Cortes de ruta y asambleas. Malaria, ollas populares y piquetes en un país estallado. Una autopista y un barrio trasladado. En Santa Lucía, el espacio Juanito Laguna abraza mucho más que libros: organización y cultura con mujeres protagonistas.

Había una vez una villa que fue partida al medio por una autopista. Había una vez un grupo de vecinos que se organizaron empujados por la necesidad de techo y comida. Había una vez un país que implosionó de la mano de las políticas estatales, por acción y por omisión. Y había una vez dos mujeres que tenían planes y tramaron sueños.

La mudanza de la Villa Santa Lucía se hizo en 1999, y nadie podía predecir que dos años después pasarían cinco presidentes en once días. Cuando se construyó la autopista Rosario-Córdoba, el barrio fue reubicado. Previo al traslado, los vecinos no tenían idea qué iba a pasar con ellos, si iban a recibir una casa ni a dónde los iban a llevar. Entonces se empezaron a organizar. 

“La autopista atravesó literalmente el barrio. Del otro lado quedó el Santa viejo, que le dicen. Toda la gente que quedó de este lado se trasladó hacia acá”. Noris, una de las mujeres que fue tras sus sueños, tira del hilo de la historia. “Los vecinos se organizaron para que el barrio se trasladara en las mejores condiciones. Plantearon algunas cosas: que se mudara la escuela, el centro de salud, pidieron un módulo (monoambiente) para que funcionara el centro comunitario. Hay toda una historia de lucha y organización”.

Antes del cambio de milenio, la organización Victoria empezaba con las asambleas y los cortes de ruta. Desde unos años antes, el piquete se había vuelto un método recurrente entre los movimientos de desocupados que aumentaban exponencialmente durante la década del vaciamiento menemista. Un tiempo después del traslado del barrio la organización se disolvió. Pasaron los años y la fisonomía de Santa Lucía fue cambiando, lógicamente. Llegaron algunas familias de zona sur y el barrio creció. También crecieron los hijos e hijas de las familias que fueron construyendo en el mismo terreno de sus padres. Y además se realizaron algunos planes de vivienda para ex combatientes y para fuerzas de seguridad. Pero antes de todo eso, con el nuevo milenio nacería una biblioteca popular.

—¿Una biblioteca en el Santa Lucía?

—¿Para qué? 

—¿Qué van a leer?

Los prejuicios aparecían con forma de preguntas retóricas que le hacían a Noris sus amigas y conocidas. El diario del lunes indica que aquellas frases derrotistas no hicieron mella en el deseo que Noris forjó junto a Juana, otra vecina a la que conoció participando en los cortes de ruta y asambleas.

A las tres de la tarde los árboles con ramas desnudas se las ingenian para arrojar sombra filtrando los rayos del sol que entibian los cuerpos. En el mural que viste la pared lateral de la biblioteca –y que funciona como carta de presentación para quien llega por primera vez– se ve dibujada una mariposa gigante con un cruce de calles, algunas casas y la identificación del lugar: Biblioteca Popular Juanito Laguna.

Algunos indicadores pintan la fisonomía propia de un barrio: las casas comienzan a achatarse, las calles se angostan y pasan a ser doble mano; el olor a hojas quemadas llega desde la esquina; los perros sueltos que vagabundean aumentan en número y variedad; en la vereda los pizarrones de los comercios están escritos con tiza.

Vistas en planta, las 19 manzanas que tiene Santa Lucía forman un triángulo. Las marcas geográficas que encorsetan al barrio son a un lado la vía, y, al otro lado, el anillo que dibuja la Circunvalación. Por uno de los vértices del triángulo se entra y se sale del barrio. Por ese mismo vértice entra el 153, la única línea de colectivo que llega a esta zona de la ciudad. 

Con los libros a otra parte

La biblioteca está justo en una esquina cuya ochava forma un triángulo, en relación de continuidad con la forma que adquiere el barrio visto desde arriba. Adentro de la biblioteca está transcurriendo el taller de Vínculos Saludables. Para charlar, Noris saca afuera dos sillas plásticas blancas aprovechando el solcito que se filtra con los rayos que gambetean las ramas de los árboles. Al comienzo de la entrevista, Noris empieza a armarse un cigarro de tabaco. Lo hace con movimientos suaves y lentos como si tuviera todo el tiempo del mundo. Cuando termine de armarlo, se tomará varios minutos antes de prenderlo. Mientras, sostendrá el cigarrillo entre los dedos. El hablar de Noris también es sin prisa y con pausa: va eligiendo cada palabra que sale de su boca.

