Yo, yo no sé no. Todos o casi todos esa semana de abril teníamos puesta la cabeza en cómo formar el equipo. Estábamos en el campito unas seis horas por día, tres a la mañana y tres por la tarde, o sea un cuarto del día dedicado al equipo. Manuel, apenas llegó a la práctica vespertina, nos dijo mientras acomodaba una bolsa con huesos para su perro en el piso: “A todos nos irá mejor si vamos por un buen guiso superador, que consiste en un cuarto de cebolla, un cuarto de zanahoria, medio de papas, medio de arroz, medio de fideos y por lo menos 1 kilo de pulpa o de brazuelo. Mientras tanto, Raúl y Carlos dibujaban con un palito sobre la tierra un “casi 1/2 en defensa, un poco más que un 1/4 en ese medio y otro tanto en el ataque, o sea un 4-3-3”. Tiguin decía que él con medio motor, un cuarto de combustible en el tanque y un cuarto de estabilidad en la rueda delantera de su Vespa recién arreglada, por el barrio era Gardel. José, por otro lado, cuando encaraba el arroyo o el Mangrullo llevaba un medio mundo, un cuarto de grasa para la fritanga y un tres cuarto blanco para bajar (por ese tiempo le daba al Santa Ana). Pií y Tamba, que por ese entonces empezaban a trabajar como peones ayudantes de albañil, discutían cuando estaban juntos. Tamba sostenía que la mezcla de 3 por 1 era lo mismo que un cuarto de Porlan. Pií lo ponía en duda. Pedro pensaba que si un cuarto de las miradas destinadas tanto a la Susi como a la Laura tenían buena recepción y medio corazón le latía de felicidad por el nuestro, él estaba hecho.

Juancalito decía que la etapa superior de un guiso era una parrilla con tres cuartos kilos de chori, y unos dos kilos de falda. Ese otoño se comía un cuarto del año, se acercaba el sábado y de la granja empezaban a correr los tres cuartos, de las carnicerías más de la mitad de las vecinas salían con un buen asado. Nosotros volvíamos a estar sentados en el borde de la zanja alumbrados por sólo media luna, el gato de Manuel se manducaba medio kilo de hígado, nosotros con todas las pilas puestas en el equipo y pensando en que superar un buen guiso era posible mientras tomábamos la última taza de mate cocido hecho con un cuarto de yerba suelta que nos había fiado don Francisco.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 13/04/24

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