El origen de tanta muerte y destrucción solamente puede explicarse en el contexto de la larga historia de injusticias que viene padeciendo Palestina. Medir con la misma vara la violencia que ejerce una potencia ocupante con la de un pequeño territorio bloqueado y acosado no da cuenta de la complejidad de los hechos.

Los estallidos de violencia armada en la Franja de Gaza son una noticia repetida, cíclica, circular. Se convierten en titulares de los medios cuando cobran cierta magnitud en el plano militar, y según el grado de destrucción. Pero la violencia en esa región es permanente, cotidiana. Está en el aire. Tiene una larga historia. Y esa historia se despliega como dos narrativas enfrentadas, irreconciliables y en eterna disputa. Esto último es el reflejo, en el plano simbólico-cultural, de la lucha armada. Desde hace 75 años hay dos pueblos que son rehenes de intereses económicos, geopolíticos y militares que los exceden y que, en muchos casos, apenas conocen. Históricamente, se repite un hecho ominoso y muy significativo, que explicita el grado de injusticia y brutalidad de la contienda: la mayoría de las víctimas son civiles, y entre ellos, son mayoría las niñas y los niños.

Al cierre de esta edición, se reportaron más de 2.500 muertos y 9 mil heridos. Hay unos 130 israelíes rehenes. Y 260 mil gazatíes debieron huir y refugiarse en escuelas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Condenar en forma enérgica y contundente la violencia es necesario por estos días. Pero no resulta suficiente ante una situación tan compleja, con tantos actores implicados dentro y fuera de la zona del conflicto. Sin reponer el contexto histórico, el concepto de “violencia” (uno de los más manipulados y disputados en la batalla cultural) se vuelve difuso, pierde significado. Se convierte en una cáscara vacía que puede resultar engañosa y fácil de manipular. Nos encontramos ante un típico ejemplo de cómo no se entiende el discurso mediático, o se entiende mal, si no se conocen los antecedentes del tema. Sin conocer la historia, las noticias de hoy devienen dispositivos de propaganda engañosa construida a partir de hechos aparentemente ciertos.

La violencia fundante es la falta de derechos del pueblo palestino. La persecución. La discriminación. Los abusos cotidianos que sufren por parte de la fuerza de ocupación. No son comparables las acciones de un pueblo acorralado, bloqueado y ocupado militarmente, con las acciones de la potencia ocupante, que tiene una superioridad militar abrumadora. El origen de tanta muerte y destrucción sólo tiene sentido en el contexto de una larga historia de injusticias que viene padeciendo Palestina con la complicidad de la denominada “comunidad internacional”. El horror que el mundo experimenta hoy no puede borrar el horror cotidiano que padece un pueblo. 

Una vez más, la violencia benefició a Netanyahu

La ofensiva encontró al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, enfrentando serios problemas. Las movilizaciones populares, de una magnitud inédita, en rechazo a su intento de avanzar sobre el Poder Judicial, seguían creciendo antes del inicio de las hostilidades. Y, además, estaba a punto de cerrar un acuerdo con Arabia Saudita. La escalada de violencia ya comenzó a cerrar la enorme grieta que se abrió en la sociedad israelí, ahora unida ante la adversidad. El mandatario firmó un acuerdo con uno de los líderes de la oposición, Benny Gantz, y formó un Gobierno de unidad para la emergencia y un Gabinete de gestión de guerra. La situación se presenta ante el mandatario como el juego que más le gusta. La paz no tiene ninguna posibilidad: hay un guerrerista genocida cebado y sediento de venganza y muerte.

Derecho a la autodefensa

El sábado 7 de octubre las milicias de Hamás lanzaron un ataque sorpresa por tierra, mar y aire. La osada acción militar representa una histórica humillación para la Fuerza de Defensa de Israel (FDI), y también para sus afamados servicios de inteligencia: el Shin Bet o Shabak, que tiene a su cargo la seguridad interior (su lema es “Protector invisible”), y el Mosad, cuyo nombre significa “Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales”, y se ocupa del espionaje y contra-espionaje a nivel mundial. La infalibilidad de estas agencias quedará confinada al ámbito de las series y las películas (que tanto contribuyen a difundir ideas falsas sobre estos organismos).

