Yo no sé, no. El frío no aflojaba en esa casi mitad de julio. Faltaban días para que comenzaran las vacaciones de invierno y el anuncio tempranero de la radio que decía “hoy, sin precipitaciones”, hacía que el camino a la escuela no fuera tan duro. Con que parara un poco el viento y con un toque de sol, ya estaríamos en el modo que más nos gustaba: el estar dominando ese -3 que marcaba el termómetro a las siete de la mañana. Pedro y yo esperábamos llegar al recreo largo con las orejas invictas. Esa mañana, todos los varones, menos tres, a las diez ya estaban con las orejas tincladas y rojas a punto sabañón. Pedro, yo y uno que no se había sacado la gorra con orejeras (tipo la del Chavo) éramos esos tres. Faltaban tres días para las vacaciones y Pedro decía que en esos 15 días el invierno, o mejor dicho las más bajas temperaturas del mismo, se agotarían. Y que a la hora de volver a clases, lo peor ya habría pasado. Cuando llegó el viernes, a Mónica le preguntó “¿Qué vas a hacer dentro de dos semanas, a dónde irás cuando se esté yendo el frío y en el cielo haya sol?”. 

Al otro año, el frío de julio no fue como para recordarlo como cruel. Al medio día bajamos del 52 a punto de sacarnos el saco azul de la secundaria. A lo mejor era por el calor humano, porque ese bondi a esa hora venía repleto. Al siguiente, julio también quedó en el olvido, por lo menos para nosotros. Pasaron unos cuantos años hasta que un julio, en su segunda semana, se hizo sentir por las temperaturas bajas. Mientras tanto, la radio a la mañana estuvo diciendo durante varios días: “Hoy, sin precipitaciones”. Parecía que íbamos a pasar un invierno frío y casi sin lluvias, la ropa de abrigo se encareció bastante y el gamulán y los Montgomery eran inalcanzables para nuestros bolsillos. Faltando poco para el 15 de julio, a Pedro le alcanzaba para un pullover y una bufanda, pero cuando vio un piloto que estaba en oferta en una tienda, no lo dudó. “Algún día va a llover, algún día la radio va a decir hoy precipitaciones”, me dijo mientras me mostraba el piloto y la bufanda azul y amarilla que se había comprado.

En la tarde noche, Pedro se puso a pensar si no era precipitado soñar con otro campeonato. Pensó en aquel julio, el último en la Anastasio, que tendría que haberse precipitado con una declaración más contundente con Mónica. Al otro día no pudo escuchar radio, la temperatura seguro era -3 y pasadas las diez de la mañana, en Rosario empezó a nevar. 

Pedro se puso a tomar mate, prendió la radio, agarró el piloto, se abrigó con la bufanda azul y amarilla y salió rumbo a la panadería por unos bizcochos. En la radio pasaban la música del Juan Moreira de Favio, y pensó: “Si la encuentro a aquella piba, le pregunto: ¿A dónde vas con este sol, te puedo acompañar?”. 

Rosario, 16 de julio del 73.

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