El lunes pasado, en el marco de la etapa de alegatos, la fiscalía terminó de detallar los casos por los que están imputados 17 genocidas en el cuarto tramo de la megacausa Guerrieri, que se lleva adelante en los tribunales federales de bulevar Oroño.

Es lunes 26 de junio y pasadas las 9 de la mañana comienza una nueva audiencia de la megacausa Guerrieri IV. Se aborda la situación de Gustavo Adolfo Pon, proveniente de una familia humilde de Gualeguaychú. El apodado Toti militaba en Montoneros al momento de su secuestro. Fue hostigado, amenazado, golpeado y desparecido. Su caída se asocia con la de su amigo Antonio Huerta, secuestrado el 24 de agosto de 1977 junto a su hijo y junto a su esposa. Gustavo y Antonio tenían una verdulería. Huerta permaneció cautivo en La Calamita, luego pasó al Servicio de Informaciones, allí simularon su liberación, pero terminaron trasladándolo a la cárcel de Coronda, donde estuvo hasta abril de 1978. En cuanto a Pon, su hijo Matías pudo velarlo y enterrarlo gracias a que el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) halló sus restos el 22 de junio de 2010 en el cementerio de Campo San Pedro.

Ricardo Alberto Massa era militante montonero. Tenía 30 años cuando fue secuestrado en Rosario el mismo día que su esposa, Susana Beatriz Becker, militante gremial del ámbito universitario que tenía una hija de una relación anterior. Susana cumplía años y estaba en casa de sus padres cuando se la llevaron en un auto Ford Falcon, Ricardo se había retirado por la mañana y jamás volvió. Su mamá, Elsa Chiche Massa, es una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo.

Norma Horizontina Coutada militaba en Montoneros y estudiaba Arquitectura. Le decían Lluvia por su tonada correntina. Tenía 21 años la última vez que fue vista por su hermano, con quien había acordado una visita semanal por su trabajo. En septiembre de 1977 dejó de ir y nunca se volvió a saber de su paradero ni de alguien que la haya visto en algún centro clandestino de detención. Su hermana Myriam había sido secuestrada el 16 de octubre de 1976 en Zárate y estaba embarazada de 7 meses. Un militar allegado a la familia contó que la habían matado e impuso que no preguntaran más. Todavía no se sabe si dio a luz y, de ser así, qué pasó con su hija o hijo.

Foto: Jorge Contrera | El Eslabón/Redacción Rosario

Abel Eduardo Argento Fontaine era militante estudiantil de Montoneros al momento de su caída. Tuvo contacto con su familia por última vez el 27 de agosto de 1977 y contó que se iba a exiliar por seguridad. Vivía con su hermana, Clara Ruth Argento Fontaine, en una casa de Villa Gobernador Gálvez que fue saqueada. Ella tenía un hijo y militaba en la Juventud Peronista de la ciudad de Santa Fe, pero se había mudado por la persecución política, ya que figuraba en los archivos del Servicio de Inteligencia. Se estima que ambos fueron secuestrados entre agosto y septiembre de 1977, aún están desaparecidos.

Roberto Miguel Valetto era de Laguna Paiva y militaba en la Juventud Peronista. El 15 de agosto de 1977, un grupo represivo del Destacamento 121 lo secuestró junto a su esposa, María de los Ángeles Castillo, le voló todos los dientes, lo torturó y le preguntó por su hermana. Le aclararon que no iban a parar hasta que apareciera ella: “Algún boludo se tiene que quedar y por eso te quedás vos”. Permitieron que se comunicara con el exterior y lo interrogaron. Su hermana, al igual que la pareja, continúa desaparecida. 

