Cómo influye el contexto político, económico y social en las y los jóvenes que buscan proyectar su futuro, en una carrera, en un oficio. Cuánto más los discursos que descalifican la educación pública, como los que imperan con fuerza desde que La Libertad Avanza gobierna el país. Para el psicólogo Sergio Enrique, especialista en orientación vocacional, más allá de la adversidad imperante se trata siempre de “construir espacios de esperanza para que los pibes puedan alojar sus deseos ahí, para que puedan decir sí, puedo seguir construyendo mi vida desde algún lugar”.

Enrique participa de una asociación de profesionales (Apora) que investiga en este campo de estudio y conocimiento de la orientación vocacional; trabaja en esta especialidad en el ámbito de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y es profesor de la especialización en orientación vocacional y educativa, posgrado de la Universidad Nacional Tres de Febrero (Untref). 

En charla con El Eslabón, habla de la incertidumbre y la angustia que genera la realidad social que se vive en la Argentina y cómo golpea a los más jóvenes. En especial, en los últimos meses y que se manifiesta en un ataque injustificado contra la educación pública, la universidad y la ciencia. 

El psicólogo Sergio Enrique. Foto: Red social Facebook

—¿Qué desafíos tienen en estos tiempos las y los adolescentes que buscan decidirse por una carrera? ¿Qué nuevas preguntas se suman a las ya conocidas?

—Lo que les pasa a las y los adolescentes hoy es como una caja de resonancia de lo que sucede en lo social. Hay cierto repliegue en el deseo en algunos casos, cierta apatía y cierta angustia en otros, y merodea el fantasma del miedo frente al futuro. Porque vivimos un tiempo de desinvestimiento generalizado, los psicólogos decimos del desinvestimiento del futuro por el incremento de la incertidumbre. Una incertidumbre atravesada por ciertas inquietudes: desde los efectos de la pandemia reciente, las guerras que estamos viviendo, el daño al medio ambiente pero también en este último tiempo, en especial en el 2024, el ataque injustificado contra la educación pública, la universidad y la ciencia.

—¿Cómo golpea este discurso contrario al valor que tiene en la Argentina, como un patrimonio de todos, la educación pública?

—Lo que venimos observando y trabajando con colegas desde el año pasado es este crecimiento de la incertidumbre, qué va a pasar con el futuro, con el contexto social. De todas maneras, si bien está todo este panorama (de ataque a la educación pública), la impronta de poder pensar que elegir una carrera hace avanzar a las personas, en el ascenso social, en el espíritu de eso, en su gran mayoría se conserva. En las inquietudes de los jóvenes se manifiesta que hay una intencionalidad de seguir buscando su rumbo. Lo que sí ha crecido como incertidumbre en este último tiempo es qué evolución va a tener el mundo del trabajo, el impacto de las tecnologías, de la economía global, la presión que se siente por tener que elegir una carrera que sea “muy relevante” o que tenga oportunidades a largo plazo o el fantasma de si me va a reemplazar un robot. Pudimos observar esta preocupación y esta tendencia a pensar en trabajos independientes, en emprendimientos o en ciertos sectores de la economía. Pero todo bajo el imperativo de no sólo de elegir una carrera sino de desarrollar habilidades que les permitan estar adaptados al mercado de trabajo en constante cambio y ser emprendedores exitosos. Es algo que se ha instalado tan fuerte que a veces es muy difícil poder interpelarlo como para que puedan pensar más allá de esa cuestión.

—Y pensar más en clave colectiva que en lo individual

—Exactamente. Por lo menos desde el trabajo que nosotros hacemos como orientadores apuntamos no sólo al beneficio individual sino a pensar qué aporta en lo colectivo. También hay que agregar, en esta preocupación por el acceso a la educación superior, que a pesar de todos los esfuerzos que se han hecho y que permitieron que muchos jóvenes lleguen a la universidad, la barrera económica sigue estando cada vez más presente y en este último tiempo se ha hecho más fuerte. La incertidumbre por las Becas Progresar, por la economía inflacionaria, los costos para hacer lo que quiero, se ponen en juego. Y afecta más a los sectores menos favorecidos.

—¿Cómo influyen los modelos de la meritocracia, del individualismo, del sálvese quien pueda, de la salida rápida a la hora de elegir una carrera?