Lo primero que hicieron en el 2000, cuando Noris se mudó al barrio, fue pedir donaciones de libros que se fueron apilando sin tener un lugar donde ser guardados. Por eso le pidieron el espacio físico a la organización Victoria. Después de un tiempo considerable consiguieron que les prestaran el lugar. Y nuevamente los verbos pedir, buscar, insistir, conseguir: así fueron amueblando el espacio en el que por un tiempo estuvieron los primeros libros de la biblioteca. Pero como en estas historias la estabilidad no es habitual, el patrón rítmico seguiría marcado por los sacudones que se daban a nivel macro y micro en los tiempos del país detonado: los referentes de Victoria se presentaron a elecciones y la organización terminó cayendo por su propio peso. El impacto para la incipiente biblioteca fue contundente: perdieron el espacio y el mobiliario. Y casi pierden también los libros si no fuera porque se enteraron que los vecinos tomarían el espacio. Fueron a charlar y consiguieron llevarse los libros, que nuevamente no tenían techo. Se los dividieron entre Juana y Noris y cada una se llevó una mitad a su casa.

Noris le da mecha al cigarrillo con un fósforo que saca de una cajita. “Sabíamos de esto, que era un espacio verde”, Noris señala el suelo. La entrevista transcurre en un fragmento del espacio verde al que se refiere. La construcción donde en este momento están dando el taller y donde los libros finalmente encontraron su lugar después de la itinerancia, no existía. Esa porción de suelo también conformaba el espacio verde, el terreno baldío al que pudieron acceder después de mucho insistir. Tanto va el cántaro a la fuente (casi diez años) que al fin (2013) consigue un comodato.

En esos años intermedios hicieron actividades en el terreno. Y después de lograr el comodato pasó otro pedazo de historia durante la cual fueron levantando la construcción. Consiguieron que les donaran los paneles que están hechos de malla y telgopor. Tuvieron que hacer una platea con el hormigón que les dio una empresa privada que estaba haciendo las colectoras de la Circunvalación. La gestión para conseguir esa donación les llevó otro año. “Mientras tanto, había que hacer una estructura donde iba a ir el hormigón. Eso lo hicimos nosotros previamente con maderas. Teníamos que tener la instalación de los caños antes de tirar el hormigón”. Cuando hicieron la platea pudieron enganchar los paneles que ataron con alambre. Para eso organizaron un par de jornadas de trabajo con todos los integrantes de la biblioteca, con vecinos y vecinas. “Muchas vecinas porque acá la mayoría somos mujeres. En el 2001 también había sido así, los cortes eran mayoría mujeres. Había que parar la olla y los varones estaban deprimidos porque se habían quedado sin laburo. Pero se ve que para los sueños también somos mayoría mujeres”.

***

En la biblioteca funcionan dos talleres que se dan en el marco del programa provincial Santa Fe Más. Uno es de computación y el otro es de estética y masajes. Además hay dos talleres culturales apuntados a jóvenes de entre doce y dieciséis años, brecha para la que previamente no había ninguna propuesta. Un taller de canto y guitarra que se da los martes a la tarde, y otro de fotografía y video que se da los lunes. Los jueves a la tarde hay también un taller de percusión que se llama Maracatú, un género que nace en Brasil y que tiene mucha influencia afro. Noris, presidenta de la Biblioteca, cuenta: “Hace varios años que lo hacemos y tenemos un grupito al que les gusta el maracatú. Hace poquito hicimos una clase abierta con un maestro brasilero que está viviendo en La Plata y que vino a Rosario”.

Otro de los espacios que se ofrecen en la Juanito Laguna es el de acceso a la justicia. Los lunes por la mañana dan asesoramiento y acompañamiento legal. Y también se hacen trámites de Anses, se sacan turnos, se resuelven problemas con la tarjeta de ciudadanía.

La biblioteca se sostiene por el hormigón, las paredes y por el tiempo y el trabajo que le dedican alrededor de veinte personas, con diferentes grados de intensidad. Por la biblioteca circula mucha gente. La definición es pensar al espacio como un lugar de encuentro, algo que se repite en las experiencias diversas de bibliotecas populares esparcidas por la ciudad. “Lugar de encuentro y de posibilidad”, agrega Noris.

La tarea de multiplicar

Sobre las cuatro de la tarde está terminando el taller de Vínculos Saludables, una propuesta que surgió de las jóvenes del barrio que participan de la biblioteca. Diana, una de las coordinadoras del taller, se presenta mientras van guardando los materiales que acaban de generar colectivamente. “Somos de la Asociación Civil Dar Ideas en Movimiento y hacemos un trabajo de interconexión con otras organizaciones sociales desde nuestro objeto que es laburar con mujeres y disidencias en situaciones de vulnerabilidad, colaborando en los diferentes tipos de proyectos y procesos en que se encuentran las mujeres”. 

