El asesinato de Ivana Garcilazo conmocionó aún más a una Rosario que hace demasiados años se viene desangrando a manos de la violencia. La difusión, ahora, de los rostros con nombre y apellido de los presuntos asesinos desató una verdadera locura. El dar a conocer que uno de ellos es docente de Química en diferentes escuelas y que el otro es profe de educación física en un club de fútbol infantil, abrió heridas en la sociedad toda y deja un mensaje muy triste y peligroso.
Se puede naturalizar que un marginal, un barra brava, alguien con antecedentes penales o con varias visitas a la cárcel cometa un crimen de esas características. Alguien que está jugado, que pertenece a una banda delictiva de las tantas que se disputan el poder en las barriadas populares o en las tribunas, tranquilamente le puede arrancar la cabeza de un cascotazo a una mujer por el sólo hecho de vestir los colores del otro club de fútbol de la ciudad que no va a sorprender a nadie. Ni a su familia, ni a sus conocidos y mucho menos a eso que muchos se empecinan en definir como la gente. ¿Qué le hace una mancha más al tigre?, como reza el dicho popular.
Ahora, que un maestro que tiene a su cargo a alumnos y alumnas a los que, además de enseñarles que Na es Sodio y Ca es Calcio, les trata de inculcar con su ejemplo y su discurso a ser mejores personas, no. De ninguna manera. Que alguien que todos los días les enseña a pibes y pibas que más allá de devolverla de primera y de ganar el domingo, el fútbol debe ser un juego en el que debe primar el compañerismo, tampoco. De ninguna manera.
¿Qué puede sentir un pibito al ver que en Instagram están compartiendo la foto de su profe de fútbol porque es uno de los acusados de matar a esa mujer después de que Central le ganó a Newell’s? ¿Cómo puede reaccionar una adolescente que ve en la tele el rostro de su profe de Química con la palabra Asesino debajo? ¿Y la familia? ¿Y los vecinos? ¿Y los compañeros de laburo, los que fueron a la primaria con alguno de ellos y lo saludaban por Facebook o en el grupo de Whatsapp en sus cumpleaños? ¿Y los que compartían la previa y el ir juntos a la cancha? ¿Y sus hijos? ¿Y los imbéciles que no entienden absolutamente nada y buscaron al del apellido difícil en las redes para dejar comentarios del tipo: “Te vamos a matar pingüino cagón” o “Mejor que te encuentre la Justicia y no los Guerreros”?
En una ciudad en la que hace rato no se pueden jugar los clásicos con público (ni de futsal maxi veteranos, ni de ningún deporte), la locura en las redes no hace más que alimentar esa violencia estúpida y llevarla a límites demasiado peligrosos, como los que desembocaron esta vez en que dos docentes le arrancaran la cabeza de un cascotazo a una mujer que venía en moto por el sólo hecho de lucir los colores del otro cuadro después de una nueva edición del clásico que todo futbolero de ley reconoce como uno de los más pasionales del mundo. Si eso es la pasión, perdón, pero yo me bajo acá.
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