Pasan las 11 de la mañana y, mientras Cristina Fernández de Kirchner publica el flyer que convoca al acto en el que presentará la repatriación de un avión que fue utilizado para los vuelos de la muerte, llega el caso de Adriana Elsa Tasada. Conocida como Pacuca y como La Gorda, era militante peronista y vivía en Granadero Baigorria. A sus 20 años tenía una hija de menos de un año, María Laura Megna, cuando fue secuestrada en un almuerzo con amigos el 4 de septiembre de 1977. Con ella también se llevaron a su esposo, Hugo Alberto Megna, integrante de Montoneros. Laura Tasada, hermana de Adriana, pudo reconocer al genocida Walter Pagano, que está sentado a metros suyo en este momento. La pareja sigue desaparecida.

Mario Eduardo Menéndez militó en la Juventud Universitaria Peronista (JUP) y apenas tenía 19 años cuando se dio su caída, en 1977. A su familia le llegó una carta suya escrita a mano en la que decía que estaba bien. Les convocó a una cita a la que jamás asistió. Hoy sigue desaparecido. Víctor Jorge Lowe militaba en la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO) cuando lo secuestraron, el 15 de septiembre de 1977. Había nacido en Capital el 26 de septiembre de 1953. Sus restos fueron hallados por el EAAF en el cementerio La Piedad 10 años atrás. 

Foto: Jorge Contrera | El Eslabón/Redacción Rosario

María Esther Ravelo, apodada La Cieguita, estaba casada con Emilio Etelvino Vega. Ambos eran no videntes y militantes de Montoneros. Tuvieron un hijo, Iván Vega, y convivían con Juan Carlos Amador, a quien asesinaron los milicos la noche en que rodearon la manzana donde vivían y secuestraron a la pareja. Iván creció al cuidado de sus abuelos luego de que su padre muriera internado a los 15 días del ataque y que su madre desapareciera. El EAAF identificó los restos de Ravelo en 2010, en el cementerio de Laguna Paiva, Santa Fe. Se supone que estuvo en el ex centro clandestino de detención La Calamita. 

Carlos Alberto Bosso militó en la Juventud Peronista. Oriundo de El Trébol, se casó con María Isabel Salinas. El matrimonio tuvo una hija, Mariana Isabel Salinas, quien en su primer año de edad sufrió el secuestro de ambos. Dos hombres de civil la dejaron en la casa de un tío y luego la criaron sus abuelos paternos. Hubo un llamado telefónico y cartas, pero los milicos mataron a Carlos e Isabel y sus restos fueron encontrados en Campo San Pedro.

Mario Alberto Ramos estaba casado con Esther Ilarione y tenía 4 hijos. El militante peronista vivía en Granadero Baigorria. El 15 de septiembre de 1977, dos días después del nacimiento de la niña más chica, fue a encontrarse con un compañero y nunca regresó. Para la fiscalía es “innegable” su paso por La Calamita, bajo la órbita operacional del Destacamento 121. Los efectos emocionales fueron terribles para Esther, que obligaba a dormir a sus hijos vestidos por si los buscaban. Muchos parientes les cerraban las puertas por ser hijos y esposa de un montonero. Ella les dijo a sus hijos que, si les preguntaban, dijeran que su papá se había enfermado y había muerto. Todavía está desaparecido.

Miguel Ángel D’Andrea desapareció en septiembre de 1977. Tenía 23 años, estudiaba Psicología, trabajaba en una empresa siderúrgica y militaba en la JP. Usaba como nombres Miguel Ángel Quevedo, Félix y Roberto Carlos Mont. Estuvo en La Calamita y compartió cautiverio con María Amelia González y con Eduardo Toniolli. Su madre recibió cartas escritas a máquina que supuestamente eran suyas, pero los detalles personales equívocos que fingían autenticidad la llevaron a creer que no lo eran. En 2013, el EAAF logró reconocer sus restos esqueletizados en una fosa común, junto a Bosso, a Salinas, a Pon y a Ravelo. Luego se determinó que había sido ejecutado. Guillermo Fernando Godoy militaba en Montoneros cuando fue secuestrado, tras tanta persecución, el 19 de septiembre de 1977. Camino al trabajo, un grupo de tres hombres lo interceptó. Un compañero de laburo lo vio con vida en ese trayecto por última vez. Años después, a la familia le llegó una información que sugería una posible detención de Guille en Tucumán, pero resultó negativa. Hoy sigue desaparecido.