Bárbara empezó haciendo el taller de computación y ahí surgió con una compañera la idea de hacer un taller de mujeres. “Surgió el taller sobre el inicio de la maternidad para mamás primerizas. Y eso fue llevando al tema de violencia de género”. A Bárbara le gusta que vayan las chicas a charlar de lo que está pasando para poder aconsejarlas y ayudarlas. “Eso me moviliza mucho, aunque no lo esté pasando yo me duele que lo estén pasando chicas jóvenes. Estoy acá para escucharlas y acompañarlas en lo que pueda”. Sofía empezó hace poco. “Me sumé porque sufrí violencia de género, hace poco que me separé. Noris me preguntó si quería venir al taller de mujeres y me sumé. Vengo y me hace bien”.

Bárbara despliega un papel afiche que acaban de elaborar y va leyendo en voz alta: “No servís para nada; sos una fracasada; te hacés la víctima; te gustan todos; si no estás conmigo no sos nadie; tu amiga la que te llena la cabeza; te culpa por todo, te insulta, te cela, te demanda, controla tus tiempos”. Explica que vienen trabajando los distintos tipos de violencia que existen. “Con la violencia psicológica salieron estas frases que han escuchado muchas mujeres”. Diana plantea la necesidad de poder reconocer las múltiples violencias. “Todas somos víctimas en algún punto del paso de la vida”.

El viernes 2 de junio organizaron una actividad por el Ni una menos. Fue pensada abierta al barrio y por eso hicieron difusión en redes y pegando carteles. Cuentan que hace rato vienen queriendo visibilizar la problemática y dicen que para el día de la no violencia siempre hacen algo. “Se hizo una actividad con juegos, charlas, música. En el barrio hay muchos casos de violencia, sobre todo en jovencitas muy jovencitas. Siempre pensando en visibilizarlo, acá también pasa, hay que sacar estos temas”, plantea Noris. La actividad dejó algunos mensajes escritos que están pegados en la puerta de la biblioteca y funcionan como un recordatorio cotidiano: “No estás sola”; “Juntas somos más fuertes”; “Sos importante”. 

“Muchas veces se piensa que en los barrios sólo tenemos reclamos. Y sí, reclamos tenemos un montón. Pero también tenemos nuestra propia mirada, nuestra propia cultura. Y también pensamos en proyectos”. La mirada de Noris es ancha, panorámica. Sus planteos interpelan, incomodan, mueven. “Lo ideal sería que pudiéramos organizarnos con diferentes barrios y estar pensando en políticas públicas. Se plantea que los jóvenes son el problema, que la juventud está perdida, que no quieren trabajar, que consumen, que están todo el día drogados, que viven de planes. Pero, ¿qué tenemos para los jóvenes? ¿Qué proyecto de vida tienen? ¿Qué herramientas?”.

La historia de la biblioteca se mezcla todo el tiempo con la historia del barrio. En el discurso de Noris, se funden permanentemente. Es la una con la otra. “Mucha de la gente que transita por la biblioteca son y somos vecinas. Sufrimos todas las cuestiones que pasan en el barrio. Entonces nuestra mirada tiene que ver con eso. Queremos que la biblioteca crezca y tenga más talleres. Pero si la comunidad no se puede realizar, la biblioteca no sirve”.

En estas historias afortunadamente no abundan los finales. No hay conclusiones ni cierres ahí donde todo es apertura y nuevos comienzos. “Hoy por hoy la biblioteca es una referencia. Mucha gente cree en lo que hacemos. Pero costó remarla y llevó mucho tiempo. Siempre decimos que la biblioteca está en construcción”.

“Acá seguro están los futuros campeones”, les dijo Norma Vermeulen a los pibes que la escuchaban en la pensió de la Ciudad Deportiva. “¿Y hace cuánto que busca a su hijo?”, preguntó uno de ellos. Normita habló de la dictadura, las Madres, los nietos, los Hijos y el Mundial 78. Antes de despedirse, les recomendó: “Estudien mucho, para ser pensantes y por sobre todas las cosas buenas personas, buenos compañeros”, y les regaló un pañuelo de las Madres de la Plaza 25 de Mayo. Uno de esos pibitos era Fabricio Oviedo, que el martes gritó su primer gol con la camiseta del Nuestro.

Cuando nos estábamos por ir se acercó muy vergonzosamente el «9» de la categoría 2003 a preguntarnos sobre una vinculación de un Club con un Centro Clandestino de Detención, nos contó que el había buscado en Internet que si quería nos daba la información; charlamos un rato más le respondimos un poco sus dudas y nos fuimos con la tranquilidad de que ahí no solo había futuros grandes futbolistas, si no también futuros y actuales grandes nueves, arqueros, defensores, comprometidos con la realidad.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 14/07/23

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