La violencia ejercida por la resistencia palestina es defensiva. Es contra-violencia. Se enmarca en el derecho a la autodefensa frente a una potencia militar y nuclear que desconoce en forma sistemática toda legislación internacional.

El titular más repetido por los medios hegemónicos que responden a los intereses de Israel, Estados Unidos y la Unión Europea (UE) fue “Ataque terrorista de Hamás contra Israel”. La expresión resulta, en el mejor de los casos, engañosa. Sólo Israel, Estados Unidos y la UE consideran a Hamás “una organización terrorista”.

“Hamás aparece como una organización extremista islamista que niega la existencia del Estado de Israel, pretende que no exista. Pero es una organización a la que resulta complejo declararla como terrorista, porque tienen varias facetas. No sólo gobierna la Franja de Gaza, sino que incluso lleva adelante una acción social dentro del territorio que ninguna otra organización realiza”, explicó el analista internacional Mariano Yakimavicius en diálogo con Radio Universidad Nacional de Rosario.

La Franja de Gaza es una cárcel a cielo abierto donde se padecen condiciones humanitarias calamitosas. Además de estar ocupado militarmente, el territorio sufre un bloqueo por tierra, mar y aire. Allí viven hacinadas y hacinados, en 365 kilómetros cuadrados, más de 2.300.000 habitantes. La provisión de agua, luz y gas es deficiente, y en buena medida está supeditada a la voluntad de la potencia ocupante. Más del 80 por ciento de la población depende de la ayuda humanitaria. El desempleo supera el 55 por ciento y más del 60 por ciento se encuentra por debajo del nivel de pobreza.

La violencia fundante (y las atrocidades que se vienen cometiendo) tienen su inicio en un acto de injusticia, en un crimen contra los derechos de un pueblo. En 1947, la ONU realizó la partición del territorio de la Palestina histórica perjudicando a los palestinos. La población árabe representaba por entonces el 67 por ciento, mientras que el pueblo judío alcanzaba el 33 por ciento. Sin embargo, el 54 por ciento del territorio fue destinado a la creación del Estado de Israel, y el 46 por ciento para un Estado palestino. 

Fue apenas el comienzo. Hoy el Estado palestino (que fue reconocido como tal por 94 países en 1988) apenas ocupa el 15 por ciento del terreno. El 85 por ciento está en manos de Israel, que fue ocupando territorios palestinos con brutales actos de violencia, desalojando familias e incumpliendo en forma sistemática todas las resoluciones de la ONU que instan a detener esos atropellos. 

Actualmente, la ONU considera a Palestina como territorio ocupado ilegalmente por Israel y exige a las fuerzas de ocupación abandonar el territorio y regresar a los límites establecidos en la resolución 181.

La ocupación

Sin tener en cuenta el hecho de la ocupación, todos los demás hechos se tornan falsos. “Expreso mi condena y mi consternación ante este cruel y criminal ataque. Pero, aunque sea difícil, como ex soldados, debemos preguntarnos ¿qué nos envían a hacer? La brutalidad e inutilidad de los ataques a Gaza no termina con el problema. Crear una cárcel a cielo abierto no sólo viola los derechos humanos, además crea las condiciones de inseguridad para los ciudadanos de Israel. ¿Dónde estaban los soldados para impedir el ataque? Estaban apoyando la usurpación de los colonos y persiguiendo niños en Hebrón (Cisjordania). El manejo del conflicto por parte del gobierno se cae a pedazos”, señaló el ex sargento del ejército de Israel, Avber Gvaryahu, que dirige la organización Breaking the Silence (Rompiendo el silencio).

Se trata de una ONG israelí establecida en 2004 e integrada por veteranos del ejército israelí. Tiene como objetivo brindar al personal israelí en servicio y dado de baja y a los reservistas un medio para relatar confidencialmente sus experiencias en los territorios palestinos ocupados. A partir de testimonios de los que les “hacen hacer” se publicaron colecciones de relatos para educar al público israelí sobre las condiciones en estas áreas ocupadas. La misión declarada de la organización es romper el silencio que rodea a estas actividades militares. ​

Por su parte, la organización nacida durante las protestas de este año “Hermanas y hermanos en armas”, formada por miles de oficiales del ejército, soldados y reservistas, se basa en un juramento que debe hacer cada miembro: “Defender nuestra patria, de ser necesario con nuestra vida, y no servir a otra dictadura en Medio Oriente”.

