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En su obra más reciente, Juan José Saer: La narración como ensayo, Roberto Retamoso se desmarca de la crítica académica y su lógica teoricista. Lejos de subsumir el texto a conceptos abstractos, es la creatividad la que convoca a lectoras y lectores a participar de una experiencia diferente.
Roberto Retamoso es profesor en Letras por la Facultad de Filosofía de la UNR, y doctor en Humanidades y Artes por la Facultad de Humanidades y Artes de esa universidad. Se desempeñó como profesor titular de “Análisis y Crítica Literaria I” y “Análisis del Texto” en Humanidades, y también de “Lenguajes III” en la Escuela de Comunicación Social. Fue docente extranjero invitado en universidades de Colombia y Venezuela. Desde 2017 es fundador, y coordinador, junto con Roberto García, de la Escuela de Literatura de Rosario Aldo F. Oliva. Actualmente coordina asimismo la Diplomatura en Literatura de Rosario de la Facultad de Humanidades y Artes. Publicó 19 libros de crítica literaria, poesía y narrativa. Su obra más reciente, Juan José Saer: La narración como ensayo (Ubú Ediciones, 2023) se presenta el 11 de noviembre a las 17 en el Almacén de las tres ecologías (Paseo de la Costanera al 1500). Acompañarán al autor Andrea Ocampo, Roberto García y Guillermo Bacchini. El Eslabón conversó con Retamoso sobre las particularidades de una obra que se desmarca de la crítica académica porque, a diferencia de ciertos enfoques, no se sitúa por encima del texto literario con el fin de subsumirlo a un lenguaje abstracto, formal, conceptual, que lo toma por objeto. El resultado es sorprendente y nos muestra que la literatura, lejos de ser un objeto mudo, nos habla, nos invita a conversar.
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—¿Cómo nació tu pasión por Saer y de qué manera marcó el estudio de su obra?
—Mi pasión por Saer nació hace muchísimos años, cuando estaba terminando de cursar la carrera de Letras. Fue allí cuando accedí a Unidad de lugar, a Responso, a Cicatrices, y por sobre todo a El limonero real, que me marcó de una manera indeleble. Aún hoy esa novela cíclica y profundamente simbólica me sigue emocionando como cuando era joven. Después vino una etapa más académica, de investigación crítico-teórica acerca de la obra de Saer, que formalmente se inició con la vuelta a la universidad democrática a principio de los años ochenta, cursando un seminario que dictara Nicolás Rosa en Humanidades, para jóvenes docentes y graduados, sobre El entenado.
—¿Cómo surgió la idea de escribir este libro y qué desafíos implicó?
—La idea de escribir este libro surgió recientemente, después de dictar un seminario virtual sobre El limonero real en la Escuela de Literatura de Rosario Aldo F. Oliva. El dictado de ese seminario me obligó a escribir numerosas notas, y la escritura de esas notas disparó el deseo de escribir un texto de un modo más riguroso. A ese texto sobre El limonero real le sumé textos que ya había redactado, aunque re-escribiéndolos para esta ocasión: por ejemplo, acerca del cuento Sombras sobre vidrio esmerilado, la nouvelle A medio borrar y la novela Nadie nada nunca. Lo que escribí sin antecedentes escriturarios previos fue el capítulo sobre el relato “La Mayor”. De la suma de esas escrituras nació, de tal modo, este libro. Los desafíos fueron numerosos y variados, porque escribir sobre Saer supone incursionar en un terreno largamente transitado por otros lectores y críticos. Pese a ello, desde un primer momento pensé que no debía preocuparme por volver sobre senderos ya frecuentados, porque lo que para mí importaba era decir lo que yo leía en la obra saereana. Y lo que yo leía, bien lo sabía, era algo singular, sin dudas diferente respecto de lo que leyeron otros. Insisto en el término diferente, porque creo que el valor que pueda tener este libro –si es que alguno tiene– está dado por su diferencia, antes que por su novedad, en la que no creo ni en este caso ni en muchos otros.
—¿Qué lugar ocupa hoy este autor en el campo literario argentino?
—Un lugar central, sin ninguna duda. Saer es uno de nuestros clásicos, y como tal obliga a reconfigurar el sistema canónico –y no canónico– de la literatura argentina. Una prueba de ello fue el encuentro que se realizó recientemente en Pergamino, para analizar, interpretar y debatir la obra saereana, del que participaron numerosos críticos e investigadores dedicados al estudio de su obra. Se desarrolló a lo largo de tres días, en una suerte de “maratón” crítica, en la que las ponencias e intervenciones fueron destacadas y de real valor, desde el punto de vista de sus contenidos.
—En la Introducción se afirma que “la lectura no conceptualiza”. ¿Podrías explicar esta idea?
—No recuerdo literalmente el pasaje, pero seguramente apunta a distinguir la lectura literaria de los análisis llamados teóricos, académicos e incluso científicos. Porque quien tiende a conceptualizar es ese discurso de carácter meta-textual, que se sitúa por encima del texto literario, con el fin de subsumirlo en un lenguaje abstracto, formal, y por ende conceptual, que lo toma por objeto. Esa pretensión de someter al texto literario fue denunciada en su momento por Roland Barthes, en correspondencia, o correlación, con ciertas premisas del psicoanálisis contemporáneo, que denunciaba las mismas falacias segregacionistas, propias de una lógica teoricista que pretende hacer del lenguaje un código riguroso y biunívoco.
—¿En qué sentido se plantea que la literatura puede ser un sujeto en vez de un objeto?
—Esta proposición tal vez no sea más que una metáfora. En todo caso, no es otra cosa que una refutación de esa pretensión de la que hablábamos más arriba. Y si es una metáfora, no es caprichosa ni arbitraria, ya que se basa en un conjunto de lugares comunes propios del discurso crítico e incluso teórico. Se acepta sin dificultad que la literatura “narra”, “representa”, “cuenta”, “dice”, por medio de una serie verbal que la convierte en sujeto de esas acciones. Si la literatura es capaz de decir, de narrar, de representar, propongo una inferencia lógica, diciendo que entonces es el sujeto que sostiene ese conjunto de actos. Por supuesto que sabemos que eso no es verdad, pero es una manera irónica de denunciar los intentos de cosificarla, de objetivarla, como si se tratase de un ente que es mudo porque está muerto.
—El texto se desmarca de ciertos discursos críticos académicos. ¿Qué característica de esos textos son dejadas de lado, y qué noción de crítica sostiene el libro?
—Lo que es dejado de lado son, precisamente, esos textos que obedecen al paradigma teoricista y cientificista. Y la noción de crítica que sostiene el libro sería el de una crítica a la que podríamos denominar dialógica, siguiendo las acepciones que, para este término, propuso hace décadas Mijail Bajtin.
Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 04/11/23
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