“Jamandreu es trabajo digno” sostienen las integrantes de esta cooperativa textil. Una comunidad de trabajadoras que apuesta a la autogestión, a la independencia económica y al trabajo sin patrón.
Verónica muestra las últimas remeras con la estampa de Diego Maradona que acaban de confeccionar. Las enseña con orgullo porque se trata de uno de los moldes propios que comenzaron a diseñar, diversificando la producción. Atrás quedó el tiempo en el que sólo cosían banderas y pecheras. “Ahora hacemos de todo”. En esa frase se condensa el crecimiento de una cooperativa de trabajo textil integrada por ocho mujeres, en su gran mayoría madres.
Jamandreu tiene su taller ubicado al interior de La Fabrika, el espacio que gestiona el Movimiento Evita en Barrio Industrial, en Juan José Paso al 2000. Se trata de un galpón enorme donde coexisten diferentes unidades productivas que tienen como principal objetivo capacitar en oficios, generar una fuente de trabajo digno y vincularse con el barrio a través de dispositivos de atención en violencia de género, infancias y adicciones.
Jamandreu –así se llama la cooperativa que sostienen las chicas– ocupa uno de los salones del predio donde la vida va confluyendo desde la mañana temprano hasta la tarde. Allí pasa de todo y el lugar es reflejo, además, de las múltiples necesidades que impactan en uno de los barrios más cercanos, Empalme Graneros, que fue noticia en los principales medios masivos de comunicación de todo el país. Es que la violencia recrudecida estalló de la peor manera con el asesinato de Máximo Gerez, de tan sólo once años, en barrio Los Pumitas. Pero en estos mismos territorios disputados a bala y muerte por el narcomenudeo, el tejido social se reconstruye todos los días. La tarea no es sencilla, pero las organizaciones populares insisten, a pesar del contexto, en crear lazos solidarios y espacios de producción que brinden trabajo y contención social. Jamandreu y La Fabrika son piezas fundamentales de ese entramado comunitario así como muchas otras organizaciones que hacen pie en Empalme Graneros.
Cooperativismo y solidaridad
Jamandreu es una marca que ya tiene dos años de vida. El impulso para su nacimiento fue la pandemia por Covid-19, cuando retomaron con el entonces taller de capacitación, cosiendo tres mil barbijos para repartir a diferentes instituciones. De esa emergencia nació un derecho: el trabajo digno y la independencia económica. También surgió el nombre, que le hace homenaje al reconocido modisto de Eva Perón, Paco Jamandreu.
Las ocho integrantes de la cooperativa coinciden en que el taller es mucho más que un lugar de trabajo; aquí ven cómo sus hijes empiezan a dar los primeros pasos, aquí comparten sus dolores, sus angustias, sus alegrías. Aquí celebran cumpleaños y aprietan con bronca los dientes cuando no se llega a fin de mes. Aquí se reúnen a discutir cómo y en qué invertir lo que se gana, y de qué manera recuperar lo que se pierde. Aquí, en el taller de Jamandreu, Rosa “revivió” luego de sufrir violencia machista; Gaby aprendió un oficio tras estar trabajando en un merendero, y Abigail, que sólo tenía changas para poder subsistir, consiguió su primer empleo formal.
“Acá todas somos iguales, todas hacemos lo mismo y si una no sabe se lo enseñamos. Yo empecé cortando y después me sumé a las máquinas”. Abigail se integró a la cooperativa el año pasado y hoy es una “maquinista completa”, maneja las distintas máquinas, cada una con una función diferente. Conoció La Fabrika a través del Cepla (Centro de Prevención Local de las Acciones), que fue cerrado durante la presidencia de Mauricio Macri, y desde que se integró aprendió casi todo lo que implica el trabajo en el taller. Aprender a usar cada máquina no es nada fácil. Se trata de conocer los riesgos y tener paciencia, una de las claves del trabajo en costura. Vero enumera: ojaladora, cañonera, collareta, recta, recta semi industrial. Las máquinas son casi una extensión del cuerpo, “tienen vida propia”, dicen las chicas.
Angie es una de las incorporaciones que le sumó a la cooperativa la creatividad en el diseño. De familia costurera, antes de integrar Jamandreu trabajaba para distintos talleres privados. Se acercó a la Fabrika a través de la invitación de una amiga que le comentó que podía asistir a los talleres con su hija porque en la Fabrika también funciona un Espacio de Primera Infancia que brinda un lugar de cuidado para les hijes de las trabajadoras. Así comenzó, primero en serigrafía y luego en textil. Ahora su vida laboral y personal cambió: toma decisiones colectivamente, es una de las responsables del turno tarde y además se dedica a la venta de sus propias prendas, toda una definición de lo que significa la autogestión o el trabajo sin patrón.