Esta agrupación llegó a movilizar a más de 300 mil ciudadanas y ciudadanos el 25 de febrero de 2023, en el marco de las protestas de buena parte de la sociedad de Israel contra la reforma judicial que pretende imponer Netanyahu. Los que se oponen a este avance sobre la Corte Suprema de Justicia consideran que, de prosperar, Israel se convertiría en una dictadura. La imagen del primer ministro israelí bajo la palabra “Dictador” se pudo observar durante los diez meses de protestas nunca antes vistas en la historia de ese país. 

El mandatario de ultraderecha gobernó durante trece años. Desde 1996 a 1999 y desde 2009 a 2021. En diciembre de 2022 volvió al poder de la mano de una alianza fundamentalista, guerrerista y de extrema derecha. Desde entonces, se produjo una grieta en la sociedad israelí que también afectó al ejército. Y más allá de que el estallido Gaza lo benefició, y logró cerrar grietas y llamar a la unidad ante la amenaza externa, las inéditas deserciones y rebeliones dentro de las fuerzas armadas tienen que ser tenidas en cuenta como el contexto en que se produce esta escalada. Las críticas a la gestión del primer ministro surgidas dentro del ejército, y hasta dentro de su propio gabinete, anticipan los hechos que se desataron a partir del 7 de octubre.

“La fractura se amplía en el seno de la sociedad e infiltra al ejército y a las agencias de seguridad. Esto representa una amenaza real, tangible e inmediata para la seguridad del Estado”, dijo antes del ataque el ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, en declaraciones citadas por el periodista franco-israelí Charles Enderlin, en la nota titulada “Aires de rebelión en Israel”, publicada en la edición de octubre de 2023 del Le Monde Diplomatique, que salió a la calle antes del inicio de la escalada de violencia.

Enderlin, autor del libro Israël. L’agonie d’une démocratie (Israel. La agonía de una democracia, 2023), señala la gravedad de las divisiones dentro del ejército. La fuerza aérea, afirma, fue muy afectada. El 60 por ciento de los pilotos, oficiales y personal de tripulación son voluntarios, agrega, y más de la mitad de ellos se sumó “al movimiento contra la dictadura”. La nota añade que cada vez más pilotos de escuadrones de caza dejaron los entrenamientos, lo que equivale a negarse a volar.

El periodista cita también al investigador del Instituto Shalom Hartman de Jerusalén, Tomer Pérsico, quien advierte que son la ocupación, y el accionar ilegal de los colonos que usurpan tierras palestinas, los peligros principales para la seguridad de Israel. “Los colonos también arremeten contra los militares y los guardias de frontera. Un verdadero salvajismo se instaló en las colonias y eso pone al país en peligro. Asistimos a un verdadero cambio en el seno político de Israel, que comienza a darse cuenta de que la ocupación constituye un verdadero problema existencial”, señaló el académico, que de esta manera desmiente el discurso oficial sobre cuáles son las amenazas hacia su país.

La respuesta oficial a las deserciones dentro del ejército no se hizo esperar, y no estuvo exenta del neo-macartismo que impregna estos tiempos. El ministro de Comunicación de Israel, Shlomo Karhi, expresó a través de su cuenta de la red social X (antes Twitter) que los generales y funcionarios de agencias de seguridad sublevados “encabezan una milicia bajo las órdenes de la izquierda”. Y agregó: “A aquellos que se rehúsan a servir: ¡Nos arreglaremos sin ellos! ¡Váyanse al diablo!”. El ataque de Hamás cambió por completo esta realidad. Por estas horas, en Israel se torna inconcebible cualquier disidencia. Todos unidos contra la amenaza externa. Una vez más, la violencia salvó a Netanyahu, y lo habilitó a subir la apuesta y generar una masacre sin precedentes.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 14/10/23

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