—Hay una instalación muy fuerte de la salida individual, de esto me salvo solo. Lo que hacemos en la orientación vocacional, quienes trabajamos en esto, es interpelar ese discurso e instalar la discusión. Desde hace tiempo trabajamos con un grupo de especialistas sobre lo que llamamos las tiranías que operan sobre la subjetividades instalando y naturalizando ciertos imperativos: están las tiranías de ciertos modelos de elección, las tiranías de ciertos modos de vida, la tiranía al mérito, la tiranía algorítmica: el uso de redes para informarse, para aprender o acercarse a la realidad; y la tiranía que dice que la salida es individual y no colectiva. Todo eso lo ponemos a considerar con los jóvenes para justamente desnaturalizar ese discurso instalado y puedan pensar cómo construir una buena vida, conseguir un trabajo digno o una vida sostenible desde otro lugar.

—La marcha del 23 de abril en defensa de la universidad pública fue histórica. ¿Cómo contribuyó como mensaje ante esa descalificación de lo público?

—Lo que los pibes sintieron es cierta visibilización, sobre todo de la universidad pública, ante ese discurso de descalificación tan presente. Era mostrar que sí se hacen cosas, que sí tienen un valor social, que (la argentina) es de las mejores universidades. Se puso en valor algo que estaba naturalizado y por esa razón invisibilizado de lo que se hace. También están los otros jóvenes que quedan montados por sobre ese discurso y cuestionan el si hay un “mal gasto”, pero son los menos. La marcha y todas las actividades realizadas en defensa de la universidad fueron muy positivas para los jóvenes.

Cómo acompañar, cuándo

¿Cómo pueden acompañar las familias y las escuelas en estas decisiones? ¿Qué hacer para ayudar a definirse por una carrera? Las preguntas las retoma el psicólogo Sergio Enrique y propone invitar a las y los jóvenes a los espacios de orientación vocacional con los que dispone la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Anticipa que está en las metas de trabajo generar nuevas actividades en relación con la divulgación de vocaciones científicas, con las expocarreras y con nuevos espacios públicos que aporten a estas búsquedas.

“Lo importante es que las y los jóvenes puedan acercarse a los espacios existentes”, dice Enrique, en relación a las propuestas que hace la UNR o bien a la currícula de las escuelas secundarias de la provincia, que destina un lugar de trabajo para la “orientación en contextos laborales”. El especialista pone en valor estos lugares de consulta y de preguntas ante los marcados recortes que padecen las políticas públicas destinadas a esta tarea de difusión y orientación de las y los estudiantes.

Enrique propone que estos abordajes e intercambios alrededor de la orientación vocacional se den con tiempo, en otras palabras no atender a la urgencia de los últimos meses del año. Invita a pensarlos de “manera transversal en la educación, en los distintos niveles, y desde más temprano (no en los últimos meses de la secundaria); inclusive ir alternando con otras actividades pedagógicas para pensar el futuro, que no necesariamente es una carrera universitaria”.

Destaca que a la última Expocarreras que hizo la UNR se acercaron muchos estudiantes del 4to año del secundario. Pudieron llevarse un pantallazo de los diferentes estudios que se pueden cursar en Rosario, una oferta que ha crecido muchísimo, asegura y menciona ejemplos como la tecnicatura universitaria en inteligencia artificial, las carreras de diseño gráfico, la de recursos naturales o la de ciencias aplicadas al arte sonoro.

Para Enrique el trabajo de difusión y el de orientación vocacional van de la mano cuando se trata de responder a las inquietudes que plantean las y los jóvenes que quieren seguir una carrera de nivel superior o especializarse en un oficio. También resultan un aporte para darle debate a los discursos imperantes de que lo público no sirve. 

“Lo que nos proponemos con nuestro grupo de trabajo ante ese discurso instalado es volver a investir el futuro, acompañar los recorridos que orientan la vida, hacia un futuro digno, con más solidaridad, con empatía con el otro, en términos de justicia social y en clave de construir esperanza”, valora del trabajo que encaran.

—Apostar a la esperanza. Esta tarea también tiene que ver con lo que pueden hacer las escuelas y las familias.

—Hay un discurso apocalíptico que pareciera que está de moda y que hace mirar el futuro con temor. Hace poco estaba leyendo a Byung-Chul Han, filósofo coreano, que dice que “vivir con esperanza es casi un acto revolucionario, cuanta más profunda sea la desesperación más fuerte va a ser la esperanza. La esperanza como la única que nos pone en el camino, que brinda sentido en la orientación y supone poner en movimiento la búsqueda”. Esa frase viene como anillo al dedo en la orientación. Lo que se puede hacer desde la escuela es eso: construir esos espacios de esperanza para que los pibes puedan alojar sus deseos ahí y que puedan decir sí, puedo seguir construyendo mi vida desde algún lugar; y no sólo mirar un avión para irse o para pensar desde un sentido individual sino desde lo común. El trabajo es siempre colectivo.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 18/05/24

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