El penúltimo caso abarca a Olga Beatriz Ruiz, nacida en Rosario el 8 de julio de 1949. Era una estudiante brillante que militaba en Montoneros junto a su esposo, Mario Eduardo Bordesio. Él tenía una hija, María. El 20 de septiembre de 1977 fueron secuestrados, aunque ya habían sido perseguidos y hasta les habían destrozado la casa, un día en el que él no estaba y ella consiguió huir por los techos. Mario Enrique fue entregado a su familia paterna, la que después lo crió “en silencio”.

Foto: Jorge Contrera | El Eslabón/Redacción Rosario

La última posta es el caso que involucra a: Eduardo Héctor Garat, Santiago Raúl Mac Guire y Roberto Pistacchia. Garat militaba en Montoneros, estaba casado con Elsa Martín, embarazada de Julieta. Tenían a Florencia y a Santiago. La noche del 13 de abril de 1978, fue con una compañera a tomar un taxi, se dividieron las esquinas y, mientras esperaba, lo secuestraron en un auto. Roberto Pistacchia lo conoció en el cautiverio. Ambos estuvieron en la casa salesiana Ceferino Namuncurá de Funes, al igual que el sacerdote Mac Guire. Pistacchia era militante de la JUP, fue secuestrado, estuvo desaparecido y después transitó un largo recorrido por cárceles hasta el año 1983. Tiene adoración por Eduardo, a quien recuerda como una gran persona y muy optimista. Los tres estaban atados a la pared y fueron sometidos a aberrantes torturas, como simulacros de fusilamientos y electrocuciones. Santiago era el mayor blanco de insultos. Un día, los milicos le exigieron a Pistacchia: “Firmá la confesión, no hagas como Garat, que no firmó y lo hicimos boleta”. Eduardo continúa desaparecido. Antes de eso, en una sesión de tortura contra su compañero, Roberto escuchó a los militares decir: “Se nos va, se nos va, se nos fue”. Santiago Mac Guire era un cura tercermundista alejado de la iglesia católica. Había dejado los hábitos para casarse con María Carey, con quien tuvo 4 hijos: Lucas, Bárbara, Martín y Federico. Las persecuciones incesantes llevaron a la familia a vivir en mucha precariedad. Se exiliaron y volvieron a Rosario, aunque Santiago regresó tiempo después. En abril de 1978, el ex sacerdote fue secuestrado mientras volvía de buscar por la escuela a su hijo Lucas. Tenía peluca e iba en bicicleta, los tiraron a ambos del vehículo, se lo llevaron a él en un auto y el nene quedó solo en la calle. Después de estar un tiempo desaparecido, comenzó su tránsito por una extensa cantidad de penales de distintos puntos del país, en los que su familia lo visitaba con muchísima angustia y bajo sometimientos humillantes. Santiago salió en 1983, pero jamás volvió a ser el mismo; ya no existía el tipo alegre, sociable y solidario; la dictadura cívico-militar-clerical lo había dejado callado, solitario y ermitaño.

Mientras Cristina Fernández de Kirchner diserta ya en su acto, de espalda a ese avión de la muerte al que no se quiere acercar, habla sobre cómo en 2015 resurgió la teoría de los dos demonios. En el tribunal, por su parte, la fiscalía comparte sus consideraciones finales respecto a Guerrieri y a Fariña luego de haber detallado los criterios de imputación para cada caso, y no sin antes especificar los indicios constantes que muestran la sistematicidad del terrorismo de Estado: el montaje de enfrentamientos fraguados, la presencia de personal militar en los operativos, el paso de víctimas sobrevivientes por determinados centros clandestinos de detención, la posibilidad de la comunicación exterior durante el cautiverio, la entrega de hijas y de hijos a familiares de sus padres y de sus madres desaparecidas, el informe Sotera, la vinculación con víctimas en grados de inhumanidad inimaginables y el destino final en común. La próxima audiencia será el viernes 7 de julio.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 01/07/23

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