Entre el antojo oficial de no aceptar que una gran ciudad pueda ser poblada por originarios y no tuviera ni fundador, parece parte de otra historia. Pedro Tuella dice en su crónica que “en alrededor de 1725 se empieza a levantar la villa de Rosario, en base de un asentamiento del español Francisco Godoy”. En el prólogo de su obra, Osvaldo Aguirre escribió lo que sería una de las afirmaciones más discutidas de su artículo. Según su relato, “Godoy había formado el núcleo de población con un grupo de indios calchaquíes a los que condujo desde el norte de la provincia, para ponerlos a salvo de la persecución de los guaycurúes junto un grupo de calchaquíes”. 

 “Los primeros historiadores que se refirieron al pasado de la ciudad –los hermanos Eudoro y Gabriel Carrasco y Estanislao Zeballos–, a través de sus lecturas, convirtieron en afirmaciones lo que en la crónica de Tuella eran referencias dispersas y tentativas, y hacia fines del siglo XIX surgió una especie de consenso según el cual Rosario había sido fundada en 1725 por Francisco de Godoy con un grupo de calchaquíes. Españoles e indígenas sellaban entonces una inédita relación de amistad dando origen a un núcleo de población”, indica Aguirre.

No criticar, acatar y celebrar

La polémica se disparó en 1924 cuando el concejal Calixto Lassaga presentó un proyecto de ordenanza en el que proponía que se fijara una fecha para la celebración del segundo centenario de Rosario. La iniciativa dio origen a un debate del que participaron los integrantes de la Junta de Historia, a través de artículos en el diario La Capital. La conclusión fue que no existían documentos que probaran no sólo la fundación de Rosario sino la existencia de Godoy.

“El nuevo consenso tenía un sabor amargo. En la historia de las ciudades, el acontecimiento de su fundación contiene símbolos y marcas ideológicas que configuran representaciones de identidad. El relato de los orígenes apuntala los valores compartidos y otorga sentido al desarrollo histórico. De pronto, el presente de Rosario estuvo desprovisto de un marco de interpretación”, advierte Aguirre.

Fausto Hernández publicó en 1938 otras dos notas en las que admitió que “el relato sobre Godoy y los calchaquíes no estaba probado; pero no debía ser descartado porque constituía la matriz de un mito que se proyectaba en la identidad de la ciudad”.

Fuera calchaquíes de Rosario

“Los calchaquíes no llegaron nunca a Rosario”, afirmó Félix Chaparro, que presidía la Junta de Historia local. Si bien admitió la existencia de Godoy, lo situó en la zona del arroyo del Medio, lejos de Rosario, y le reprochó a Hernández la “sobreestimación” del relato de Tuella.

Aguirre, por su parte, sostiene que “para Hernández no importaba tanto demostrar los hechos históricos sino observar que los relatos sobre Godoy y los calchaquíes circularon entre los antiguos pobladores de Rosario, tal como lo asentó Tuella, y la percepción que los habitantes de entonces tenían de su pasado. Era una perspectiva novedosa y audaz, pero que prácticamente no tuvo interlocutores en la ciudad”.

Y agrega: “Historiadores, que hicieron una lectura selectiva de la Biografía de Rosario: dejaron de lado la interpretación del mito –central en el libro– y para impugnarlo se concentraron en la cuestión de los orígenes de la ciudad. Hernández, hay que decir, tampoco favoreció el diálogo, ya que su libro contiene ideas que parecen provocaciones, como la afirmación de que «Rosario no tiene historia»”.

Primer historiador, vecino, literato o pulpero

“Tuella, antes reconocido como «el primer historiador», fue rebajado primero a cronista y después a simple vecino, «hombre estudioso y sencillo, mitad literato, mitad pulpero»”, según la descripción maliciosa de Juan Álvarez. 

 “Desconocer su autoridad era el paso previo para rechazar su versión. No siendo historiador, no se le ocurrió acudir a los archivos –escribió Augusto Fernández Díaz–. Su trabajo, por esto, debió circunscribirse a consultas entre antiguos”.

Aguirre resalta que Tuella se radicó en Rosario en 1759, cuando tenía 400 habitantes. Y nombró a Fernández Díaz, quien “se aplicó a cuestionar las afirmaciones de Tuella y en particular su testimonio de que los calchaquíes tenían una imagen de la Virgen del Rosario invocada por los blancos al rezar un rosario”. Así, por orden divina, masacraron a 35 mil moros. ¿Obediencia debida?

“Sus fuentes eran relatos orales –agrega– y no había otras fuentes sobre las que apoyarse para hablar de los orígenes de la ciudad. Si bien los documentos escritos respaldan de forma muy difusa los dichos de esa crónica, la tradición oral también debe ser atendida”.

