Yo no sé, no. Manuel sentía que se quedaba con las ganas de festejar en la noche del 24, la noche de San Juan. Una, porque en esos días no paró de llover, inclusive el 24, y otra porque venía perdiendo la discusión. El Manu quería una gran noche de San Juan con fogata, muñeco para quemar y algún que otro tubérculo para las brasas, mientras que la mayoría decíamos que había que esperar al 29 para hacer la de San Pedro. Sólo José lo apoyaba y decía que había probado un tinto de origen sanjuanino muy bueno, y que cada vez que se acordaba de aquel Syrah, se reafirmaba su fe cristiana.

Tiguín estaba en una posición en que le daba lo mismo el 24 o el 29. Eso sí, para él el secreto del éxito de una buena fogata estaba en cómo y dónde se iniciaba el fuego. “Tiene que ser un gran chispazo como el de una buena bujía”, decía, mientras limpiaba las bujías de su moto. Carlos y Raúl estaban encargados de encontrar un lugar donde no hubiera cables y en el que el humo no molestara a los vecinos.

Pií fue el encargado de las papas y Juancalito de conseguir unos camotes medio colorados que en esa semana sólo se conseguían en una verdulería que estaba por avenida Francia. A veces la atendía una piba y el Juanca estaba agrandado, se hacía el lindo y la piba le fiaba. El Colo fue por las ramas de un álamo que había caído en desgracia con la última gran tormenta y, de paso, trajo unas cuantas ramas verdes de eucalipto, como para que si se nos iba la mano con el humo, éste saliera medio perfumado. Mientras tanto, la Susi, Graciela y María se habían comprometido a hacer unos panes caseros con la receta de la abuela de la Susi. Don Terencio, que pasaba con su bici y unos baldes de albañil, cuando nos vio con las ramas gritó: “Muchachos, avisen para cuando esté el fuego, yo traigo ginebra, caña y tabaco para pasar el frío”.

A la tarde del 29 pasaron dos que venían de barrio Acindar con un paso que los deschavaba, estaban entre San Juan y Mendoza. Nosotros esa noche vimos cómo, después de arder, el muñeco mitad trapo mitad madera, se transformaba en varios muñecos. Nos pareció que algunos venían con la camiseta del nuestro. Otros, que eran unas pibas con canastas con panes pero que también se ponían la camiseta del nuestro.

A eso de las 11 de la noche, como en la noche de San Juan, todos saboreamos un pan. Las papas y los camotes medio colorados estaban a punto, y a los tubérculos había que pasarlos de la mano derecha a la izquierda para no quemarse. La sirena de la fábrica nos agarró pitando chala, pitando una chala entre San Juan y San Pedro.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 29/06/24

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