Yo no sé, no. “¡Fuerte rechazo!”, terminaba el relato a viva voz de Ricardo Villa, después de que Pincha, que era un 6 de aquellos, la mandó para el lado de los tomates. Para el lado de los tomates literal, porque la pelo fue a parar a la quinta que estaba cerca de la cancha del Cilindro. Por ese entonces el Ratón, que era del Trébol, en algunos partidos jugaba para nosotros. Era un 7 que, aparte de pegarle bien, le gustaba jugar pegado a la raya. A veces, en la nueva cancha que estaba cerca del tambo de Tito, al Ratón se le complicaba el juego porque en unos de los laterales, al lado del aromito, había una enredadera que tenía unas flores con un aroma intenso que le producían un fuerte rechazo en el naso, haciéndolo estornudar y lagrimear. Para colmo, cerca de esa enredadera, se juntaban a ver el partido unas pibas y el Ratón sufría el doble.
A Tiguín, unas señoras que vivían por Avellaneda cerca de Quintana, lo miraban feo cuando los viernes a la tarde se paseaba con su moto con un motor ruidoso. Tiguín decía que sentía un fuerte rechazo en los ojos de esas señoras. José aseguraba que algo le pasaba cuando iba a pescar en el remanso y que lo mareaba ver la línea dar vueltas y más cuando las boyitas iban en contra de la corriente. “Mi cerebro siente un fuerte rechazo al ver al Paraná dando vueltas y vueltas”. Carlos, con los ojos flechados y enrojecidos, decía que había que inventar una gotas que fortalecieran los ojos y pudieran tolerar los chispazos de los electrodos.
Carlos sentía a la hora de soldar un fuerte rechazo a usar la careta de soldadura. Manuel, por su parte, renegaba con los números y en la tarde del jueves, pensando que al otro día la de matemáticas seguro que le iba a hacer hacer operaciones multiplicando o dividiendo, le producía un fuerte rechazo la tabla del 7. Juancalito y el Huguito esa semana habían conseguido una changa en una carnicería. Aparte de la paga en efectivo, la dueña del negocio les regaló 3 kilos de pulpa especial para milanesas que Raúl se encargaría de hacerlas las comeríamos el sábado. El debate era si se hacían con mucho perejil y ajo que largaran ese delicioso aroma, o no, pues después en la casa de una de las pibas habría juntada y bailongo, y a algunas de ellas ese aroma les producía un fuerte rechazo.
A las 10 de la noche del sábado, estábamos terminando la picada de milanesa con una Fanta naranja y unos que pasaron cerca nuestro, y que iban para el club La Palmera, se mostraban preocupados por la decisión que había tomado la fábrica Acindar de irse del barrio, que así como otros anuncios del gobierno, causaban un fuerte rechazo. De pronto, mientras sentíamos sonar Hipocresía, de los Pasteles Verdes, a Manuel se le iluminó la sonrisa de la cara (a Manuel y a todos, bah) cuando Pedro, mostrando una bolsita con caramelos mentolados, sentenció: “Esta noche, cuando suenen las lentas bailamos todos”.
Publicado en el semanario El Eslabón del 27/07/24
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