Yo no sé, no. Ese febrero de mediados de los 60, aparte de corto se nos venía con el pronóstico de pocas lluvias. Lo bueno para nosotros era que los bailes de carnaval no corrían peligro de suspenderse. Por otro lado, necesitábamos tener agua así que algunos precavidos, el primero de febrero ya tenían el agua juntada. José, que tenía una changa, juntó dos grandes tachos para apagar varios kilos de cal y tener para la mezcla hasta llegar a la primera hilada de ladrillos. Raúl se juntó también dos grandes tachos de agua de lluvia pero para los días de carnaval, esto lo hizo cuando su padre le dijo que la bomba de agua no la podríamos usar porque el anterior carnaval, con el frenesí del juego, la habíamos roto. Carlos y Juancalito juntaron agua como para regar todas las tardes un terreno que estaba por Riva, donde hoy está el súper de los chinos. Los vecinos nos habían dejado desmalezarlo y hacer una pequeña cancha con la condición de regarlo antes de jugar y así no levantar polvareda. Manuel tuvo que juntar tres tachos: el primero para regar el limonero que su abuelo hacía poco había plantado, otro porque necesitaba mucha agua para hacer bolitas de barro con tierra colorada que se había traído desde la Vía Honda ya que aseguraba que había que hacerlas con el agua justa y dejándolas que se secaran con el sol del mediodía. Esas bolis de barro serían tan duras como los aceritos que usábamos de puntis y, además, como le habían regalado un tachito con algo de pintura gris metálico, Manuel decía que cuando las pintase nadie se daría cuenta que no eran aceritos. Y el tercero porque no quería que el carnaval lo agarrara sin llenar el pomo y las bombuchas. 

Por la tarde del primer viernes de febrero, Nicola, el hermano de Pií, nos dijo que escuchó en la radio que el gobierno de entonces (la dictadura de Onganía) iba hacer un ajuste en la economía. Sentimos que esa medida secaría nuestros bolsillos y que a algunos les retrasaría el ingreso al primer laburo –principalmente en los nuevos talleres de la industria metalúrgica que de a poco estaban apareciendo–, y casi todos le tendríamos que decir adiós, por falta de dinero, a los bailes de La Palmera, El Pino y de CAOVA (el Club Atlético Olegario Víctor Andrade). Manuel nos preguntó si ese achique en la economía alcanzaría también al mes de febrero. “Capaz que por decreto le sacan un par de días”, nos decía mirando un pequeño almanaque que siempre llevaba en su bolsillo. En el primer baile pre carnaval, que se realizó en el club La Palmera, estuvimos todos presentes y por suerte la ausente fue la lluvia. Al otro día de ese baile, al lado de nuestra nueva canchita, estaba Cachino con sus amigos aprovechando el desmalezamiento que habíamos hecho para jugar a las bochas. Algunos eran expertos en arrimar el bochín y otros en realizar un bochazo certero y contundente.

Sabíamos que las medidas de Krieger Vasena como las de Dagnino Pastore serían más que dañinas para nuestros bolsillos y que tendríamos que estar preparados, tanto para arrimar el bochín como para un bochazo fuerte y certero. 

Un sábado, antes de ir para el lado del Olegario, escuchamos que en la radio decían que marzo venía duro. Manuel, al escuchar el comentario, dijo: “Yo ya estoy preparado”, mientras ponía en la troya cinco aceritos, tres de los cuales eran de barro aunque sólo algunos de nosotros lo sabíamos.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 03/02/24

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