Yo no sé, no. Hablando de canasta de monedas, por aquel tiempo nosotros éramos pibes y más que canasta de monedas teníamos siempre a mano una canasta de chirolas y de billetes. Y con una denominación muy particular: ahí estaban los dieguita, los veinteguita, los cincuentaguita, en las monedas. Y en los billetes el mango, que era el peso; la gamba, los de cien; la luca, que eran los de mil, y el palo, que era un millón, tan lejano a nosotros.

Un día nos preguntamos entre nosotros, teníamos 6, 7 años, qué preferíamos: ¿ser millonarios o ser ricos? Casi todos elegimos ser millonarios, antes que ricos. A pesar de que sabíamos que una persona rica tenía varias casas, varios autos, miles de hectáreas, miles de cabezas de ganado, pero nosotros preferíamos ser millonarios: tener los billetes en el bolsillo. Pensábamos que de cierta manera teníamos razón, porque en aquel momento ser millonario era la etapa superior a ser rico. Era como tener, en principio, todas las figuritas de todos los álbumes del mundo. Pasaron diez, once años y en un momento determinado nosotros teníamos varios billetes que decían “1 millón de pesos”.

En ese momento éramos millonarios y éramos pobres. Por esa cuestión de la inflación, del teje y maneje con las monedas, llegábamos a esa situación. Y en la esquina, cuando nos juntábamos, en esa conversación en que aparecía esa canasta de monedas y de billetes, reinaba cierta confusión, por lo menos en mi cabeza. No sólo los más grandes, sino fundamentalmente los albañiles seguían con cierta denominación a cierto billete y hablaban de “palo” en el presupuesto. Yo llegué a escuchar, en boca de alguno de mis amigos, que había agarrado una changuita de diez palos por día, y otro que agarró una de veinte palos. Me pareció una tarde haber escuchado un presupuesto de 90 mil palos. Yo, por lo general no intentaba preguntar de qué billete estaban hablando, de qué cifra, porque te miraban feo. Primero porque los albañiles, por más que eran amigos míos desde chiquitos, se manejaban con un código que ellos solos entendían, y te miraban como diciendo vos no sos del palo, o vos estás con esa pregunta cuestionando la cifra que estamos manejando. Y por ahí aparecía otro que decía “¿vieron el auto nuevo? Vale tantas lucas”. Y hablaba de miles. La luca, cuando se hablaba así de alto, era porque aparecían los verdes, los dólares, miles de dólares. Aunque yo no sabía mucho de autos, pero más o menos entendía de eso.

De pronto apareció el Petiso, creo que en esa misma tarde, en esa misma reunión, dice “agarré siete gambas a primera con un mango. Sabés qué asado me voy a comer”. Cuando nombró la palabra asado más o menos tenía idea a qué se refería con siete gambas. Era un sábado y pagaba 700 veces la Oro, y todas las clandestinas. Ahí vino alguien y dijo “bueno, agarrá dos mangos con cincuentaguita y andá a comprar un vino, pan y mortadela”. Yo ahí más o menos manejaba la denominación. Y agregó: “Y con dos de veinticincoguitas comprá cigarrillos sueltos”. 

Esa tarde, a la nochecita, me retumbaba en la cabeza esa cifra que creí haber escuchado: 90 mil palos. 90 mil palos vendrían a ser, así en una rápida comparación, 90 millones de dólares de ahora. En aquel tiempo se pavimentaba todo Rosario. El Cami agarró una obra pública, pensaba cuando me dormía. Y sin ser tan ambicioso, empecé a pensar que el Carli como era tan bueno para hacer el contrapiso, en aquel tiempo en que cada uno se hacía su casita como podía, contrataba a alguien que supiera hacer los contrapisos para hacer habitables las piezas que hacía. Y el que hacía buenos contrapisos estaba bien visto, bien calificado. Y mis amigos eran buenos en eso. Entonces, capaz que agarraron para pavimentar –aunque ellos no sabían pavimentar–, y me quedé soñando que a todas las calles del barrio, el Carli, José, y capaz también Ricardo, las hacían peatonales. Todas las calles pasaban a ser peatonales con un contrapiso que se mandaron de 90 mil palos.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 06/07/24

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