La versión de Tuella retomada por Hernández implicaba una representación inaceptable: “Rosario había tenido su origen en unas tolderías”. Fernández Díaz recibió el premio “libertad” que le otorgó la Fundación Libertad, una distinción que recibieron anteriormente Mario Vargas Llosa, José María Aznar, Jorge Lanata, Marcelo Longobardi, el diario La Nación y secuaces.

Juan Álvarez dedicó un capítulo de su Historia de Rosario, publicada en 1943, a “la pretendida fundación de Rosario por don Francisco de Godoy”. Allí renovó “las críticas a Tuella, enfatizó en la ausencia de documentos para probar su relato (o las interpretaciones que historiadores posteriores hicieron de su relato) y trató de demostrar que los calchaquíes no habían estado en Rosario sino más lejos, a orillas del Carcarañá”.

“Esa imposición de mitos por decreto tiene todo el aspecto de estar empañando uno de los más puros méritos de Rosario”. También su célebre sentencia sobre el origen de la ciudad: “Rosario fue obra de blancos, no de indios”, apuntaba contra la tesis del escritor.

“Ninguna de esas críticas –según Aguirre– es tan significativa como un comentario de Álvarez, ya que su casa se edificó en el mismo solar que habitó Tuella. Así como él ocupa el espacio físico del corresponsal del Telégrafo, y para eso tuvo que tirar abajo recias paredes de adobe levantadas más de un siglo antes, su libro desaloja definitivamente a la relación de los estudios históricos y se constituye en versión canónica del pasado de la ciudad”.

Aguirre cree que “la presencia indígena no era funcional a esa perspectiva, más aún, ya que molestaba a esa visión de los orígenes de la ciudad”. También cree que “las referencias dadas por Tuella fueron excesivamente criticadas por Hernández”, y que “deberían ser atendibles y consideradas para retomar la discusión”. 

Un mito no siempre es engaño 

Como plantea Fausto Hernández en la La biografía de Rosario, la fundación por parte de Godoy y los calchaquíes puede ser pensada como un mito, teniendo en cuenta una concepción del mito, no como engaño, sino como un relato que articula distintos elementos (ficticios y no) y que constituye una visión sobre su objeto. Podría ser que un mito evite la censura histórica.

 La versión de “Rosario originaria” alrededor de un español (Godoy) y calchaquíes se contrapone con los relatos tradicionales sobre las grandes ciudades, asociadas a la colonización española. Su desconsideración tiene que ver con la negación de que la presencia indígena es una marca muy fuerte e imborrable en nuestra historia.

Osvaldo Aguirre nació en Colón, en 1964. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Rosario. Redactor del diario La Capital, jefe del suplemento Señales. Publicó los libros de poemas Las vueltas del camino (1992), Al fuego (1994), Narraciones extraordinarias (1999), El General (2000), Ningún nombre (2005), Lengua natal (2007), Campo Albornoz (2010) y Tierra en el aire (2010), entre otros.

Sobre la confusión, el 7 de octubre de 2014 agrega en el diario El Ciudadano que “el relato de Tuella sufre de varias inconsistencias. En primer lugar, no hay rastro alguno de un hombre llamado Francisco Godoy en los papeles de la época. Por otra parte, existe un documento de 1729 en el que el gobernador de Buenos Aires afirma que entre el río Carcarañá y el arroyo del Medio no había población alguna. Ergo, tampoco pudo haber fundación”.

“¿Y entonces? –continúa el texto– ¿Quién habría sido el tal Godoy, supuesto fundador?  Probablemente Tuella lo haya confundido con el cacique Tomás Lencinas, quien sí había recibido la orden de fundar un poblado, aunque bastante más al norte”. 

En Relatos fundacionales de la ciudad de Rosario (2013) de la Université de Montréal Santiago Javier, remarca esa teoría “pro blancos” que “a diferencia de otras ciudades argentinas, Rosario carece de acta fundacional. Su formación fue espontánea, a partir de tierras otorgadas por el Cabildo de Santa Fe a Romero de Pineda, en 1689. Las posteriores subdivisiones de esta propiedad, la gradual radicación de pobladores y la creación del curato de los Arroyos en 1730, propiciaron el surgimiento de la aldea de la Capilla”. 

La versión más vendida y santificada por la Iglesia, medios hegemónicos y discursos de payasos funcionarios coinciden con el relato de la intendencia de Manuel Pignetto. “Él dictó, en 1925 por iniciativa del edil Antonio Cafferata, como fecha oficial el 4 de octubre. En 1940 la provincia fijó al 7 para recordar el Día de Rosario y que coincidiera con el del Día de la Virgen del Rosario. La ciudad debe su origen a Bruno Mauricio de Zabala en 1730, solicitando al Cabildo Eclesiástico la creación del Curato de los Arroyos”, dijo Miguel Chiarpenello.

Sobre ese maltrato del pasado al relatar los hechos, Aguirre sostiene que “es una concepción de las historias oficiales como representaciones engañosas en las que el pasado es ya un lugar común”.

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