Yo no sé, no. La tarde se ponía fresca de a poco y Pií entraba en calor dándole al serrucho. Tenía por delante la tarea de renovar todos nuestros revólveres de madera. Para eso, Juancalito le había traído unas enormes ramas de un álamo que hasta hacía poco nos había ofrecido su sombra generosa. Para el álamo, ese otoño fue el último: por la edad, algunas imprudentes podas y la última tormenta, había perdido la vertical para siempre. Esa misma tarde, Carlos llegó con Raúl hasta la esquina de Iriondo y Quintana donde nos habíamos reunido para tantear la cancha y planificar el partido que dentro de dos días jugaríamos. Carlos nos dijo que lo mejor era tener un medio campo con un juego que serruche el buen trato de pelota que tenían esos pibes, como ese trío del Huguito Vaca, el Negro Martinez y Carlito Colacray. José nos vino a avisar que su presencia para el partido estaba en duda. Ese fin de semana habían apurado una techada en su trabajo y le estaba dando de lo lindo al serrucho para tener los tirantes, que sostendrían el techo de vigas y hormigón, bien a medida. Mientras tanto Tiguín, cuando supo que el domingo que se venía estaría ventoso, le pidió al Colo, que era un experto en hacer barriletes, que le hiciera uno con forma de serrucho. 

Ese domingo había una barrileteada cerca del tambo y Tiguín quería tener un barrilete que intimidara. Mientras tanto, Manuel tenía puesta la cabeza en un gran zapallo que, según él, estaba oculto en un baldío del pasaje X (hoy pasaje Leet). Ese zapallo ya tenía como un metro y chirola de largo y un gran grosor. No paraba de crecer. Manuel nos decía que le costaba ocultarlo y que un día de estos le iba a tener que meter serrucho. Además, llegado el momento le haría una propuesta a doña Josefa, la verdulera de Iriondo: canjear un cuarto de ese gran zapallo por cuatro pollitos. Esa semana Pedro fue a la escuela con una gorra roja con visera y aparecía por la esquina cuando ya estaba oscureciendo. El motivo fue que esa semana en su casa no hubo para la peluquería y la hermana, que estaba haciendo un curso en el por entonces famoso Emilio Silver, lo había agarrado para practicar. El resultado parecía sugerir que a la cabeza de Pedro la había agarrado alguien con manos de serrucho , y él tenía terror que lo vieran las pibas de Iriondo y que sus sonrisas se transformaran en carcajadas.

El viernes, al caer el sol, en el cielo empezaron a aparecer refucilos tipo serrucho, o eso nos parecía a nosotros. José dijo: “Cuando esas nubes cargaditas estén sobre nosotros se va a largar una que caerán clavos, martillos y serruchos de punta”. El domingo por la tarde, después de ver a Tiguín remontar un barrilete que en lugar de cañas tenía unas trabajadas maderas que apuntalaban su subida, volvimos por Cafferata jugando con una pelotita hecha con la etiqueta de un Imparciales. Por la ventana de una casa se veía que en la tele el ministro de Economía mostraba un gráfico con una línea que avanzaba tipo serrucho y al toque en la pantalla aparecía, en un capítulo de Hijitus, un diálogo mucho más creíble entre Larguirucho y Serrucho.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 20/04/24

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