Yo no sé, no. Manuel había visto en la pastería de Biedma casi San Nicolás que por primera vez la oferta de la semana eran fideos verdes, y cuando pasó por la verdulería de doña Fortu preguntó a cuánto estaban los atados de espinacas. De paso le pidió unas hojas de Laurel, y doña Fortu le regaló una rama con un verde intenso. Esa tarde, Raúl nos dijo que por Lagos una tienda tenía en oferta unas medias de algodón de color verde musgo. Carlos había arreglado para el sábado un partido, jugaríamos contra un equipo de barrio Plata que estrenaba unas camisetas iguales a la de Ferro. Carlos nos dijo que teníamos tiempo para prepararnos para vencer a los verdes. Tiguín tenía un pedazo de su corazón de color verde, más todavía cuando con su Vespa verde, superando su propio récord en minutos, lograba los 500 metros. José, cada vez que en el arroyo aparecía una creciente furiosa que parecía llevarse todo puesto, se iba para el lado de los sauces. Ahí, en el arroyo se formaba un círculo verde donde entre las ramas las mojarras parecían refugiarse de la furia marrón. José pescaba y devolvía, pescaba y devuelvía, devolvía las mojarras a esa trinchera de color verde.

A Pedro, esa semana, la Martita le dijo que la de lengua quería un nuevo cuaderno que sería sólo para redacciones, relatos y poesías; y tenía que estar forrado de verde. Pedro se fue hasta Vera Mujica y Biedma para comprar un papel araña de color verde. 

Manuel, mientras nos mostraba la receta para hacer fideos de espinaca, guardaba una figura de Manuel Belgrano y decía: “Capaz que si don Manuel le hubiese puesto un toque de verde a la bandera a la celeste y blanca que alguna vez estuvo plantada en California, los norteamericanos no se hubieran enfurecido tan al toque”.

Cheneo se había planchado la ombú verde que le dieron en el taller y como estaba nueva, ese sábado se la pondría para ir a bailar cumbia en el saloncito (un bailongo medio clandestino que estaba pasando Lagos).

En la tardecita del sábado, en la tele, un economista de derecha decía que era necesario que el dólar mejorara su cotización. Al toque comenzaba el Avispón verde y nos fumábamos los últimos Via Apia mentolados. Carlos nos explicaba cómo tenía que estar formado el mediocampo para vencer a los verdes. En la cabeza de Pedro daba vueltas y vueltas un brote de una poesía, Manuel nos acercaba una fuente con sus fideos de espinacas y decía: ¡Entremosle a los verdes!”

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 22/06/24

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