Cargadas por la ropa que se lleva, mirar mal para provocar una pelea, burlarse por el aspecto físico o no querer ir más a clases por sentirse humillado son algunas de las escenas que todos los días se vive en las escuelas. No naturalizar estos y otros hechos que devienen en violencia y sufrimiento es una preocupación que desde hace buen rato gana la agenda y los debates pedagógicos. Mucho más en tiempos de desprecio social. Volver esa preocupación en preguntas, en estudio y en propuestas para construir una educación más humanizadora es la tarea. Por ese camino va el libro La escuela como refugio, dirigido por la pedagoga Carina Kaplan, recientemente editado por Homo Sapiens.

La escuela como refugio se presenta este viernes 5 en Rosario, a las 18, en la librería de Sarmiento 829, con la presencia de su autora. La acompañarán a Kaplan, la educadora Liliana Sanjurjo y el periodista especializado en educación, Matías Loja. La actividad también se podrá seguir por Facebook Live de Homo Sapiens.

Una de las certezas que se comparte en el libro que dirige Kaplan es que la escuela sigue siendo el lugar que las chicas y los chicos eligen, rescatan y dicen sentirse bien, felices. Esa confirmación, “permite pensar respecto a la potencialidad de la escuela como espacio de reparación simbólica de las heridas sociales”. Nada mal en tiempos que hasta desde el propio Estado se destruyen las políticas públicas de cuidado.

Para explicar mejor la dimensión que tiene ese rescate de la escuela como refugio, el libro transita por seis capítulos que abordan -tales sus títulos-: Los sentimientos estudiantiles en la trama escolar; Ponerse en el lugar del otro: un aprendizaje de la convivencia escolar; El drama del dolor en el tejido escolar; Silencios y emociones en la experiencia escolar; “Encender el corazón de los niños y de las niñas”. La vida afectiva en los orígenes del sistema educativo; y El suicidio como escena traumática en la vida escolar. Recursos pedagógicos para la sensibilización.

Escriben junto a Kaplan, Claudio Glejzer, Pablo García, Noemi Aizencang, Iván Orbuch, José Pace, Jorge Catelli, Ezequiel Szapu, Sandra Vinocur, Darío Arevalos y Priscila Orguilia.

El libro integra la Colección Culturas, lenguajes y educación, que dirige Carina Kaplan, y se propone resaltar la dimensión política y pública de la subjetividad. Su autora es doctora en Educación (UBA) y magíster en Ciencias Sociales con mención en Educación (Flacso). Es investigadora principal del Conicet.

La escuela “en afecto”

Todo el tiempo La escuela como refugio convoca a pensar el acto educativo sostenido en la esperanza y en la posibilidad de un mundo mejor. No se queda en una expresión de deseo sino que se mete de lleno a explicar que para enseñar y aprender, el otro siempre importa y no es posible construir en singular.

En uno de los capítulos se señala a la empatía como una categoría clave para interpretar esa idea y se repasa que “el término empatheia en griego está compuesto de en, ‘en’, y un derivado de pathos, afecto”.

¿Y cómo se pone la escuela “en afecto”? ¿Cómo se la sostiene en una perspectiva de respeto y solidaridad junto a los demás? Entre otras argumentaciones alrededor de estas inquietudes, en el nuevo libro de Kaplan se lee: “El cuidado por el otro y el poder ponerse en su lugar encuentran sentido en el ideario pedagógico cuando se sostiene que una sociedad más justa es posible si se logra que las personas incorporen los valores de igualdad y solidaridad como parte del proceso de conformación de su identidad”.

Para semejante desafío -y otros que devela la lectura de este libro- el acompañamiento de políticas públicas es indispensable. Eso incluye la necesidad de pensar en nuevos espacios y roles en las escuelas (o afianzar los creados) justamente para sostener esta tarea.

La potencialidad del libro está en no clausurar la esperanza, más allá de la conflictividad y las situaciones complejas a superar todos los días.

Foto: Unicef

De emociones y violencias

El primero de los capítulos de La escuela como refugio comparte los resultados de una encuesta que “exploró las relaciones entre las experiencias emocionales de las y los estudiantes y su relación con la producción de las violencias en la escuela secundaria”. La encuesta en cuestión se llama Los sentimientos en la escuela, se llevó adelante en 2022 y fue respondida por más de 4 mil estudiantes de diferentes escuelas secundarias públicas de diferentes localidades de la Provincia de Buenos Aires.

“Las emociones constituyen una dimensión ineludible para comprender procesos escolares que permitan interpretar el porqué de las prácticas y experiencias intersubjetivas”, explica Kaplan en su libro y comparte una serie de preguntas que convocan a profundizar en la relevancia del tema estudiado: “¿Cómo se expresa la violencia en la experiencia escolar? ¿Cuáles son los efectos subjetivos de las violencias como dolor social? ¿De qué modo aparecen la humillación, el miedo y la vergüenza en la trama vincular? ¿Qué consecuencias tienen estos sentimientos en escenas de la vida escolar y en las trayectorias estudiantiles? ¿A qué actores escolares es posible recurrir cuando estos sentimientos se visibilizan y se hacen públicos?”.

El capítulo -y el libro en general- se preocupa por demostrar el lugar central que tiene la escuela “en la producción de una mirada fortalecedora y en la promoción de estrategias y recursos para la simbolización del dolor social”.

Esa misma potencialidad de la escuela, de “ser un soporte de las trayectorias educativas y sociales de quienes se encuentran atravesando procesos de sufrimiento”, se subraya cuando se analizan las consecuencias de la pobreza y la desigualdad.

Así, otro de los capítulos profundiza en el dolor social y sus efectos en las y los jóvenes: “En Latinoamérica, y particularmente en Argentina, es indudable que la profundización de las desigualdades conlleva efectos socio-psíquicos y deja marcas subjetivas en la construcción de las trayectorias vitales y en la experiencia escolar”.

Las y los autores de este análisis afirman que “la negación de las subjetividades opera como un mecanismo productor y reproductor de dolor social”. Y eso tarde o  temprano deviene en manifestaciones de la violencia. O en silencios como otra expresión también del sufrimiento.

Otro apartado de La escuela como refugio se propone “aportar a la reflexión sobre los debates teórico-metodológicos en el campo de la historia de las sensibilidades escolares”, porque tal como explican “las emociones y las sensibilidades han estado presentes en el pensamiento occidental y su abordaje contribuye a conocer lo sucedido al interior de los muros escolares”. Una historización necesaria para poner en valor la problemática estudiada en este libro.

El último de los capítulos asume con valentía hablar de suicidios, jóvenes y escuela. Un tema del que todos dicen por lo bajo pero cuesta asumirlo como urgente, poner en palabras y atender.

“Las problemáticas relativas al suicidio remiten a la expresión de un proceso de sufrimiento y movilizan tramas singulares, familiares y comunitarias. Particularmente, el suicidio puede interpretarse como una forma de violencia contra el propio cuerpo que pone de manifiesto un dolor social de época percibido como insoportable”, se describe en el libro coordinado por Kaplan.

Aporta como información clave para reafirmar esta preocupación que “el suicidio adolescente presenta una tendencia creciente en las últimas tres décadas”. Y según datos de Unicef (2019): “En la Argentina, los suicidios constituyen la segunda causa de muerte en la franja de 10 a 19 años. En el grupo de 15 a 19 años, la mortalidad es más elevada”.

La escuela como refugio se sustenta en la idea de que pensar y sentir van de la mano, lo demuestra en su análisis y en la invitación a desarmar los discursos que banalizan las emociones en el ámbito escolar. El libro se proyecta en una educación sensible y humanizadora.

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