El peronismo ratificó su vigencia incluso en tiempos de proscripción y exacerbación de los discursos de odio que lo tienen como blanco. Que Javier Milei hubiera ganado en primera vuelta –posibilidad que se barajó seriamente tanto entre profesionales como entre aficionados del mundo de los pronosticadores y analistas de la política– hubiera sido un desastre que, con el resultado de las generales puesto, derivó en la consolidación de una recuperación peronista que también se esperaba, pero en grado menor al registrado.

La modificación del escenario pos primarias expone otra vez la enorme diferencia entre las prédicas de los pronosticadores y analistas varios y lo que finalmente se expresa en las urnas. El dislate arranca por las lecturas simplificadoras y enfáticas de datos que no lo son tanto. Haber supuesto con tanta convicción que Milei iba a ser el nuevo presidente por haber sacado casi el 30 por ciento de los votos en las Paso en las que la abstención y los votos en blanco y anulados fueron grandes protagonistas fue el pecado original, en el que ahora se volvería a caer dando por supuesto que el triunfo de Sergio Massa en las generales es absolutamente irreversible.

Con todo, vale arriesgar que, más allá del resultado exacto del balotaje que se viene, la recuperación del peronismo en las urnas se sostendrá con fuerza suficiente para por lo menos seguir marcando la cancha ideológica y política de un país donde los discursos de odio y los llamados a la fragmentación social no cuajaron del todo pese a períodos en los que se impusieron con contundencia genocida. Y esto no parece menor en tiempos de tanta contundencia en la agresión económica, mediática, cultural, judicial, de parte de monopolios y corporaciones insaciables que respaldaron y justifican aquel genocido y en estos últimos años lograron una representación electoral insoslayable y preocupante.

En el mismo sentido, también vale arriesgar que la génesis del escenario pos generales remite mucho a aquella de las frases indelebles de Juan Domingo Perón que marcaba que “no es que nosotros seamos muy buenos, es que los otros son muy malos”. Por ahí va lo de que el miedo fue más fuerte que el enojo, que tanto cuesta asumir a los voceros de “los peores que nosotros”. El mismo domingo de las elecciones, todavía atontado por la sorpresa de los resultados que comenzaban a difundirse, el editorialista de La Nación Joaquín Morales Solá decía que la gran novedad era que la cuestión económica no había pesado en las urnas, porque si hubiera pesado no le habría ido tan bien al “responsable” de la actual situación, Sergio Massa. El error de Morales Solá es descartar por completo que sí se haya tenido en cuenta lo económico y que buena parte haya votado a Massa no porque celebre la actual situación si no porque evaluó que las otras dos opciones con posibilidades serias proponían políticas económicas que empeorarán el panorama en lugar de mejorarlo.

La confusión editorialista por derecha cunde a la vez cuando se expresa respecto del devenir de “la interna” del enemigo eterno. El constante bombardeo con lo de la supuesta vigencia del “kirchnerismo” que maneja todos los hilos entre bambalinas empieza a chocar con elucubraciones en sentido totalmente contrario del tipo “con Massa aparece un nuevo liderazgo que significa el fin del kirchnerismo”, tantas veces anunciado en los últimos veinte años. El fenómeno se replica incluso entre peronistas y “kirchneristas” que antes de las primarias exclamaron que no iban a tragarse el sapo y ahora tutean a Sergio como a un nuevo jefe que no nos va a defraudar y va a hacer bajar el precio del asado. Decepciones y entusiasmos tan pronunciados se entienden y aprecian al calor de pasiones que afortunadamente afloran hasta en áridos desiertos. La cuestión es si sólo las pasiones alcanzan para avanzar en contextos tan volátiles y complejos como los de estos tiempos de zoológicos tan exóticos, de cruzas tan fantásticas como esta que asoma entre leones y patos.

Por lo pronto, ojalá el resultado del balotaje abone esas evaluaciones positivas en cuanto al Sergio al que le toca lidiar con tales criaturas. Ojalá también la posterior gestión del sapo devenido en príncipe no olvide que el horno no está para cuentitos de hadas y campañas.

Lo alto de la temperatura social no se modificó con “el gran triunfo” del 22 de octubre. Más bien al contrario –se opina y se celebra desde acá–: su recuperación electoral marca la vigencia del peronismo como freno a restauraciones neoliberales y cipayas. Y lo enfrenta al desafío de pasar cuanto antes de la resistencia a la victoria con todas las letras. Porque con ganar elecciones no estaría alcanzando.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 28/10/23

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