La insistencia de Cristina Fernández de Kirchner en priorizar como herramienta de campaña electoral un programa de gobierno basado en la reivindicación de los principios fundantes del peronismo no parece mero tacticismo para soslayar la falta de definición de las candidaturas del Frente de Todos. La situación política y económica del país genera expresiones similares desde distintos ámbitos: hace falta llegar a acuerdos básicos y amplios, pero desde diagnósticos y con orientación lo suficientemente claros para marcar diferencia con las opciones que pregonan profundizar las políticas de sometimiento a los dictados y negociados del Fondo Monetario Internacional y las grandes corporaciones económicas.
Entre las más recientes de tales expresiones, vale repasar la de la Iglesia Católica Argentina, esta de estos tiempos del Papa Francisco, que el jueves 18 de mayo difundió un documento titulado “Pautas básicas para la construcción de consenso”, al que calificó de “aporte que se ofrece a los frentes electorales en conformación a lo largo y ancho del país”.
En medio de tanto mensaje mediático en favor de más “libertad” de mercado y del sálvese quién pueda meritocrático, no parece un dato menor que una de las diez “pautas básicas” sugeridas por la Iglesia sea la de “implementar políticas de desarrollo sustentable y estabilidad económica, estimulando la generación de trabajo digno e incrementando la participación del salario en la economía, facilitando las inversiones necesarias para la generación de puestos de trabajo genuino y garantizando el acceso al sistema de seguridad social a todas las personas que trabajan, cualquiera sea la condición en que lo hagan”.
La cuestión es que lo que plantea la Iglesia, que va en sintonía con lo que plantea Cristina cosechando cada vez más adhesión y centralidad política, no sólo choca de frente con lo que proponen desde Juntos por el Cambio y los Libertarios: también es evidentemente distinto a lo que viene haciendo y dejando de hacer la actual gestión de gobierno, pese a algunos amagues ensayados con la última corrida cambiaria y la bajada de Alberto de sus aspiraciones reeleccionistas como marco.
El problema entonces para el Frente de Todos es tener que afrontar una campaña siendo algo así como oficialismo y oposición a la vez. Problema que se agudiza por la defección de cierta dirigencia que no responde a las sugerencias ni de Cristina, ni de la Iglesia ni de cualquiera que pretenda correrla de una autorreferencialidad muy peligrosa en épocas de tanta incitación a la fragmentación.
Las cosas están lo suficientemente jodidas como para seguir encorsetados en los cálculos electorales con el único objetivo de seguir enancados en algún pedacito de poder estatal. Las urnas van a incidir fuerte en el debate entre los proyectos de país en pugna, pero la necesidad de revertir la “insatisfacción democrática”, la injusticia social, es urgentísima; y la disputa no empezará ni terminará en las próximas citas en el cuarto oscuro.
Nada fácil agarrar el bastón de mariscal en tan compleja coyuntura. Pero el desafío es ineludible para quien no se resigne a las vidas de mierda a las que nos quieren condenar, incluso aunque “ganemos” o “perdamos” las elecciones.
Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 20/05/23
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