Gabriela fue una de las primeras en ser parte del espacio cuando todavía no habían impulsado la marca. “Arranqué cortando tela y el año pasado empecé a usar la máquina”, cuenta orgullosa. El trabajo en mesa es uno de los más importantes y el primer paso para quien se sume a aprender costura. “Es lo primero que se hace en la producción: limpieza, acomodado, ayudar a las que producen. Después se va enseñando sobre la marcha y lo fundamental es perder el miedo. Gaby era la cortadora oficial y cuando se animó a usar la máquina no la soltó más. Ahora es la especialista en hacer ojales. Son dos tareas muy diferentes. Y acá buscamos que todas sepan hacer todo”, explica Vero, la responsable textil y una jugadora de toda la cancha. “Este lugar dignifica nuestro trabajo, nuestro oficio”, dice con seguridad.
Organización, distribución de tareas y sobre todo, comunidad: Jamandreu es como una gran familia y el clima se siente apenas se ingresa al taller donde se ubican las distintas máquinas alrededor de una larga mesa de trabajo. Las chicas ocupan su lugar y las risas, las charlas, la concentración, el ruido de las máquinas, a veces el silencio y la amistad, marcan el compás de una jornada laboral que se divide en dos turnos: mañana y tarde.
La más pequeña es Sheila, de 18 años, quien todavía no finalizó la escuela secundaria y ya está aprendiendo –a través del Santa Fe Más– el oficio de ser textil. “Me siento re bien acá, me sumé hace dos meses y estoy haciendo los bolsillos de las camisas”. De justas palabras, Rosa es la mayor del grupo. Dice poco pero expresa lo necesario para dimensionar la importancia del trabajo cooperativo y lo que Jamandreu significó en su vida: “Yo acá reviví”, sentencia. Mamá de 4 hijos, Rosa se acercó a la Fabrika a través de Verónica. Antes colaboraba en un centro comunitario preparando la copa de leche. Primero aprendió a cortar y limpiar y de a poco a soltar los miedos y a utilizar las máquinas. Sobreviviente de violencia machista, en Jamandreu, Rosa encontró un lugar que la abraza y la salva.
Claudia hace 4 años que forma parte del taller, ahora devenido en cooperativa. Es una de las primeras integrantes junto a Vero y Gaby. “Lo mío era la costura”, cuenta, y cuando se enteró del espacio no lo dudó. En ese momento, su situación laboral era tan precaria como la de muchas otras compañeras. “No tenía nada, sólo la asignación y los distintos trabajos que hacía en casas de familias, con eso era muy difícil llegar a fin de mes. Cuando llegué a Jamandreu, sabía pero no tanto. Empecé en la remalladora para ir practicando. Le agarré la mano al toque porque me gusta”. Durante la pandemia cosió barbijos en su casa y cuando por fin pudieron retomar el trabajo en el taller cambió todo. “Pudimos diseñar y empezar a hacer otras cosas”. Su rutina era la casa y el cuidado de sus tres hijos. “Acá cambió mi vida. Me gusta venir, compartir, reírnos, aprender todos los días algo nuevo”.
Rocío se integró hace un año y, al igual que Sheila y Rosa, está de a poco aprendiendo a utilizar las máquinas de costura y a entender sus tiempos y sus mañas. Se trata, asegura Verónica, de que todas puedan aprender el proceso de lo que implica confeccionar una prenda. Es que detrás de cada remera, vestido, uniforme de trabajo, camisa, gorro, pechera, bandera, “hay un montón de historias. Acá te llevás un pedazo de nuestras vidas, pasamos cumpleaños, enfermedades, quiebras, llantos, peleas”, dice Vero.
Cuando habla de las dificultades menciona la económica. Inflación y suba de precios de telas que a veces se hacen imposibles de comprar. Aún así, en Jamandreu se las ingenian para que no falte el trabajo. Una parte de la ganancia está destinada a la inversión. Las chicas, además, están inscriptas en el Programa Nacional Potenciar Trabajo, lo que implica contar con un salario complementario que no alcanza pero suma al ingreso mensual. “Tratamos de tener precios populares, apuntamos a que cualquiera pueda tener acceso a una prenda de Jamandreu”. Y cuando el contexto asfixia, también cuentan con el apoyo de una organización popular histórica como el Movimiento Evita.
¿La clave del crecimiento?, paciencia, trabajo en equipo, aprendizaje, enseñanza y solidaridad. Diálogo y risas. En Jamandreu, la vida, y el tiempo con toda su intensidad, transcurre entre costuras.
¡Sumate y ampliá el arco informativo! Por 1000 pesos por mes recibí todos los días info destacada de Redacción Rosario por correo electrónico, y los sábados, en tu casa, el semanario El Eslabón. Para suscribirte, contactanos por Whatsapp.