicos interpretan Post Mortem y el público salta de emoción y algarabía descargando la energía contenida en la previa.

Una bandera de Los Piojos flamea entre la gente.

Foto: Giulia Antonelli

Sigue el recital con Pelotuda y luego una versión gore con aires a Tim Burton de Una Vela que deriva en Rili Rili.
El sonido de la banda es su gran fuerte y el pibe rubiecito con cuernos en la cabeza se come el escenario a pasos largos y ráfagas de palabras que dispara con una fluidez admirable.

Continúa el show con Piso 13 y luego un solo de guitarra a lo Walter Giardino se convierte en 1312 y la gente vuela por el aire con una base metalera y una parrafada antiyuta en el tramo más agitado del show.

“Buenas noches, Rosario”, dice Dillom, y presenta su más reciente canción: Ola de suicidios. Luego calma las aguas con Bicicleta junto a la publicidad de Bohemian Groove, el sello discográfico fundado por el propio músico que ya compite con grandes potencias empresarias (¿tendrá algo que ver con esa “sana competencia” la simultaneidad del show de Duki?). 

Sobreviene una especie de segunda apertura del recital en la que una frecuencia de graves ataca al pecho de los presentes y Dillom resurge del fondo del escenario al ataque con Opa, uno de los éxitos más grandes de su considerable repertorio. 

Después llega La primera, el tema romántico en el que las parejas se funden en un abrazo para atesorar un momento para siempre, o mientras dure el amor.

La banda está dejando todo y la gente responde con el “olé, olé, olé, olé, Dillom, Dillom”. La banda deja todo porque no le sobra nada, y es más bello así, cuando los músicos necesitan de toda su atención y de compenetrarse totalmente con el momento y la gente para interpretar inspiradamente. En contraposición están los artistas que se inclinan por armar bandas con músicos de sesión a los que nadie jamás verá equivocarse y tocan con precisión de relojería sin despeinarse. Gustos son gustos.

Foto: Giulia Antonelli

La banda se viene al frente y hace aplaudir a la gente con una pista de fondo para marcar el beat de Sauce

Dillom le agradece a la gente y la acaricia con 220, otra balada infalible con la que muestra su lado tierno y se toma una licencia de tanto insultar policías y raperos para hablar con el corazón abierto y exponer la vulnerabilidad que tan bien le sienta. 

Para empezar a despedirse, la banda toca Rocketpower, la canción más cantada y saltada por la gente. Ya ha pasado una hora de música sin frenos donde la retroalimentación de los rosarinos ha llegado al escenario.

Dillom dice que Rosario es uno de sus lugares favoritos para tocar porque siempre la pasan muy bien y recuerda que trajo su show de Post Mortem tres veces a la ciudad. Saluda y señala: “Vamos el trapo de Los Piojos, siempre está en todos lados”, y su banda acomete con un riff metalero para tocar Reality, en el cual el cantante baja del escenario para acercarse al público sobre el final de la canción y fundirse en un abrazo que seguramente será difícil de olvidar para la gente de las primeras filas del Hipódromo de Rosario, pero también para el mismo Dillom.

Mientras otros artistas más ligados al rap claman ser el nuevo rock and roll, Dillom, sin pretensiones, brinda un show que de hecho tiene la estética y la ética de una llama que nunca se apaga. Las guitarras distorsionadas, los gritos desgarradores (aunque con auto tune), las baterías y los bajos duros, consistentes, avasallantes; todos esos factores se parecen, sin duda a las banderas del rock que, agonizante luego de declamar que no morirá jamás, parece volver de su estado comatoso de la mano de los aliados menos esperados, esos mismos pibitos que jamás creyó admitir en su innecesario olimpo de rockeros certificados.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 06/05/23

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